4 dic 2011

“La escopeta nacional” (1978), de Luis García Berlanga


Antifranquismo sin rostro humano
(Mi comentario a “La escopeta nacional” (1978), de Luis García Berlanga)

Una pareja llega a una casa para participar a una cacería cuando ésta ya ha comenzado; deambulan, interrogan, acaban dando con sus compañeros de partida, intentan integrarse en ella; pero ese retraso inicial, ese desconcierto y ese aire de recién llegados (¿de “parvenus”?) intentando ponerse continuamente al corriente ya no les abandona durante el resto del día. Ni tampoco a nosotros, los espectadores, inmediata, automáticamente involucrados en la misma carrera insatisfactoria. El varón de la pareja se pasa todo el día de la cacería intentando lograr una influencia política que propulse su modesto negocio; cuando parece que por fin la ha conseguido, un súbito cambio en los vientos palaciegos le devuelve lastimosamente al punto de partida, forzándole a recomenzar desde la nada (o menos que eso) con su empeño. Sobre la equívoca relación que le liga a la mujer que le acompaña, primero se ve obligado, contra su franca intención, a hacerla pasar por su mujer, y al final debe comprometerse a romper con ella. Y todos estos decididos avances que culminan en decididas rectificaciones, toda esta carrera acezante que no lleva más que a retroceder, toda esta brega titánica sin otra recompensa que el agotamiento, pueden descubrirse también, aunque más diluidos, en otros de los caracteres de la película.

Porque ese y no otro es el tema de “La escopeta nacional”: la frustración nacional, la dinámica absurda, desesperante, agotadora y a la postre estéril de una sociedad o de un país condenados a revivir el destino de Sísifo (un Sísifo cutre, todo hay que decirlo). Pretendiendo siempre (ora pretendiente, ora pretencioso, ora “pretending” en el sentido inglés), avanzando con la clarividencia de horizontes del asno que gira en torno a la noria, entusiasta de desfilar en círculo al ritmo de la zanahoria y el palo hacia un Destino Universal, un Mañana de Prosperidad o cualquier otro tótem hueco por el estilo. El paisanaje de la película es especialmente idóneo para encarnar esta desengañada visión de la España que no aparta de nosotros su cáliz: una cuadrilla de aspirantes, de opositores, de candidatos, jugando entre sí al juego del “quiero y no puedo”.

Esta escopeta capada, esta alegoría de la idiosincrasia castradora del país, es muy de su época, a la que paga a veces un peaje excesivo (en la vorágine del destape, del Bienvenido Mister Sexo a la pantalla, “La escopeta nacional” abusa un tanto de la sal gorda), pero es, reconociblemente, también muy intemporal. Esencialmente en el tema de fondo, que he tratado de explicar, pero también, por supuesto, en los muchos caracteres del elenco, en los muchos patrones de conducta, en los muchos tics de los poderosos que, décadas después, identificamos perfectamente. Y es precisamente esta profusión de tipos y tics lo que, dando su tono peculiar a la película, constituye también en cierto modo su talón de Aquiles. La película no contrapesa la sociología, la crítica, la descripción, con los personas, con la emoción, con el relato. No encontramos aquí a ninguno de los entrañables caracteres berlanga-azconianos de las obras magistrales de los años 60, nadie es aquí amable, nadie es una pura víctima. El día de caza, por otra parte, es un mero contexto, no es una historia (otra diferencia con aquellas grandes obras). Y el aguafuerte español en blanco y negro de otras veces, en que aún podían distinguirse rostros, se ha tornado aquí en un retrato demasiado abigarrado, en un aquelarre en color, en una crónica salvajemente social donde apenas pueden distinguirse, tras de los visajes crispados, caras que podamos intentar comprender. Si hubo o se habló antaño de un socialismo o capitalismo “con rostro humano”, lo que “La escopeta nacional” nos ofrece es un problemático, convulso, desesperante españolismo (y sin duda antifranquismo) “sin rostro humano”.           (30-nov-11)

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