26 ene 2012

“Gran Torino” (2008), de Clint Eastwood



Yo también sé hablar como un hombre
(Mi comentario a “Gran Torino” (2008), de Clint Eastwood)

Mira, Clint, me importa una mierda que me estés apuntando con una o varias de las veinticinco pistolas que guardas en tu casa, me la trae floja toda la porquería barriobajera que puedas escupir en mi honor por tus hocicos de doberman decrépito, y te puedes ir al carajo con esa jeta tuya de cartón que en medio siglo de pelis no ha aprendido a expresar nada y que cuanto más quiere intimidar más patética parece.

No, Clint, patético no es el curita pelirrojo y su discurso sobre lo agridulce de la muerte, sobre pérdida y expiación. Recitado de un libro o brotado del corazón, qué más da: lo que importa es que sea auténtico (aunque no sea, o sí, verdad), que sea reparador, que sea humano. Y lo es.

Patético eres tú, Clint. Tendrías que verte haciéndote una paja mental delante de tu dios –quiero decir, tu coche– y preguntándote, cerveza de machito en mano, “Ain’t she sweet?” (sí, te he visto en tu lengua). Eso sí que es patético, América a la enésima potencia de la gilipollez consumista, la ilustración perfecta del muy americano fetichismo del tótem automóvil.

Patético es ser incapaz de hacer, una y otra vez, una película distinta a “Harry el Sucio”. Quizá, algunas veces (pocas), has matizado el personaje (poco), pero la historia es siempre, siempre la misma: la misma macarrada cansina del vengador o el castigador haciendo justicia sangrienta por su cuenta. (Regla confirmada por la excepción de “Los puentes de Madison”). No te extrañe que a los cinco minutos de metraje (o menos) de “Gran Torino” ya sepamos EXACTAMENTE lo que va a pasar. Pues lo de siempre, claro.

Lo de siempre es la chulería, la exhibición matonesca de violencia (frente a chulos violentos –pero más numerosos, y más jóvenes, y más aguerridos–) que sólo puede acarrear (y sólo tú, Clint, puedes no prever que acarreará) nuevas violencias, el tormento de una familia, terribles tragedias individuales, y más leña al fuego del odio y la venganza.

Cierto, Clint, aquí tu final es distinto, algo sorprendente y presuntamente profundo. Y, hay que añadir, tan increíble como fraudulento. En esta ocasión dejas que la lógica de las armas se imponga (ya no estás para proezas titánicas, la verdad), confiado en las instituciones punitivas del Estado. ¡Qué conversión a la fe en el derecho y en las vías legales! Y dime, ¿no será ello debido a que te sabes un moribundo, a que comprendes que no tienes nada que hacer contra los pandilleros, a que, sobre todo después de la desgracia que has traído a tus apacibles vecinos asiáticos, te da vergüenza morir en justa lid (y prefieres algo más espectacular –por ejemplo, algo moral– para un hombre de tu edad)?

Ay, Clint, Clint, ese acceso redentor, esa delegación moral y cívica en el sistema judicial, no son en absoluto verosímiles. Y tus momentos atormentados, culpables, dostoievskianos, son más falsos que Judas.

Venga, hombre, quién se va a creer esa pose de torturado por haber matado a unos cuantos chinos cincuenta años antes cuando se ve que los fusiles y las condecoraciones te siguen poniendo cachondo, cuando a la mínima tiras de escopeta, cuando enarbolas, en tu casa y hasta en tu ataúd, tu bandera nacional como si fuera un arma más.

Quién se va a creer esa confesión –la víspera del combate– que no es más que una parodia de una verdadera confesión, como tu arrepentimiento y tu momento redentor no son más que palabrería y “show”, glosados en términos de farsa o de absurdo por ese curita que no es más que un preste de opereta y que acaba reconociendo a super-Clint  como maestro de vida y muerte (¡hay que joderse!).

Nadie puede creerse el arrepentimiento de un tipo tan arisco, agresivo, patriotero y xenófobo (a lo más que llega es al paternalismo de dar (mucho) trabajo y buscar (un mal) trabajo al adolescente asiático –en parte para hacerle purgar su culpa de haber tocado, sacrílegamente, al dios automóvil, por supuesto made in USA–, adolescente al que por supuesto nunca se digna llamar por su nombre –ni lo intenta– y al que evidentemente no deja en herencia la casa –ni siquiera la colección de herramientas–, sino sólo un vetusto coche de los años 70). Nadie puede pensar que este tipo tan individualista, aislado, despectivo, chulesco, convencional y prosaico pueda tener ninguna mala conciencia. Ese presunto fondo del personaje se reflejaría de algún modo en su vida, o en su actitud, o en su lenguaje, si se tratara de otra cosa que lo que exactamente es: una pose pretenciosa.

No, Clint, no cuela. Hubieras debido elegir un guionista un poco más serio o comprensivo, no otro de tus sicarios a sueldo. En las películas el escritor no es como el “cameraman”: a éste tú, que sabes bien cómo poner la cámara siguiendo los cánones clásicos –nadie puede negarte esto–, puedes pedirle que trabaje exaltando siempre tu imagen (y de ahí esos primeros planos, esos picados y contrapicados “heroicos”, ese dibujo en relieve del héroe sobre el fondo). Pero con el guionista las cosas no funcionan igual, me temo. El conocimiento o la sensibilidad humanas cuentan. Y un tipo que da a entender que ser “de la vieja escuela” en América es mejor que serlo en Asia (literal: diálogo en el porche entre ti y la chica) puede ser un buen esbirro de la pluma, un gacetillero patriota o un escritorzuelo solvente, pero es alguien que no sabe nada de la humanidad ni, probablemente, de humanidad.

Así que, Clint, tengo que decirte lo que todo el conglomerado mediático que tanto te mima, lo que todos esos critiquillos de chichinabo a los que tienes bien untados en tu país y en el mío y en tantos otros, no se atreven a decirte (o están sobornados o amenazados para no decirte). Y lo que te digo es que tu película es un engendro, querido Clint. Ahora puedes dispararme si quieres, puedes borrarme de la faz de la tierra con un tiro certero. Pero a ver cómo borras lo certero de mi juicio, a ver cómo haces desaparecer ese subproducto macarra, fatuo y absurdo que has parido (otro de tantos). ¿Te lo digo como un hombre? Tu película no vale ni para limpiarse el ojete, dinosaurio psicópata.          (12-dic-11)

1 comentario:

  1. Jo, qué duro. Pues la peli no está tan mal. El guión funciona. Otra cosa es el psicoanálisis de don Clint. No dudo que sigue siendo el mismo carcamal anglosajón republicano de siempre, pero heterodoxo. Y este filme manifiesta una evolución ideológica (ya sincera o hipócrita) nada despreciable.

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