Cuando
lo último en caer son los anillos
(Mi comentario a “Blue Jasmine” (2013), de Woody Allen)
(Mi comentario a “Blue Jasmine” (2013), de Woody Allen)
Luego de las dos
bochornosas películas “europeas” rodadas en París y Roma, en que la firma de Allen
se deforma en sonrojante borratajo o chafarrinón, el renombrado cineasta
retorna a paisaje y paisanaje más conocidos (aunque no familiares, puesto que
la acción tiene lugar en San Francisco) para firmar –esta vez sí con trazo
digno de él– una historia seria, sobria, nítida y vigorosa, que refuerza su
prestigio como escritor cinematográfico y a la vez da muestra de su sabia
humanidad.
“Blue Jasmine” es
un fascinante estudio de carácter (y, a contraluz, una acerada instantánea
costumbrista). Es un retrato psicológico deliberado, ininterrumpido e
implacable, que disecciona hasta el tuétano al personaje de Blanchett, en toda
su insondable flaqueza y miseria, nos lo muestra en las cimas de su éxito y en
los abismos de su ruina, y no esconde ni la culpa (o el defecto, o el error)
originales de ella, ni tampoco el inmenso precio (en términos de alienación,
incluso de auto-destrucción) que se ve obligada a pagar. Tanto el guión de
Allen, escrito con precisión de cirujano, como la interpretación entregada e
inspirada de Blanchett elevan al personaje de Jeanette/Jasmine a una perfecta
encarnación artística del autoengaño, la locura, el hundimiento y el desamparo.
No es la menor de
las virtudes de guión e interpretación que Jasmine, en sí misma un personaje
antipático, inconsciente, egoísta, desconsiderado, nos interese y conmueva
tanto. Una sabiduría artística sutil nos inspira una inexplicable empatía por
el dechado de imperfecciones que se concitan en la despectiva y despreciable
Jasmine.
La naturaleza
profunda, la fuerza íntima, el impulso genuino de Jasmine es la mentira.
Jasmine es originaria y genuinamente inauténtica. Es un ser puramente
apariencial, una manipuladora de la realidad, una fantasista patológica. En su
vida, estos rasgos se declinan, claro está, en una existencia, un cónyuge, un
matrimonio, una residencia “de ensueño” (pues es exactamente eso lo que ella
vive). Naturalmente, el vínculo inextricable entre personalidad y realización
refuerza ambos polos de la inautenticidad de Jasmine (que muy pronto empieza a
no ver, o a no querer ver, la realidad tal como es…). Y el drama se desencadena
cuando la vida “de ensueño” se quiebra.
Es aquí donde
realmente comienza la película (la situación previa se nos transmite por medio de
medidos y oportunos “flash-backs”), y es éste el inicio de la carrera de
Jasmine cuesta abajo, y sin frenos, de sus mentiras, empujada por su incapacidad
innata para ver la verdad (su verdad), hasta el precipicio inevitable de la
enajenación y la zozobra últimas (ya para siempre sin hogar, con cualquier
resto de belleza o glamour ajado bajo lágrimas secas, monologando sin ilación
en los parques como la orate que es…).
Jasmine es un ser
de mentira y de mentiras. Es así, le gusta y se gusta. Pero su prolongada
complacencia en la mendacidad encontrará cruel retribución en la ordalía a que su
naturaleza inauténtica la arrastra en San Francisco (ese diplomático millonario
al que, mentira tras mentira, se aferra y del que, mentira tras mentira,
naufraga como de una última tabla de salvación…). Jasmine miente y se miente
sobre sí misma; miente y se miente sobre su posición (incluso cuando goza de
esa posición, junto al dudoso triunfador que es su marido…); miente sobre los otros (su hermana
y excuñado, lastimosas víctimas del mundo “de ensueño” de Jasmine: “vivo así,
amo a un perdedor, porque tú te casaste con el peor perdedor de todos, porque
tú arruinaste mi única oportunidad de tener una vida mejor”, terminará
desahogándose, casi sin querer, la sencilla, honesta, realista y –pese a todo
ello, o debido a todo ello– engañada y timada hermana); miente sobre los
valores de los ricos (dar propinas, participar en obras de caridad, “ser
generoso cuando se es rico” –en sus palabras a los sobrinos–: simplemente,
vanidad de vanidosos…) y miente hasta sobre sus propios valores (la denuncia del
marido como un simple acto de despecho, como una reacción hacia una última
mentira que será excesiva incluso para ella…). Jasmine mentirá sin cesar, sobre
todo y a todos (especialmente a la persona más dañada por esas mentiras: a sí
misma), hasta el momento final en que fea, intratable, casi vieja, desahuciada,
incluso la simple vida real huye de ella, repelida de tanta y tanta
insinceridad en una sola persona, dejando abandonada en el banco del parque a una
simple loca, a un caso psiquiátrico (que Allen trata con compasión y
comprensión, y naturalmente sin uno solo de sus habituales chistes al
respecto).
De esta loca
alucinada (que, por derecho propio, es un antológico personaje cinematográfico)
un precedente claro es la Blanche DuBois de “Un tranvía llamado Deseo”, el gran
clásico norteamericano, carácter interpretado en la escena unos años atrás,
según he leído, por la misma Blanchett. En la película hay también (y no terminarían aquí las semejanzas con la obra de Williams…) caracteres
obreros, físicos, incluso brutales, que tienen empero su poderosa, a veces
irónica, verdad (“Para algunas personas no es tan fácil dejar las cosas atrás”,
reprochará a Jasmine su excuñado, no comprendiendo que el gran problema de ella
es que no puede dejarse atrás a sí
misma…). Y son caracteres que, siendo ancilares u orbitales (al servicio o en
torno de Jasmine), están descritos e interpretados con excelentes claridad y
vigor (ya se trate del novio de la hermana, o del amigo de éste, o del ligue de
ella, o del millonario “redentor” de Jasmine –la única excepción la constituirían, a mi
juicio, los dudosos personaje y episodio del dentista–), por medio,
naturalmente, de los diálogos que los dibujan.
Excelente en el
retrato, excelente en el diálogo, “Blue Jasmine” entronca con los grandes
dramas, con las serias reflexiones, con las perfiladas creaciones femeninas del
Allen de décadas atrás (“Delitos y faltas”, “Hannah y sus hermanas”, “Otra
mujer”…). Y sólo cabe esperar que el anciano cineasta persista en esta línea en
sus próximas (y necesariamente últimas) obras, lejos de toda nueva veleidad
“turística” por la remota, la incomprensible, la nociva Europa... (1 de
noviembre de 2014)
Como de costumbre, excelente comentario. Yo he conocido otra Blue Jasmine y puedo atestiguar que el retrato psicológico y social es convincente.
ResponderEliminarComo de costumbre, excelente comentario. Yo he conocido otra Blue Jasmine y puedo atestiguar que el retrato psicológico y social es convincente.
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