Jesukrypto Supercrack gana el Premio Planeta
(Mi comentario a “El hombre de acero” (2013), de Zack Snyder)
Estás viendo esta película y sientes una
suerte de jaqueca, de náusea, de aturdimiento (todo a la vez). Acudes al
botiquín, al baño, al teléfono, y luego –una vez medicado, vomitado y animado–
vuelves y, abnegadamente, la terminas. De inmediato te precipitas, sediento de
venganza y de confirmación, a leer las reseñas críticas. Seria o jocosa,
profesional o aficionada, nacional o extranjera, periodística o blogosférica:
cualquier reseña te saciaría, con tal de encontrar en ella la sentencia tajante
e inapelable: “esta peli es una m.”. Mas poco a poco, ay, ves que tu expectativa
rabiosa no se cumple, que el juicio fulminador que te hierve en el pecho falta
en las recensiones. Y es entonces cuando empiezas a hacerte preguntas: ¿qué
sentido tiene la vida (si tiene alguno)?, ¿para qué estoy en este mundo?,
¿provendré acaso de otro planeta?
Son preguntas que nos asedian a todos los
que, heridos por la flosofía profundísima de Christopher Nolan (cuyo hálito metafísico
sopla sobre el guión de este film), nos hemos descubierto super-héroes de la
inquisición existencial, de la hazaña auto-transfiguradora y del combate
ultra-mega-titánico con el Mal en nosotros (y, sólo por deleznables razones de
taquilla, también en un puñado de villanos infelices...). Y, mira por donde,
hoy yo me he sentado abúlico a ver una peli de acción y, unas horas después, me
he levantado convertido en todo un Superman-Siddharta…
(Oh, lo siento, he pronunciado la palabra
prohibida en este juego: ¡el “hombre de acero” no debe ser llamado “Supermán”!
Como la “S” de su uniforme no es una inicial, sino “un símbolo de esperanza en
la fuerza del bien”, o una nolanada o nolanadería de similar calibre…).
Ahora lo comprendo, ahora lo comprendo. “Yo
fui enviado aquí por una razón y, aunque descubrirlo me lleve toda la vida,
tengo que averiguar cuál es esa razón”. Esto me lo dice mucho mi padre Kevin
Costner, durante los partidos de beisbol, o mientras lavamos el coche en el
garaje. El buen hombre siempre está dándome la matraca con frases como esa, o
soltándome, como quien no quiere la cosa, que “yo, precisamente yo, soy la
respuesta a la pregunta: ¿estamos solos en el universo?”. Es halagador, sí,
pero también ligeramente abrasivo… Así que, al primer tornado que nos oree un
poco la finca, con el pretexto de mantener mi anonimato hasta que llegue el día
de salvar el mundo, igual dejo que el viento se lleve al viejo Costner igual
que hizo con la plantación de Escarlata… Y es que, como él mismo dice, “tengo
que tomar la decisión de aparecer orgulloso de mí mismo (o no) delante del
género humano” (siempre esas frases suyas, tan pomposas). La verdad, papá, con
un solo Christopher Nolan ya nos sobra, ¿no te parece?
Kevin Costner es mi padre terrestre. Mi
padre celeste, y también biológico (puesto que el tío se saltó con toda
frescura las reglas eugenésicas de su planeta huxleyano), es Russell Crowe.
Pero no se puede hablar de muchos temas con él, la verdad, porque se pasa el
tiempo mascullando tecnicismos y milenarismos absurdos… Eso sí, lo hace con una
convicción y una profesionalidad “paternas” de verdad encomiables…
Aunque, en punto a disparates, quien se
lleva la palma son los amigotes de mi padre (celestial). Uno de ellos (llamado
Zod) es un militar golpista, condenado y evadido luego de su condena, que llega
a la Tierra esencialmente a montar follón y a desahogar en mí su rencor contra
mi padre. Creo que la cosa más idiota que he escuchado decir a este bellaco es
(me permito el inglés original, para no dejar escapar ningún sutil matiz…): “We
managed to retrofit the phantom projector into a hyperdrive”. En resumen, que
todo en este mundo (en Krypton, claro) tiene arreglo, con una llave inglesa y
un poco de maña…
La novia de ese despabilado sinvergüenza
(la llamo novia porque por la Iglesia casados no están…), aunque carne de
gimnasio, y adepta del kick-metal y el heavy-boxing (¿o era al revés?), se las
da un poco de ideóloga, y te suelta, entre coz y soplamocos, que “la evolución
siempre gana” o que “la moral es una traba evolutiva”. Pero aquí está un
servidor (de la Humanidad) para desmentirlo, y para castigar a mamporro limpio
esas barrabasadas (y ahí está también mi padre celestial, que de vez en cuando
bendice al género humano con apariciones milagrosas, para hacer una loa a la
democracia –estadounidense– frente al golpista Zod, y para lanzar una advertencia
ecológica, escaldado por el destino aciago del consumido planeta Krypton). Que
no se diga que los super-héroes no tenemos mensajes para la humanidad, o que no
estamos al tanto de los eslóganes y consignas de moda...
Me entretengo tanto hablando de mi padre (celestial)
y de sus enemigos fraternales de Krypton porque, a diferencia de la biografía
mía realizada en los años ’70 (por un tal Richard Donner, y con el atildado
Chistopher Reeves haciendo de mí), el episodio estelar no es un mero prólogo de
mi vida secular, sino que se extiende, se expande y se adueña de todo el relato
de mis aventuras en la Tierra. Dicho simple y francamente, mi “curriculum
vitae” es una historia de naves espaciales, de super-héroes (superbuenos y
supermalos) a gogó, de catástrofes y explosiones (¿pero hay algún modo mejor de
terminar una buena pelea que con una buena explosión?), de violencia cósmica,
de artilugios inverosímiles y desmesurados (que, por supuesto, no me impiden
mover el eje de la Tierra con la fuerza de una uña, como si fuera un
mondadientes). Alguien podría calificar al cantar de mis gestas por el beato
Snyder de hueco espectáculo de efectos especiales o de pueril videojuego pero,
en ese caso, yo podría espachurrar con un dedo, o ahogar con un esputo, a ese
alguien por atreverse a degradar tan despectivamente la vida épica y salvífica
de un super-Mesías como yo…
Yo no he dicho en ningún momento que la
crónica de cómo vine a este mundo y cómo lo salvé de las hordas de Krypton
tenga gracia o encanto (reconozcámoslo: la versión de Donner-Reeves, de tan
edulcorada, no era apta para diabéticos…). Tampoco que mis hazañas desborden de
armonía o de melodiosidad; son, exactamente, un fragor (y el compositor Hans
Zimmer se esfuerza en exagerar su estilo para estar a la altura de ese fragor...),
porque no se salva la Tierra silbando (la capa azul de Reeves hacía de él un
príncipe azul, pero yo soy un titán de escala planetaria, ¿está claro?). Y no,
no pretendo ser simpático o divertido (llamadme inexpresivo, si queréis, no se
me va a alterar el gesto por eso…): mi cara bonita, mi mentón cuadrado y mi
traje ceñido hablan por mí y, si lo que queréis es reíros, pasad a otra sala
del multicine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario