5 sept 2016

“La profecía” (1976), de Richard Donner




Vade musica-retro, Satana
(Mi comentario a “La profecía” (1976), de Richard Donner)

(Manuscrito encontrado en la escribanía de un arciprestazgo. Año 1982)

“La profecía”, reportaje de manifiesto propósito didáctico y admonitorio, cuenta con aquiescencia eclesiástica para su difusión en los cineclubes de las escuelas católicas de nuestro arciprestazgo. Proiectari potest.

La película muestra, encarnadas en un infante de tierna apariencia, las características que hemos de saber reconocer como marcas indudables del Maligno en tantos adolescentes y jóvenes de esta sociedad corrupta en que nos ha tocado penar. Así pues, de la imagen del niño protagonista podemos extraer nosotros (los consagrados), y pueden extraer también nuestros púberes alumnos, al tiempo horror y aprendizaje, advertencia y descripción.

1) La primera y más evidente huella del Diablo en un alma es la complacencia de ésta en el ruido, en cualquiera de sus formas.

2) El Demonio, como las sucias chinches y los piojos repugnantes, es particularmente amigo de quienes llevan el cabello largo (¡acaso porque las greñas celan a la perfección, como se ve en la película, su sello ominoso!).

3) Sellos ominosos de Satán, y de su particular predilección por un individuo, son las marcas corporales. Y, entre ellas, ninguna más apreciada por Belcebú que los tatuajes, ese hierro con que los réprobos se infeudan motu proprio al Príncipe del Mal.

4) Inequívoca es también la ligazón entre el odio de un alma por las cruces y los símbolos eclesiales, por las iglesias y los lugares y los objetos y las vestiduras sagradas, y el amor voluptuoso con que Lucífer la contempla y codicia.

5) Otro amor espúreo, otra adoración descarriada, como es la de las admiradoras femeninas (cual las dos nodrizas cuya fidelidad arrebatada el filme describe con severo realismo moralizador), es señal no menos elocuente del favor íntimo del Maligno.

Esta enumeración podría prolongarse con sólo contemplar más de cerca o más despacio a la criatura sujeta en el filme al diabólico influjo, pero basta con los rasgos pergeñados para identificar al tipo de joven privilegiado y poseído por el Diablo en estos pecaminosos años ’80 que dejan columbrar ya, en lontananza, un Juicio Final urgente y terrible.

Esa identificación nos revela el grado extremo en que Satán ha llegado a prevalecer en nuestra juventud, habiéndose adueñado con sutileza implacable, por obra de sus artes seductoras, de tantas almas frágiles y ya malditas, ya descarriadas para siempre por los senderos de nocivo perfume y de venenosa armonía que conducen al Infierno.

El Mal es el llamado Rocanrol, el estereotípico joven poseído por el Diablo es el llamado rockero (autor o seguidor, tanto da), Lucifer ha entrado en propiedad horripilante de esa plétora de desgraciadas almas retorcidas, deformadas e intoxicadas por las estridencias horrísonas de una música ideada para salmodiar las glorias negras de Satanás. 

Estaba escrito en el Libro del Apocalipsis, como explica la película: “Cuando las estrellas hayan caído a la tierra (y lo han hecho: hay más estrellas en los escenarios que en el firmamento), cuando el imperio mundial sea una realidad (y lo es: la comunidad anglosajona de naciones, sus valores y sus multinacionales, incluidas las discográficas, rigen el orbe), cuando la fecha señalada llegue (¿y qué fecha no está señalada, o no puede estarlo, con sólo una pizca de aliño aritmético y retórico?), entonces acacerá el advenimiento del Maligno” (Apocalipsis, 22, 22).

Y ha sucedido. Ese flagelo estruendoso llamado “rocanrol” se ha extendido como una nube negra, o como pez ardiente, por el mundo entero (devenido sucursal del Averno), y millones de almas que han sucumbido a su redoble de Mal, o contribuido de cualquier modo a su expansión, han caído en las garras espantosas e inapelables del Demonio.

Las instituciones educativas no han hecho nada para detener o contrarrestar esta marea aciaga (lejos de ello, han aprovechado en favor de los aviesos designios de Lucifer, del cual han sido servidoras ejemplares, la dejadez o el desapego o el distanciamiento de los padres –como ilustra bien en el filme la actitud materna hacia el niño–). Y en cuanto a las instituciones políticas (la policía, el Estado), llegado el momento del conflicto declarado y decisivo entre los padres y el Diablo, no han vacilado nunca –según ilustra asimismo el filme– en sacrificar a los padres (su paz, sus ideales, hasta su vida), en perverso beneficio del Mal.

           A día de hoy (7 de julio de 1982), mientras las sedicentes Satánicas Majestades infectan de caos y pecado el aire de la Capital del Reino, sólo nosotros, las escuelas católicas de nuestro arciprestazgo, resistimos la plaga infame, la infección purulenta, de esa perversa cacofonía conocida como “rocanrol”. Sólo nosotros contendemos a brazo partido con Satanás por almas que aún se debaten estremecidas entre los dos polos opuestos: el Bien y el Rocanrol. Para recuperar las almas ya perdidas, un exorcismo de masas sería necesario, arrastrando a las hordas de jóvenes poseídos hacia lugares sagrados, a fin de introducir allí la cruz (su fuerza, su valor) en sus pechos... ¿Pero cómo obrar esta conversión de multitudes más numerosas que las arenas de las playas y que las gotas del mar? ¡Necesitaríamos más presupuesto que la magra partida que Su Eminencia se digna asignarnos! Y entretanto, Satán campea ufano, engrosando las huestes ingentes de réprobos con cada nuevo ruidoso, con cada nuevo melenudo, con cada nuevo tatuado, con cada nuevo irreligioso, con cada nuevo mujerilmente idolatrado.     (1 de septiembre de 2016)

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