Vade musica-retro,
Satana
(Mi comentario a “La profecía” (1976), de Richard Donner)
(Mi comentario a “La profecía” (1976), de Richard Donner)
(Manuscrito
encontrado en la escribanía de un arciprestazgo. Año 1982)
“La profecía”, reportaje de manifiesto
propósito didáctico y admonitorio, cuenta con aquiescencia eclesiástica para
su difusión en los cineclubes de las escuelas católicas de nuestro
arciprestazgo. Proiectari potest.
La película muestra,
encarnadas en un infante de tierna apariencia, las características que hemos de
saber reconocer como marcas indudables del Maligno en tantos adolescentes y
jóvenes de esta sociedad corrupta en que nos ha tocado penar. Así pues, de la
imagen del niño protagonista podemos extraer nosotros (los consagrados), y
pueden extraer también nuestros púberes alumnos, al tiempo horror y
aprendizaje, advertencia y descripción.
1) La primera y
más evidente huella del Diablo en un alma es la complacencia de ésta en el
ruido, en cualquiera de sus formas.
2) El Demonio,
como las sucias chinches y los piojos repugnantes, es particularmente amigo de
quienes llevan el cabello largo (¡acaso porque las greñas celan a la perfección,
como se ve en la película, su sello ominoso!).
3) Sellos
ominosos de Satán, y de su particular predilección por un individuo, son las
marcas corporales. Y, entre ellas, ninguna más apreciada por Belcebú que los
tatuajes, ese hierro con que los réprobos se infeudan motu proprio al Príncipe del Mal.
4) Inequívoca es
también la ligazón entre el odio de un alma por las cruces y los símbolos
eclesiales, por las iglesias y los lugares y los objetos y las vestiduras
sagradas, y el amor voluptuoso con que Lucífer la contempla y codicia.
5) Otro amor
espúreo, otra adoración descarriada, como es la de las admiradoras femeninas
(cual las dos nodrizas cuya fidelidad arrebatada el filme describe con severo
realismo moralizador), es señal no menos elocuente del favor íntimo del
Maligno.
Esta enumeración
podría prolongarse con sólo contemplar más de cerca o más despacio a la criatura
sujeta en el filme al diabólico influjo, pero basta con los rasgos pergeñados para
identificar al tipo de joven privilegiado y poseído por el Diablo en estos pecaminosos
años ’80 que dejan columbrar ya, en lontananza, un Juicio Final urgente y
terrible.
Esa
identificación nos revela el grado extremo en que Satán ha llegado a prevalecer
en nuestra juventud, habiéndose adueñado con sutileza implacable, por obra de
sus artes seductoras, de tantas almas frágiles y ya malditas, ya descarriadas
para siempre por los senderos de nocivo perfume y de venenosa armonía que
conducen al Infierno.
El Mal es el
llamado Rocanrol, el estereotípico joven poseído por el Diablo es el llamado
rockero (autor o seguidor, tanto da), Lucifer ha entrado en propiedad
horripilante de esa plétora de desgraciadas almas retorcidas, deformadas e
intoxicadas por las estridencias horrísonas de una música ideada para salmodiar
las glorias negras de Satanás.
Estaba escrito
en el Libro del Apocalipsis, como explica la película: “Cuando las estrellas
hayan caído a la tierra (y lo han hecho: hay más estrellas en los escenarios
que en el firmamento), cuando el imperio mundial sea una realidad (y lo es: la
comunidad anglosajona de naciones, sus valores y sus multinacionales, incluidas
las discográficas, rigen el orbe), cuando la fecha señalada llegue (¿y qué
fecha no está señalada, o no puede estarlo, con sólo una pizca de aliño
aritmético y retórico?), entonces acacerá el advenimiento del Maligno”
(Apocalipsis, 22, 22).
Y ha sucedido.
Ese flagelo estruendoso llamado “rocanrol” se ha extendido como una nube negra,
o como pez ardiente, por el mundo entero (devenido sucursal del Averno), y
millones de almas que han sucumbido a su redoble de Mal, o contribuido de
cualquier modo a su expansión, han caído en las garras espantosas e inapelables
del Demonio.
Las
instituciones educativas no han hecho nada para detener o contrarrestar esta
marea aciaga (lejos de ello, han aprovechado en favor de los aviesos designios
de Lucifer, del cual han sido servidoras ejemplares, la dejadez o el desapego o
el distanciamiento de los padres –como ilustra bien en el filme la actitud
materna hacia el niño–). Y en cuanto a las instituciones políticas (la policía,
el Estado), llegado el momento del conflicto declarado y decisivo entre los
padres y el Diablo, no han vacilado nunca –según ilustra asimismo el filme– en
sacrificar a los padres (su paz, sus ideales, hasta su vida), en perverso
beneficio del Mal.
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