6 sept 2016

“Oblivion” (2013), de Joseph Kosinski



Los dilemas del mecánico de metacrilato
(Mi comentario a “Oblivion” (2013), de Joseph Kosinski)


Pese a su apariencia macarra y tontorrona, las películas más comerciales de Tom Cruise admiten a veces lecturas o interpretaciones de inesperada riqueza, o ambigüedad, o incluso subversión.

“Oblivion” sugiere reflexiones sobre anámnesis o reminiscencia (¿soñar es recordar?, ¿soñar es conocer?), sobre la fragilidad y hundimiento de los imperios (en vista de todos esos escombros de iconos de la arquitectura norteamericana…), o sobre la responsabilidad en el ejercicio de las armas (el hombre es el arma, siempre). Aun reconociendo esa densidad de alusiones, voy a limitarme, en este breve comentario, a enunciar los cuatro dilemas que son el aspecto más inmediatamente llamativo (no sé si escribir “más superficial”) de la película:

1) Hay una contraposición entre dos tipos de arquitectura. Uno está representado por las viviendas de los “humanos”: las cuevas en que se esconden los resistentes y, sobre todo, la casa idílica que sirve a Cruise como “reposo del guerrero”; ésta refleja a la perfección el sueño estadounidense de la casa del pionero, del hombre del bosque, del ser humano en armonía con la naturaleza; en suma, ésta encarna lo que llamaríamos el “modelo Walden” (por el personaje de Thoreau, naturalmente). Por otro lado, está el apartamento medio suspendido o flotante en el que Cruise y su colega habitan, un modélico espacio en términos de pureza y apertura de líneas, de levedad y de transparencia; la inspiración, en este caso, provendría de las obras del llamado “movimiento moderno” arquitectónico y, en concreto –parece lógico pensarlo–, de su implantación californiana; en suma, la residencia aérea de Cruise representaría lo que podríamos llamar el “modelo Neutra” (por el arquitecto austriaco Richard Neutra, que realizó en California obras memorables de ese “movimiento moderno”).

2) Una antinomia similar, si no paralela, se plantea entre el mobiliario, y el diseño en general, del mundo “humano”, y el estilo o el adorno del mundo meta-humano al que el extraviado mecánico-soldado Cruise sirve lealmente. El “atrezzo” del espacio humano cuenta con libros, con discos de vinilo, con balones de baloncesto, con vegetales y plantas, con los añejos y entrañables objetos de piel, de madera o de tejido; en cambio, solamente funcionales superficies de cristal y plástico, en un obsesivo y pulquérrimo minimalismo, visten (o desnudan) la vivienda colgante de la pareja protagonista (vivienda coherentemente guarnecida por un helicóptero del mismo estilo).

3) De más calado que estos contrastes en los estilos de morada y decoración es el que se da entre las dos mujeres que dramáticamente se cruzan en la disciplinada rutina de Cruise, y la descabalan: a saber, la compañera en la base y la cosmonauta rescatada. Una (Riseborough) es pulcra, sofisticada, exangüe, superficial, pragmática, auto-controlada, o sea, una especie de perfecto robot; la otra (Kurylenko) está manchada de sangre y de tierra, se atormenta, tiene recuerdos y anhelos, es pasional, a veces se abandona. Se trata de dos modelos de personalidad femenina, de dos modelos de mujer, que la película se recrea en enfrentar, una y otra vez.

4) Y hay finalmente, en “Oblivion”, el aspecto político, o político-militar: tocante a este aspecto, se oponen el estilo de guerra “humano”, o sea, con contacto físico (o al menos visual) entre hombres, mirando (o al menos viendo) al enemigo, exponiendo la propia vida, preservando el milenario significado de la guerra como “lucha”, a ese otro método de guerra “inhumano” (lindante, de puro hiper-tecnificado, con lo meta- o extrahumano), que se basa en el uso generalizado y mecánico de una maquinaria mortífera ciega e implacable. En otras palabras, la película opone el combate de los resistentes (valor, ideales y choque) a la guerra conducida contra ellos, mediante ingenios asesinos casi autónomos, por la tiranía ingenieril e implacable cuyo sirviente fiel es Cruise.

              La película no sutiliza –y tampoco voy a hacerlo yo– sobre estas cuatro dicotomías en arquitectura, en diseño interior, en tipo femenino y en ejercicio de la violencia pública. Cada polo de las cuatro alternativas se aglutina rotundamente con sus afines, y rotundamente se oponen juntos a sus cuatro contrarios. Mayor riqueza de matices hubiera sido posible dando una oportunidad “humana” a la nueva arquitectura, o mostrando a criaturas humanas que estuvieran un paso más allá de la vida troglodita, o ahondando o deteniéndose una pizca en la gélida colaboradora de Cruise. Pero la decantación de la película es rápida y nítida (a pesar de su obvia complacencia en explorar con mimo esteticista las apariencias visuales de todos los antagonismos) por el modelo Walden de vivienda, por la antigua y cálida decoración de interiores, por la mujer de carne y hueso y de sangre y lágrimas, y por la bien corpórea y bien física guerra de guerrillas. No es en absoluto digno de desdén, empero, el haber sabido urdir  una historia que en su envés, al otro lado o más allá de sus afirmaciones y sus convenciones, desacredita una parte ya venerable de la arquitectura contemporánea, y al mismo tiempo impugna el diseño hueco y contagioso (diseño a la vez de vacíos y de las masas…) del rampante “ikealismo intranscendental”, y además denuncia la superficialidad y vacuidad del modelo femenino que hoy se nos propone e impone, y hasta se permite criticar la estrategia militar de la presente administración del Estado más poderoso de la Tierra.      (3 de septiembre de 2016)

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