3 oct 2016

“Mimic” (1997), de Guillermo del Toro



Lingotazo de insecticida
(Mi comentario a “Mimic” (1997), de Guilermo del Toro)


Nostalgia de exilado por la entomología. Las curiosidades, las expediciones, los instrumentos, las amistades, las taxonomías, las láminas, los muestrarios. Presente ya antaño y ausente luego no pocos años, lo que la entomología ha sido en mi vida no es fácil de ponderar, ni mediante una evaluación racional ni tampoco mediante una puramente emocional o sentimental. Más allá de ese juicio arduo, me pesa la certeza, que siento al tiempo como una deuda intelectual y hasta moral, de mi pertinaz (aunque siempre respetuosa y un punto asustada) displicencia hacia ella, de mi distanciamiento íntimo, profundo, casi involuntario, respecto de su objeto, su método, sus alcances, sus descubrimientos, sus detalles, sus hechos brutos (y brutales). Y sin embargo, es algo tan tangible, tan natural, tan mínimo y minucioso, tan depuradamente salvaje, como la entomología, lo que me ha deparado en la vida algún tierno afecto adolescente, hermosos días al aire libre, alfilerazos de asombro y admiración, impulsos intelectuales (efímeros, ay) hacia los abismos ardientes de las ciencias de la vida, perplejidades de frágil ser vivo extraviado o desapegado (anclado a la vida casi sólo por la amistad…) en esa pululación casi infinita de las criaturas que la devota entomología censa y describe con mimo.

Una descalificación prácticamente global de la película “Mimic” podría aspirar a servir como modesto desagravio a la discreta y munífica entomología. Puesto que “Mimic” gira en torno a una proliferación repentina de insectos gigantes, asesinos, antropófagos, colonizadores ávidos de las entrañas de la ciudad de Nueva York (es decir, de los túneles de su ferrocarril metropolitano). Se trata de insectos monstruosos, o más bien de monstruos insectiformes, que han sido fruto de una manipulación genética (cuyas explicaciones por los actores suenan ellas mismas como manipulaciones monstruosas…), y que se comportan, no como “animales sensatos”, sino como simples o típicos psicópatas de filmes de serie B...

La entomología, sin duda, hubiera podido contribuir a refinar –con alguno de sus inagotables detalles de acendrada crueldad, o de abnegación colectiva, o de mayúscula astucia minúscula, justificadas sin excepción por la lucha por la supervivencia grupal– la maldad intrínseca de la plaga descontrolada que se ha adueñado del subsuelo neoyorquino. Pero, más allá de una somera descripción de la estratificación social y sexual de una colonia de insectos, la película desdeña toda aproximación o explotación de los horrores y prodigios sin fin que la entomología atesora. 

Y ello, no porque el énfasis de la película sea más metafísico que científico, es decir, no porque la trama se centre o se detenga en el sentido de amenaza existencial o sanitaria, de desafío a la humanidad como especie, que la superpoblación de insectos asesinos supone, sino, muy al contrario, porque el único énfasis a que la película aspira es, tristemente, el de nuestros continuos, y finalmente mecánicos y triviales, respingos de sobresalto.

“Mimic” no es, así, otra cosa que una sucesión de “sustos” provocados por la aparición, de entre las sombras, de uno (o más) de los insectos, a la caza del incauto personaje que, para su desgracia y nuestro escalofriado deleite, se encuentre entonces en escena (naturalmente, para mayor efecto, no faltan los niños entre las víctimas de los bichos depredadores…). Este preciso momento (sombras que se mueven, personajes inermes en la oscuridad, acometida brusca e implacable) se repite una y otra vez, hasta la extenuación, con leves variaciones debidas solamente a las convenciones narrativas (por ejemplo, la chica es “almacenada” en vez de asesinada o devorada de inmediato, su marido y el niño son preservados de la deflagración final, los héroes descubren sobre la marcha cómo combatir, y a la postre vencer, a los insectos, etc., etc.).

El resultado de todo ello es la fatiga (de la cual en mi caso quizá podría dar razón, parcialmente, el hecho de haber ya visto la película en el pasado). “Mimic” es ese tren del terror que nos invita en todas las ferias provincianas a diez minutos de sustos pueriles entre monstruos de peluche pobremente iluminados; en este caso, el “tren de la bruja” es el metro de Nueva York, y el recorrido sedicentemente aterrador nos lleva por su laberinto de túneles, depósitos y dependencias, casi siempre en una estudiada semioscuridad (y no digo siempre, puesto que la escena más memorable, a mi juicio, sucede, bien curiosamente, a la neta luz artificial de un pasillo del metro, cuando un solitario circunstante se revela de repente como un astuto insecto que en el vuelo de un instante arrebata del andén a la protagonista).

¿Cómo no recordar, vueltos a la luz del día, y ya fuera de la barraca de los mil horrores, esas otras obras posteriores, y los muchos dones cinematográficos (el esteticismo, la imaginación y suntuosidad visual, el impulso psicologista), de Guillermo del Toro? Salvo el obvio gusto por las atmósferas opresivas, por los recursos del miedo, por el empleo de niños como talismanes de las experiencias de terror, ninguno de esos dones puede encontrarse en la casi primeriza, y en muchos sentidos rudimentaria, “Mimic”. Una simple distracción, un simple entretenimiento, una simple película del género de monstruos: solamente esto es “Mimic”.

La entomología… No, la película “Mimic”, que sólo roza la entomología con la punta de los dedos, no es capaz de curar mi nostalgia de exilado por ella. He de salir a la calle, buscar una mariposa o una oruga, mirarlas de cerca, recordar momentos similares de búsqueda y de observación, mirarlos de cerca, pensar en mí mismo, mirarme -también a mí mismo- de cerca. Y quizá ni con todo eso baste…           (2 de octubre de 2016)



1 comentario:

  1. Pues a mí me gustó. No cabe buscar en Mimic ningún tipo de trascendencia entomológica, sólo una película de género atenta a sus normas que funciona bien y consigue que no te rías de los sucesivos sustos, cosa nada fácil de conseguir. Me parece una digna película para pasar el rato. Sin trascendencia y sin aburrimiento.

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