6 sept 2013

“El infiltrado” (2010), de Giacomo Battiato



Mis notas a “El infiltrado” (2010), de Giacomo Battiato


“El infiltrado” (subtitulada, algo presuntuosamente, “Traiciones y manipulaciones. La caída de Abu Nidal”) es una película modesta pero digna, merecedora de un comentario que intentará ser tanto más digno cuanto que, por muchas razones, no podrá pasar de ser modesto.

Se trata, ostensiblemente, de una película para la televisión (las localizaciones son escasas, pobres y puramente funcionales; exteriores e interiores pregonan a las claras que todo se rodó en dos o tres espacios multiusos; la ambientación propiamente no existe; fotografía y música son irrelevantes; y, en resumen, todo el peso o la fuerza de la obra recae sobre el guión y sobre los actores, que han de compensar con muy frecuentes primeros y medios planos la ausencia de decorados, atrezzo, composición escénica o pictórica, etc., es decir, las manifiestas limitaciones presupuestarias del filme –que en este caso es un telefilme–); pero es una película que, como ya he dicho, aborda y resuelve con dignidad su tema.

El título de “El infiltrado” (traduzco literalmente del original francés, puesto que no parece existir, al menos todavía, una versión española “oficial” del título) es inexacto, ya que a la obra lo que realmente le interesa es “la infiltración” que se lleva a cabo, por el estudiante militante de la Organización Abu Nidal, y con el evidente concurso de los servicios secretos franceses, en los documentos y entresijos de dicha Organización (que es tanto como decir en el sancta-sanctórum del caudillo epónimo de la misma).

La primacía de la operación de espionaje, de la hazaña de infiltrarse en un grupo tan hermético, tan cohesionado y tan radicalizado como fue la milicia de Abu Nidal, deja en segundo plano las peripecias personales de los caracteres: exagerando un poco, podría decirse que, si se eliminaran algunas escenas de avatares demasiado particulares de los personajes, el telefilme serviría casi como un reportaje de política internacional.

Para demostrar que este juicio no es únicamente una opinión, me permito recordar que sólo sabemos del trágico final de Issam, el estudiante traidor a Abu Nidal, porque los agentes secretos lo mencionan casi de pasada. Esto no es del todo coherente con el seguimiento que se ha hecho de Issam (resaltando sus cuitas respecto de su hermana paralizada, sus tentativas como estudiante, su incipiente romance con una guapa italiana compañera de Facultad), pero lo meramente esbozado o en exceso estereotípico del tratamiento de estas circunstancias del muchacho permite presagiar que los autores de la película podrían al final “dejar al chico de lado”, como de hecho sucede. Remachando esta idea, menciono que la última aparición de Issam en escena, antes de ser desenmascarado por un estúpido error de la plana mayor de la OLP, es para leer (en “off”) unas frases de su diario acerca del inevitable y perdurable combate de la juventud palestina, “generación tras generación”. Issam es “utilizado”, en este caso, para testimoniar la simpatía de los autores del telefilme con la causa palestina (y no es la única ocasión: es evidente el proarabismo de los agentes franceses, y Jacques Gamblin hace algunas manifestaciones inequívocas en el mismo sentido). En todo caso, como estoy intentando demostrar, la historia o destino personal de Issam son tratados como algo secundario por los guionistas del filme. Y lo mismo puede decirse del personaje del agente Carrat (Gamblin), que está desprovisto de todo rasgo o vida personal (por más que su mujer le ofrezca, en alguna ocasión, café, o que se mencione a su padre como la razón original de su conocimiento de la lengua y la cultura árabes).

Desde el punto de vista de los personajes, mi favorito es Abu Nidal, ese líder tiránico y paranoico, en el que los guionistas se recrean, y del que conocemos más datos que de los personajes “de ficción”: sin ánimo de ser exhaustivos, podemos mencionar su enfermedad (y su operación), su alcoholismo, sus antecedentes familiares (la riquísima familia de Abu Nidal fue de las que perdieron todo a consecuencia de la guerra de 1948, parece), su carácter delirante, su ambición mesiánica, su pulsión violenta, su deriva paranoica, su hundimiento en un abismo de manía persecutoria y de aislamiento enloquecido. Con todo, hay que decir que, dada la hechura modesta de la película, el cine “debe” aún a Abu Nidal una película digna de su estatura como personaje (y en la que se recreen con más arte y más profundidad que en “El infiltrado” esa mente resentida, torturada y corrompida, esos campamentos de adolescentes fanatizados y educados para la violencia mediante la violencia, esa “administración de justicia” en que los presos son enterrados y ejecutados a través de estrechos tubos metálicos, ese frenesí criminal contra sus propios y fidelísimos seguidores (más propios, y ciertamente más fieles, que numerosos…), en suma, todos esos rasgos de la organización y del personaje de Abu Nidal que este telefilme, digno pero insuficiente, explora sin explotar).

Desde el punto de vista narrativo, todo se pasa de un modo lineal, muy claro y muy simple. Hay momentos que me gustan más (el fingido atentado de Praga) y otros que me gustan menos (el robo y fotocopiado de los documentos por Issam, en el despacho de Nidal, y con éste presente y durmiendo allí mismo…).

Pero ya he dicho que el interés esencial de la película es relatar las maniobras del servicio secreto francés para introducirse en la red de Abu Nidal: primero atrayendo a unos jóvenes de la facción para estudiar a París, y luego “trabajándose” a uno de esos jóvenes (Issam) para convertirlo en un espía contra Nidal en las propias filas de Nidal. La película me gusta porque, poniendo el énfasis desde el principio en la “infiltración”, sabe estar a la altura del tema por el que ha optado: el espionaje, la política, el juego de las potencias internacionales. Hay que anotar esto, pero, eso sí, sin alharaca ninguna: hay muchas cosas no dichas, muchos elementos ausentes, el acento francés es demasiado intenso, un mayor contexto de política internacional sería preciso… Pero la película cumple con su designio de mostrarnos las bambalinas de la política “entre bastidores” (tipos como Gamblin, encargados de embarrarse las manos en tratos con terroristas, con secuestradores, con chantajistas internacionales, a veces al servicio de una bandera con presencia en la ONU, a veces al servicio de su propia bandera, o de una de conveniencia, o de una imaginaria…); los medidos movimientos, como de ajedrez, sobre el complejísimo tablero donde gobernantes y naciones, intereses y recursos, ideologías y religiones, se influyen, se combaten, se generan, se suceden; la delicadeza de cada gestión diplomática o de alta política, y la terrible determinación que la sostiene siempre (la voluntad de poder, el ansia de prevalecer), las sutilezas de la táctica y los rigores de la estrategia, el valor de una prueba o de un papel para desprestigiar o para minar la base, o el apoyo, o el amparo, de un grupo o de un personaje indeseable, en lo que resulta un golpe más doloroso y más definitivo para éstos que un disparo o que un atentado (y no otro parece ser el gran logro de Issam que el haber triunfado en desacreditar, y de este modo desactivar, al temible Abu Nidal).

La película es muy fiel en los hechos y en los personajes (que con frecuencia se nos rotulan en su primera aparición con sus nombres y sus cargos): en este sentido, constituye un material muy interesante para conocer las luchas de tendencias, y los agentes de “segunda fila” (más allá de figuras “históricas” como Arafat o como Nidal), en el seno de la causa palestina en los años ’80. Y hay que aplaudir el valor, por parte de la industria cinematográfica (o televisiva) francesa, de abordar, aunque sea para retratar los delirios megalómanos y asesinos del disidente Abu Nidal, el tema palestino, ese gran olvidado, hasta el momento, del cine de temática o de compromiso político.        (2 de agosto de 2013)

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