Mis
notas a “El infiltrado” (2010), de Giacomo Battiato
“El infiltrado”
(subtitulada, algo presuntuosamente, “Traiciones y manipulaciones. La caída de
Abu Nidal”) es una película modesta pero digna, merecedora de un comentario que
intentará ser tanto más digno cuanto que, por muchas razones, no podrá pasar de
ser modesto.
Se trata, ostensiblemente,
de una película para la televisión (las localizaciones son escasas, pobres y
puramente funcionales; exteriores e interiores pregonan a las claras que todo
se rodó en dos o tres espacios multiusos; la ambientación propiamente no
existe; fotografía y música son irrelevantes; y, en resumen, todo el peso o la
fuerza de la obra recae sobre el guión y sobre los actores, que han de
compensar con muy frecuentes primeros y medios planos la ausencia de decorados,
atrezzo, composición escénica o pictórica, etc., es decir, las manifiestas limitaciones
presupuestarias del filme –que en este caso es un telefilme–); pero es una
película que, como ya he dicho, aborda y resuelve con dignidad su tema.
El título de “El
infiltrado” (traduzco literalmente del original francés, puesto que no parece
existir, al menos todavía, una versión española “oficial” del título) es
inexacto, ya que a la obra lo que realmente le interesa es “la infiltración”
que se lleva a cabo, por el estudiante militante de la Organización Abu Nidal,
y con el evidente concurso de los servicios secretos franceses, en los
documentos y entresijos de dicha Organización (que es tanto como decir en el
sancta-sanctórum del caudillo epónimo de la misma).
La primacía de la
operación de espionaje, de la hazaña de infiltrarse en un grupo tan hermético,
tan cohesionado y tan radicalizado como fue la milicia de Abu Nidal, deja en segundo
plano las peripecias personales de los caracteres: exagerando un poco, podría
decirse que, si se eliminaran algunas escenas de avatares demasiado
particulares de los personajes, el telefilme serviría casi como un reportaje de
política internacional.
Para demostrar que
este juicio no es únicamente una opinión, me permito recordar que sólo sabemos del
trágico final de Issam, el estudiante traidor a Abu Nidal, porque los agentes
secretos lo mencionan casi de pasada. Esto no es del todo coherente con el
seguimiento que se ha hecho de Issam (resaltando sus cuitas respecto de su
hermana paralizada, sus tentativas como estudiante, su incipiente romance con
una guapa italiana compañera de Facultad), pero lo meramente esbozado o en
exceso estereotípico del tratamiento de estas circunstancias del muchacho
permite presagiar que los autores de la película podrían al final “dejar al
chico de lado”, como de hecho sucede. Remachando esta idea, menciono que la
última aparición de Issam en escena, antes de ser desenmascarado por un
estúpido error de la plana mayor de la OLP, es para leer (en “off”) unas frases
de su diario acerca del inevitable y perdurable combate de la juventud
palestina, “generación tras generación”. Issam es “utilizado”, en este caso,
para testimoniar la simpatía de los autores del telefilme con la causa
palestina (y no es la única ocasión: es evidente el proarabismo de los agentes
franceses, y Jacques Gamblin hace algunas manifestaciones inequívocas en el
mismo sentido). En todo caso, como estoy intentando demostrar, la historia o
destino personal de Issam son tratados como algo secundario por los guionistas
del filme. Y lo mismo puede decirse del personaje del agente Carrat (Gamblin),
que está desprovisto de todo rasgo o vida personal (por más que su mujer le
ofrezca, en alguna ocasión, café, o que se mencione a su padre como la razón
original de su conocimiento de la lengua y la cultura árabes).
Desde el punto de
vista de los personajes, mi favorito es Abu Nidal, ese líder tiránico y
paranoico, en el que los guionistas se recrean, y del que conocemos más datos que
de los personajes “de ficción”: sin ánimo de ser exhaustivos, podemos mencionar
su enfermedad (y su operación), su alcoholismo, sus antecedentes familiares (la
riquísima familia de Abu Nidal fue de las que perdieron todo a consecuencia de
la guerra de 1948, parece), su carácter delirante, su ambición mesiánica, su
pulsión violenta, su deriva paranoica, su hundimiento en un abismo de manía
persecutoria y de aislamiento enloquecido. Con todo, hay que decir que, dada la
hechura modesta de la película, el cine “debe” aún a Abu Nidal una película
digna de su estatura como personaje (y en la que se recreen con más arte y más
profundidad que en “El infiltrado” esa mente resentida, torturada y corrompida,
esos campamentos de adolescentes fanatizados y educados para la violencia
mediante la violencia, esa “administración de justicia” en que los presos son
enterrados y ejecutados a través de estrechos tubos metálicos, ese frenesí
criminal contra sus propios y fidelísimos seguidores (más propios, y
ciertamente más fieles, que numerosos…), en suma, todos esos rasgos de la
organización y del personaje de Abu Nidal que este telefilme, digno pero
insuficiente, explora sin explotar).
Desde el punto de
vista narrativo, todo se pasa de un modo lineal, muy claro y muy simple. Hay
momentos que me gustan más (el fingido atentado de Praga) y otros que me gustan
menos (el robo y fotocopiado de los documentos por Issam, en el despacho de
Nidal, y con éste presente y durmiendo allí mismo…).
Pero ya he dicho
que el interés esencial de la película es relatar las maniobras del servicio
secreto francés para introducirse en la red de Abu Nidal: primero atrayendo a
unos jóvenes de la facción para estudiar a París, y luego “trabajándose” a uno
de esos jóvenes (Issam) para convertirlo en un espía contra Nidal en las
propias filas de Nidal. La película me gusta porque, poniendo el énfasis desde
el principio en la “infiltración”, sabe estar a la altura del tema por el que
ha optado: el espionaje, la política, el juego de las potencias internacionales.
Hay que anotar esto, pero, eso sí, sin alharaca ninguna: hay muchas cosas no
dichas, muchos elementos ausentes, el acento francés es demasiado intenso, un
mayor contexto de política internacional sería preciso… Pero la película cumple
con su designio de mostrarnos las bambalinas de la política “entre bastidores”
(tipos como Gamblin, encargados de embarrarse las manos en tratos con
terroristas, con secuestradores, con chantajistas internacionales, a veces al
servicio de una bandera con presencia en la ONU, a veces al servicio de su propia
bandera, o de una de conveniencia, o de una imaginaria…); los medidos
movimientos, como de ajedrez, sobre el complejísimo tablero donde gobernantes y
naciones, intereses y recursos, ideologías y religiones, se influyen, se
combaten, se generan, se suceden; la delicadeza de cada gestión diplomática o
de alta política, y la terrible determinación que la sostiene siempre (la
voluntad de poder, el ansia de prevalecer), las sutilezas de la táctica y los
rigores de la estrategia, el valor de una prueba o de un papel para desprestigiar
o para minar la base, o el apoyo, o el amparo, de un grupo o de un personaje
indeseable, en lo que resulta un golpe más doloroso y más definitivo para éstos
que un disparo o que un atentado (y no otro parece ser el gran logro de Issam
que el haber triunfado en desacreditar, y de este modo desactivar, al temible
Abu Nidal).
La película es muy fiel en los hechos y en los
personajes (que con frecuencia se nos rotulan en su primera aparición con sus
nombres y sus cargos): en este sentido, constituye un material muy interesante
para conocer las luchas de tendencias, y los agentes de “segunda fila” (más
allá de figuras “históricas” como Arafat o como Nidal), en el seno de la causa
palestina en los años ’80. Y hay que aplaudir el valor, por parte de la
industria cinematográfica (o televisiva) francesa, de abordar, aunque sea para
retratar los delirios megalómanos y asesinos del disidente Abu Nidal, el tema
palestino, ese gran olvidado, hasta el momento, del cine de temática o de
compromiso político. (2 de agosto de 2013)
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