21 sept 2015

“7 cajas” (2012), de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori



Hoy acarreamos: Primores del Paraguay
(Mi comentario a “7 cajas” (2012), de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori)

Y de pronto, en el momento en que menos se la esperaba, proviniendo de donde menos se la esperaba, aparece una película magistral.

No fue pregonada a los cuatro vientos, no obtuvo galardones de relumbrón, no quedó señalada como una de las grandes obras de su añada. Y, sin embargo, “7 cajas” merecía una amplia difusión, un prestigioso reconocimiento y una larga memoria. Porque se trata de una película ejemplar.

“7 cajas” (lo escribiré siempre con número, contra mi gusto y convención, puesto que es el modo en que la cinta se llama a sí misma) es ejemplar, y muy ambiciosa, primeramente, en su localización y en su rodaje. Los autores han concebido una historia que tiene lugar, necesariamente, en un extenso, complejo y conflictivo espacio público y, con audacia y valentía, se han puesto a rodarla exactamente allí: en el lugar preciso donde sucede.

Se trata de un populoso mercado (el llamado “Mercado 4”) de Asunción, la capital paraguaya, y el modo en que se nos introduce en su ambiente hormigueante, en que se nos hace recorrer sus avenidas precarias y en que se nos empuja a sus rincones más sórdidos, es digno del mejor cine documental. Las fulgurantes rutas, huidas y persecuciones que nos obligan a atravesar de cabo a rabo el mercado nos ofrecen una visión tan vertiginosa como realista de un espacio bullente de vida y de vidas, de empeños y ambiciones a todas las escalas posibles. El efecto sobre el espectador es apabullante, una auténtica sacudida de descubrimiento de un lugar único, el “Mercado 4” de Asunción, en el que se tiene la impresión de haber penetrado hasta el último recoveco.

En la búsqueda de fidelidad y de verismo ambiental, los autores no vacilan en recurrir al empleo de la lengua guaraní, que alterna de modo por completo natural y convincente con el español en las voces de los protagonistas (la película está, evidentemente, subtitulada en sus copiosos pasajes en guaraní). De nuevo, la sensación de verdad es total: los personajes son tanto más verosímiles cuanto que sabemos que, en la vida cotidiana del mercado paraguayo, ellos hablan así. Y, de nuevo, el efecto documental se impone, del mejor modo posible, al espectador de la intriga.

Una intriga que es, y he aquí otra razón de la ejemplaridad de la película, un artificio de personajes, tramas y subtramas, motivaciones y hasta “macguffins”, perfectamente engarzado. La complejidad de la red de caracteres, de sus razones y sus devenires, es gestionada de manera admirable por un guión milimétrico (que además sabe no aparentarlo), sin cabos sueltos ni inverosimilitudes, tan sólido como minucioso.

Este preciso guión tiene virtudes más allá de su pulcritud y acabado. Por ejemplo, acepta o asume, con gran sabiduría, dosis de lo que sólo puede llamarse “cutredad”, y las maneja con total solvencia, ora al servicio de lo sórdido ora al servicio de lo cómico. Lo “cutre”, lo feo, lo mísero o miserable, que no podrían eludirse sin dañar la fidelidad de la trama a su entorno, son así inteligentemente integrados, en beneficio del realismo documental y de ocasionales distensiones humorísticas.

Más importante que la asunción y representación de “lo cutre” en el guión lo es el cuidadoso dibujo de las razones de los caracteres para obrar como lo hacen: el afán de una notoriedad televisiva siquiera efímera, la pura desesperación de carecer de dinero para comprar las medicinas que un hijo necesita, el capricho o el impulso de acceder a la posesión de uno de los omnipresentes, y omni-influyentes, teléfonos celulares… Empapándolo todo, cifras de precios, lo que cada objeto, acción o persona (el teléfono móvil, el secuestro, la captura del muchacho…) cuesta en guaraníes o en dólares, una abrumadora nube de cifras monetarias que se cierne sobre los personajes, abrumándoles o azuzándoles. Y a la vez complicando nuestro juicio sobre ellos, afectando (o infectando) a base de pura realidad la identificación con ellos: por ejemplo, el “malo” tiene buenas razones para obrar mal, el “bueno” tiene razones más bien pueriles para obrar como lo hace, etc.

Porque la realidad de la vida a pie de calle, de los buscavidas de un mercado pobre de un país pobre, de la heteróclita gama de necesidades de personas de hoy en día (es decir, sujetas a todas las insinuaciones del capitalismo globalizado) aherrojadas por contraste (y por desgracia) en un entorno de escasez y competencia, esa realidad (o esas realidades) no propician opiniones o conclusiones simples, rápidas, maniqueas. Una vez más, el espectador se encuentra ante una riqueza o complejidad, en este caso ética o política, que transciende la historia puramente policiaca o criminal que, prima facie, “7 cajas” es.

No me cansaría de elogiar las virtudes del guión de esta película: el amplio elenco de personajes, perfectamente diferenciados y caracterizados; la trabazón de sus recorridos (la hermana del muchacho, el capitán de policía, los sujetos patibularios de la carnicería); los giros de la historia, que sorprenden y zarandean gozosamente al espectador (por ejemplo, el robo de la primera caja, o la presunta pérdida de la carretilla en el incendio).
 
El guión, sabido es, es el esqueleto o la piedra angular de la película. No hay película buena con un guión malo (aunque lo contrario puede darse, y de hecho se da: una película que echa a perder un guión). “7 cajas” no se conforma con plantear un guión tan ejemplar como lo he intentado describir. Añade a ello un rodaje vibrante a pie de calle (pero sin artificios como la cámara en mano, o demás “ingeniosidades” contemporáneas) –la persecución del muchacho por los carretilleros, cada uno empujando (o empuñando) la carretilla que es su medio de vida como un arma inusitada, fruto de una pesadilla insana, es sencillamente inolvidable–, una fotografía, una ambientación y un saber-hacer técnico por completo convincentes (la resolución final de los sucesivos cruces y enfrentamientos es un buen ejemplo de precisión cinematográfica), y una acertadísima elección y empleo de la música y las canciones.

Lo he insinuado al principio: no esperaba tanto, ni mucho menos, de una película paraguaya que, de entrada, se presentaba como una exótica pieza de cine medio adolescente medio policíaco. Evidentemente, no puedo ocultar mi gran placer de haber sido “decepcionado” por ella (y creo que de lo escrito hasta ahora puede inferirse fácilmente mi entusiasmo). Mucho más me alegra aprender, a costa de mis prejuicios o expectativas o ideas preconcebidas, que un país como Paraguay, hasta cierto punto marginal, retrasado o ensimismado, puede proponer una película como ésta, rodada con todo el talento necesario para encantar a los amantes de su género (policíaco) y para a la vez mostrar, fidedigna y vigorosamente, el muy concreto paisaje humano en que se sitúa.            (19 de septiembre de 2015) 
           
 

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