17 jun 2015

“Al filo del mañana” (2014), de Doug Liman



Destino manifiesto, sentido manifiesto
(Mi comentario a “Al filo del mañana” (2014), de Doug Liman)
 
Esta enérgica conmemoración del desembarco de Normandía (en su setenta aniversario) se plantea, a decir verdad, como una rememoración preñada de sentido y de contenido, históricos e ideológicos, de aquella gesta (sobre todo) estadounidense. La acción se desarrolla en las mismas playas que antaño, pero la escenografía es ahora futurista y fantasiosa (una invasión alienígena de repercusiones apocalípticas, afrontada con indumentarias sobrecargadas de aditamentos metálicos y con estrambóticas armas de videojuego –lugares comunes de los recientes taquillazos anuales de Cruise–). Depurado de jerga, de chatarra y de pirotecnias tecnobélicas, no obstante, el argumento se revela, de diáfano modo, como un franco manifiesto acerca de la vocación y el designio universalistas de los Estados Unidos de América.

Hay un mal que se ha expandido de modo fulgurante y devastador por el mundo, y que amenaza con extenderse incluso al santuario de la madre patria Norteamérica. La última oportunidad de contener esa epidemia arrasadora, tras un triunfo pírrico pero alentador en Verdún, se dirimirá en las playas de Normandía. Y los Estados Unidos, que han combatido ya en esas playas, combatirán ahora de nuevo, y volverán a combatir en esas mismas playas cuantas veces sea necesario. Las continuas regresiones temporales a la víspera de la batalla normanda contra los alienígenas, regresiones que son el meollo argumental de la película, no tienen otro objeto que mostrar con rotundidad la determinación y la perseverancia de los Estados Unidos en luchar hasta el fin de los tiempos, a la misma escala terrible y decisiva que en Normandía, contra cualquier agente o fuerza que, de alguna manera, les amenacen (en el lenguaje de la película, dicho a Cruise como soldado privilegiado con reservas suplementarias de tiempo: “tendrás que morir tantas veces como sea necesario, hasta que el Omega sea destruido”).

La realista presentación (con extractos de los principales medios internacionales describiendo los progresos de la invasión extraterrestre) y las proclamas debidamente universalistas (según las cuales los soldados estadounidenses estarían combatiendo por la salvación de la humanidad) no deberían, por supuesto, llamarnos a engaño: no presenciamos una fantasía bien enmarcada, sino un manifiesto ideológico en forma de fábula futurista, ni la humanidad ostenta en este manifiesto (adecuadamente metonímico: los Estados Unidos son la Humanidad…) un papel más relevante que el de destinataria bien advertida del mensaje severo acerca de la voluntad y la potencia, férreas e implacables, de los EE.UU.

La potencia norteamericana se nos muestra, apabullantemente, por medio de un despliegue de artilugios de artillería y de ingenios de defensa y de transporte. Somos igualmente invitados a contemplar el ambiente de los barracones de las tropas, a acompañarlas en su instrucción, a vivir su día a día, su moral, sus ocios y convicciones. En este sentido, la película vira levemente hacia el documental (en el que sólo el enemigo sería una licencia poética), en un tono que complementa persuasivamente la subyacente, y esencial, intención propagandística, ideológica, patriótica.

Respecto a la voluntad indomable de los Estados Unidos, la película no es ambigua acerca de la disposición y la capacidad de la nación para un rebobinado y una re-escritura, incluso constantes, de la historia, si aparecen como requisitos de la victoria y del predominio definitivos de valores norteamericanos esenciales. Así pues, quedamos debidamente avisados de que ni la historia escrita, ni la historia aún por construir, ni siquiera el inaprensible tiempo, serían ni serán nunca barreras infranqueables para la determinación norteamericana de prevalecer.

Sobre quién prevalecer, cuál es precisamente el nombre del enemigo que ha reemplazado al finiquitado nazismo y del cual los alienigenas son simples metáforas, no tiene, naturalmente, una respuesta precisa en la película. Es evidente que no se trata de un país, puesto que “perdimos Alemania, perdimos Francia” y los chinos y los rusos combaten contra el mismo enemigo en el frente oriental. De hecho, ni siquiera se trata de un ejército; según el guión, “habría que pensar en él más bien como en un organismo”, y como un organismo “cuya única vulnerabilidad parece ser la humanidad”. Estos datos reducirían considerablemente el número de opciones plausibles… Como candidatos para este rol de super-enemigo de “la humanidad”, tan poco explícito en el filme, me atrevo a aventurar dos (y es una elección muy particular): la Cultura y el Comunismo.

Acaso la ubicación de las guaridas en que Cruise se esfuerza en hallar y en destruir “el cerebro de la bestia” alienígena (para el caso, simplemente enemiga) podría aportar alguna iluminación acerca de la verdadera naturaleza del épico antagonista enfrentado en la nueva Normandía y a escala planetaria. Pues bien, Cruise se ve primeramente atraído hacia un abandonado embalse en una remota región alemana, lo que nos traería a las mientes las devastadas villas industriales de la Alemania oriental: el Mal tendría su nido y su madriguera, pues, en el paisaje doblemente arruinado (política y económicamente) de la antigua República Democrática Alemana. Pero, inesperadamente, esta pista resulta ser falsa, un simple señuelo del astuto Mal para desviarnos del verdadero camino hacia su descubrimiento y aniquilación.

Porque el Mal, de verdad, está en París. Se encuentra agazapado en el museo del Louvre, en sus sótanos y garajes. Es en la trastienda del corazón intelectual de la histórica e incomparable Ciudad Luz donde alienta la Bestia, no en desvencijadas factorías o presas hidráulicas de eriales o montañas germanas. Dicho de otro modo: la amenaza, el enemigo, el mal, la quintaesencia incompatible con los Estados Unidos, yace y late en el seno de la “intelligentsia” francesa. Y es ahí, precisamente, donde debe ser destruida.

Un París desolador, desertado por ese Enemigo enquistado en su alma, es reducido a escombros por los libertadores estadounidenses, en su empeño de aniquilar para siempre el poder corruptor, contagiado a la humanidad como una epidemia, de la Bestia agazapada en las entrañas del Louvre. La celebérrima pirámide de cristal salta en pedazos, el Arco de Triunfo es igualmente demolido con no menor estrépito y, para culminar el desarrollo del filme, la expedición de Cruise y la magna conflagración relatada, la película se complace en una panorámica del París destruido y redimido, como icónica representación de no pocos anhelos, recuerdos y sueños oscuros (freudiana materia) del subconsciente norteamericano.

Subconscientes razones, de índole acaso religiosa o acaso histórica, asoman también en la explícita interdicción de toda transfusión de sangre, cuya nefasta consecuencia sería la pérdida del poder sobre el tiempo y la historia. En términos más crudos: la contaminación de la sangre (¿norteamericana?) acarrearía inevitablemente debilidad, decadencia y dependencia, y debe por lo tanto ser evitada a toda costa. Tocante a este mensaje, francamente racista, la única ambigüedad en la película es la concesión a la épica de mostrar cómo Cruise, el héroe americano, puede jugarse la vida, y salvar al mundo (“as usual”), incluso cuando sabe que, esta vez (ahora que su sangre ha sido infectada por la sangre de otro ser humano, quizá incluso de un extranjero…), no hay marcha atrás en el tiempo.

“Cuanto más te hable de ella, más racional va a parecerte esta historia”, le dice un personaje a otro, en el curso de la película. Pero la racionalidad está en el filme desde el principio: la racionalidad de la propaganda, del dominio sobre tiempo e historia, de la identificación de nuestro enemigo más íntimo, de la cruzada externa (militar, ideológica, “universal”) e interna (pureza de sangre) contra el Mal (¿la Cultura, el Comunismo, los Intelectuales, la Historia…?). A esta racionalidad (o más bien, dadas sus perversiones o corrupciones, diríamos “a esta lógica”) se debe el que sean tan transparentes el sentido y el mensaje de la película (desde Normandía hasta el Louvre), una vez debidamente descortezada de excrecencias “marcianas”, de atrezzo de “heavy metal” y de todo su ruido y furia de videoconsola.            (13 de junio de 2015)

1 comentario:

  1. No cabe negar la carga ideológica que tan bien analizas en el comentario. Indudablemente Estados Unidos tiene en su cine uno de sus principales medios de propaganda. Pero me parece excesivo pensar que todo el argumento depende de tal cúmulo de soterradas añagazas políticas. De hecho, algunos de los ejemplos que pones están muy traídos por los pelos (el paisaje del embalse no puede ser de Alemania oriental, la sangre de las transfusiones será de soldados estadounidenses, dudo que EE.UU. sienta los cuadros del Louvre como una amenaza, rusos y chinos son aliados, como bien señala...). Creo que abusas de esos simbolismos y que, sin negar el claro chovinismo del cine yankee, muchos de los giros argumentales están ligados simplemente a dar espectacularidad a la acción. El dólar es el dólar y hay que satisfacer al respetable.
    Por otra parte, noto la falta absoluta de un análisis argumental y técnico de la película ¿Es buena o mala? ¿Funciona o es un pestiño? Has exprimido hasta la saciedad un aspecto del film, pero ¿y todo lo demás?
    P.D. Al menos no negarás que Emily Blunt está fantástica.

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