Mis
notas a “El método” (2005), de Marcelo Piñeyro
Se trata de una
adaptación de la exitosa pieza teatral “El método Grönholm”, de Jordi Galcerán,
quien desde un primer momento renegó de la lectura “dramática” que los
guionistas Piñeyro y Mateo Gil habían hecho del texto que él había escrito en
tono de “comedia”. Después de haber visto la película (pero sin conocer la obra
de teatro), me pregunto si alguno de los desajustes o “chirridos” del filme,
que irán apareciendo a lo largo de estas notas, no tendrá su origen en esa
radical remodulación de la obra original.
La película
describe un proceso de selección para un empleo de alto rango en una
multinacional; la prueba consiste en una “dinámica de grupo” cuyo triunfador
será quien mejor interactúe, influya, resista, etc., con el resto de los
candidatos; todo transcurre durante parte de una jornada, casi siempre en el
espacio de una sala de reuniones, y entre los ocho personajes que constituyen
el grupo de aspirantes y el personal de la empresa de selección.
Para no demorarme
con el selecto elenco de actores (lo más granado –o puede que sólo lo más
vistoso– del cine español en 2005), anoto ya sus nombres, y paso a otra cosa:
Natalia Verbeke (la secretaria), Carmelo Gómez (el honesto), Enrique Alterio
(el simpático), Adriana Ozores (la profesional), Najwa Nimri (la ambiciosa),
Eduardo Noriega (el “yupi”), Eduard Fernández (el agresivo) y el argentino
Pablo Echarri (el descomprometido…).
La película
recuerda mucho dos obras mayores: “Doce hombres sin piedad” (un clásico, o el
clásico, de “hombres encerrados en una habitación” intercambiando pasiones y
traumas) y “Smoking room” (la gran película española sobre miserias y
traiciones en el opresivo, claustrofóbico círculo de unos cuantos ejecutivos de
una multinacional). Pero, como no cree lo bastante en sí misma, como se
desmorona a medio metraje, como está demasiado impaciente, o es demasiado
insistente, en demostrarnos lo que pretende a toda costa demostrarnos, acaba
bastante lejos de alcanzar la fuerza y la penetración –y, digámoslo yo, la
calidad– de cualquiera de las dos pelis mencionadas.
Como digo, el mensaje es insistente, tan
nítido como reiterado, y reforzado además hasta la pura redundancia: “el mundo
es malo, la empresa capitalista –o multinacional, u occidental– es un entorno
atroz, mirad lo que el lenguaje o la psicología o la ideología corporativa hacen
nacer, o aflorar, en los seres humanos, etc., etc.”. Hablo de redundancia
porque, a lo narrado y lo descrito, a lo mostrado y lo demostrado, se añade
además el contexto de las manifestaciones anti-globalización y anti-Fondo Monetario
Internacional en la calle (siempre en fuera de campo, salvo en la escena final,
cuando el personaje finalmente derrotado sale a esas calles devastadas por la
lucha entre el capitalismo salvaje y los idealistas que creen que “otro mundo
es posible”, emergiendo, en plena ruina íntima, de la ruina de dentro de la
sede empresarial a la ruina de un mundo desolado por tanto capitalismo y tanta
represión –pues ésta es la única lectura posible, una lectura ideologizada y
maniquea, del “mundo exterior”, tras el encarnizado combate que se ha
contemplado, en el “mundo interior”, entre los ufanos practicantes del juego de
la competencia y de la darwiniana “selección natural” empresarial…–). Pero no
me desviaré de la película para perderme por los cerros de Úbeda…
La película, lo he
escrito antes, no cree lo bastante en sí misma. Y lo demuestra el que parece
abandonar, antes de una hora de proyección, la convicción en que el interés y
la tensión del espectador podrán mantenerse hasta el final, si es que no se
produce antes un cambio de escenario y una efusión de indiscutible “tirón”
popular. En consecuencia, lo que podría haber sido una relación sutil entre
Fernández y Nimri, un abuso o una influencia de él sobre ella psicológicamente
abrumadoras –sin perjuicio de su finura de tratamiento–, se nos traslada como
una brusca, extemporánea y finalmente inverosímil escena de sexo en el baño (y
una escena particularmente ridícula, visto su todavía más increíble, patético y
vodevilesco remate). Pero, insisto, la película no necesitaba en absoluto esta
ración de “carnaza” para mantener el interés, porque lo estaba logrando
perfectamente.
(Sí, he dicho
“carnaza”: se nos muestra el semen de Fernández con todo su color y textura…).
(No voy a entrar en
si Nimri quiere o no quiere, si se deja o no se deja, si juega o no juega:
doctores tiene la Iglesia).
“Otra explicación
es posible”: había que hacer que “los galanes”, o mejor, las estrellas en
general (Fernández, Noriega, Nimri), se lucieran de otro modo que departiendo
(más o menos) civilizadamente en una mesa de despacho…
De lo dicho quedará
claro que mi parte favorita de la película es la inicial, la del encuentro y
saludo de los caracteres, la de la noticia del “topo” de la empresa infiltrado
entre los candidatos, la de las pruebas y eliminaciones iniciales, la de las
primeras discusiones de fondo (Gómez, Ozores): creo que los diálogos, y también
el “invisible” rodaje, rayan a gran altura.
El receso
alimenticio es admisible, pero la llegada a la escena del baño hace que la
película se tambalee; y desde ese momento no asistimos más que a una cuesta
abajo (lo he escrito también antes: la peli se desmorona a medio metraje), en
que, por ejemplo, resulta ya evidente que el “duelo final” será sentimental (y
la subsiguiente eliminación de otro candidato nos confirma en esta impresión);
adiós a la originalidad, a la sorpresa, a la incertidumbre acerca del siguiente
paso en la trama, de los que pudimos disfrutar durante, digamos, la primera
media hora, o la primera mitad, de la película.
La escena
siguiente, en que los tres “supervivientes” se pasan un balón de fútbol
mientras responden ansiosamente a preguntas propias del antañón pero
inolvidable “Un, dos, tres”, nos causa la impresión de que la imaginación del
guionista se ha agotado (¿es esto lo más que puede ocurrírsele, dentro de todas
las “dinámicas de grupo” posibles?): se trata, sencillamente, de eliminar a
Fernández, y de hacerlo por el simple expediente de exarcebar su naturaleza
violenta burlándose de sus carencias en idiomas (pues los puntos ganados o
perdidos en este decepcionante juego de preguntas y respuestas son, a la
postre, del todo irrelevantes…). Como se ve, la finura, la tensión psicológica,
el ingenio de los desafíos, han, a estas alturas de la película, desaparecido
por completo.
Entre tanto, otro
fallo: las confidencias de Echarri a Alterio son totalmente increíbles, desde
el punto de vista psicológico: no nos las creemos ni como trampa ni como error
del argentino; son, sencillamente, una “exigencia del guión” para preparar (muy
previsiblemente) lo que sucederá a continuación, cuando haya que eliminar a
ambos…
Respecto al “duelo
final”, respecto incluso a la escena del balón de fútbol (con Fernández aún en
la liza), mi impresión es que las consecuencias de la escena del baño no se
explotan ni del todo bien ni del todo a fondo por ninguno de los tres
caracteres implicados. Parece que no saben o que no quieren saber, a lo sumo se
intercambian ironías, al final deciden ignorar por completo (ellos, o más bien
los guionistas) lo sucedido; cierto que “lo sucedido” no es demasiado fácil de
gestionar, en la medida en que “lo sucedido” ha empezado a (pero no terminado
de) suceder (pero entonces ¿por qué ha empezado?) (y, bueno, realmente sí ha
habido un final, pero no el esperado y deseado por Fernández –¿y también por Nimri?–);
la única conclusión clara es que la escena prepara/refuerza la vulnerabilidad
de Nimri, quien era en principio, paradójicamente, un personaje “fuerte”…
Queda claro que
Nimri gana, pero que su sentimentalismo (¿femenino?) le hace renunciar a esa
victoria; no sólo eso, ese sentimentalismo es el que, en el último minuto, la
derrota, ante un rival (¿masculinamente?) más frío e implacable.
En resumen, y para
terminar, “El método” es una película entretenida, pero que va de más a menos,
argumentalmente irregular, por momentos psicológicamente endeble, determinada
en demasía (en perjuicio de los caracteres) por sus premisas ideológicas,
políticamente correcta y “comme il faut”, orientada comercialmente de modo
demasiado trivial e inseguro de sí misma, dialécticamente vigorosa pero
inconstante, teatral sin complejos, y actoralmente (hay que mencionar esto como
un punto fuerte del filme) magnífica.
(15 de mayo de 2013)