6 jun 2013

“El método” (2005), de Marcelo Piñeyro


Mis notas a “El método” (2005), de Marcelo Piñeyro


Se trata de una adaptación de la exitosa pieza teatral “El método Grönholm”, de Jordi Galcerán, quien desde un primer momento renegó de la lectura “dramática” que los guionistas Piñeyro y Mateo Gil habían hecho del texto que él había escrito en tono de “comedia”. Después de haber visto la película (pero sin conocer la obra de teatro), me pregunto si alguno de los desajustes o “chirridos” del filme, que irán apareciendo a lo largo de estas notas, no tendrá su origen en esa radical remodulación de la obra original.

La película describe un proceso de selección para un empleo de alto rango en una multinacional; la prueba consiste en una “dinámica de grupo” cuyo triunfador será quien mejor interactúe, influya, resista, etc., con el resto de los candidatos; todo transcurre durante parte de una jornada, casi siempre en el espacio de una sala de reuniones, y entre los ocho personajes que constituyen el grupo de aspirantes y el personal de la empresa de selección.

Para no demorarme con el selecto elenco de actores (lo más granado –o puede que sólo lo más vistoso– del cine español en 2005), anoto ya sus nombres, y paso a otra cosa: Natalia Verbeke (la secretaria), Carmelo Gómez (el honesto), Enrique Alterio (el simpático), Adriana Ozores (la profesional), Najwa Nimri (la ambiciosa), Eduardo Noriega (el “yupi”), Eduard Fernández (el agresivo) y el argentino Pablo Echarri (el descomprometido…).

La película recuerda mucho dos obras mayores: “Doce hombres sin piedad” (un clásico, o el clásico, de “hombres encerrados en una habitación” intercambiando pasiones y traumas) y “Smoking room” (la gran película española sobre miserias y traiciones en el opresivo, claustrofóbico círculo de unos cuantos ejecutivos de una multinacional). Pero, como no cree lo bastante en sí misma, como se desmorona a medio metraje, como está demasiado impaciente, o es demasiado insistente, en demostrarnos lo que pretende a toda costa demostrarnos, acaba bastante lejos de alcanzar la fuerza y la penetración –y, digámoslo yo, la calidad– de cualquiera de las dos pelis mencionadas.

 Como digo, el mensaje es insistente, tan nítido como reiterado, y reforzado además hasta la pura redundancia: “el mundo es malo, la empresa capitalista –o multinacional, u occidental– es un entorno atroz, mirad lo que el lenguaje o la psicología o la ideología corporativa hacen nacer, o aflorar, en los seres humanos, etc., etc.”. Hablo de redundancia porque, a lo narrado y lo descrito, a lo mostrado y lo demostrado, se añade además el contexto de las manifestaciones anti-globalización y anti-Fondo Monetario Internacional en la calle (siempre en fuera de campo, salvo en la escena final, cuando el personaje finalmente derrotado sale a esas calles devastadas por la lucha entre el capitalismo salvaje y los idealistas que creen que “otro mundo es posible”, emergiendo, en plena ruina íntima, de la ruina de dentro de la sede empresarial a la ruina de un mundo desolado por tanto capitalismo y tanta represión –pues ésta es la única lectura posible, una lectura ideologizada y maniquea, del “mundo exterior”, tras el encarnizado combate que se ha contemplado, en el “mundo interior”, entre los ufanos practicantes del juego de la competencia y de la darwiniana “selección natural” empresarial…–). Pero no me desviaré de la película para perderme por los cerros de Úbeda…

La película, lo he escrito antes, no cree lo bastante en sí misma. Y lo demuestra el que parece abandonar, antes de una hora de proyección, la convicción en que el interés y la tensión del espectador podrán mantenerse hasta el final, si es que no se produce antes un cambio de escenario y una efusión de indiscutible “tirón” popular. En consecuencia, lo que podría haber sido una relación sutil entre Fernández y Nimri, un abuso o una influencia de él sobre ella psicológicamente abrumadoras –sin perjuicio de su finura de tratamiento–, se nos traslada como una brusca, extemporánea y finalmente inverosímil escena de sexo en el baño (y una escena particularmente ridícula, visto su todavía más increíble, patético y vodevilesco remate). Pero, insisto, la película no necesitaba en absoluto esta ración de “carnaza” para mantener el interés, porque lo estaba logrando perfectamente.

(Sí, he dicho “carnaza”: se nos muestra el semen de Fernández con todo su color y textura…).

(No voy a entrar en si Nimri quiere o no quiere, si se deja o no se deja, si juega o no juega: doctores tiene la Iglesia).

“Otra explicación es posible”: había que hacer que “los galanes”, o mejor, las estrellas en general (Fernández, Noriega, Nimri), se lucieran de otro modo que departiendo (más o menos) civilizadamente en una mesa de despacho…

De lo dicho quedará claro que mi parte favorita de la película es la inicial, la del encuentro y saludo de los caracteres, la de la noticia del “topo” de la empresa infiltrado entre los candidatos, la de las pruebas y eliminaciones iniciales, la de las primeras discusiones de fondo (Gómez, Ozores): creo que los diálogos, y también el “invisible” rodaje, rayan a gran altura.

El receso alimenticio es admisible, pero la llegada a la escena del baño hace que la película se tambalee; y desde ese momento no asistimos más que a una cuesta abajo (lo he escrito también antes: la peli se desmorona a medio metraje), en que, por ejemplo, resulta ya evidente que el “duelo final” será sentimental (y la subsiguiente eliminación de otro candidato nos confirma en esta impresión); adiós a la originalidad, a la sorpresa, a la incertidumbre acerca del siguiente paso en la trama, de los que pudimos disfrutar durante, digamos, la primera media hora, o la primera mitad, de la película.

La escena siguiente, en que los tres “supervivientes” se pasan un balón de fútbol mientras responden ansiosamente a preguntas propias del antañón pero inolvidable “Un, dos, tres”, nos causa la impresión de que la imaginación del guionista se ha agotado (¿es esto lo más que puede ocurrírsele, dentro de todas las “dinámicas de grupo” posibles?): se trata, sencillamente, de eliminar a Fernández, y de hacerlo por el simple expediente de exarcebar su naturaleza violenta burlándose de sus carencias en idiomas (pues los puntos ganados o perdidos en este decepcionante juego de preguntas y respuestas son, a la postre, del todo irrelevantes…). Como se ve, la finura, la tensión psicológica, el ingenio de los desafíos, han, a estas alturas de la película, desaparecido por completo.

Entre tanto, otro fallo: las confidencias de Echarri a Alterio son totalmente increíbles, desde el punto de vista psicológico: no nos las creemos ni como trampa ni como error del argentino; son, sencillamente, una “exigencia del guión” para preparar (muy previsiblemente) lo que sucederá a continuación, cuando haya que eliminar a ambos…

Respecto al “duelo final”, respecto incluso a la escena del balón de fútbol (con Fernández aún en la liza), mi impresión es que las consecuencias de la escena del baño no se explotan ni del todo bien ni del todo a fondo por ninguno de los tres caracteres implicados. Parece que no saben o que no quieren saber, a lo sumo se intercambian ironías, al final deciden ignorar por completo (ellos, o más bien los guionistas) lo sucedido; cierto que “lo sucedido” no es demasiado fácil de gestionar, en la medida en que “lo sucedido” ha empezado a (pero no terminado de) suceder (pero entonces ¿por qué ha empezado?) (y, bueno, realmente sí ha habido un final, pero no el esperado y deseado por Fernández –¿y también por Nimri?–); la única conclusión clara es que la escena prepara/refuerza la vulnerabilidad de Nimri, quien era en principio, paradójicamente, un personaje “fuerte”…

Queda claro que Nimri gana, pero que su sentimentalismo (¿femenino?) le hace renunciar a esa victoria; no sólo eso, ese sentimentalismo es el que, en el último minuto, la derrota, ante un rival (¿masculinamente?) más frío e implacable.

En resumen, y para terminar, “El método” es una película entretenida, pero que va de más a menos, argumentalmente irregular, por momentos psicológicamente endeble, determinada en demasía (en perjuicio de los caracteres) por sus premisas ideológicas, políticamente correcta y “comme il faut”, orientada comercialmente de modo demasiado trivial e inseguro de sí misma, dialécticamente vigorosa pero inconstante, teatral sin complejos, y actoralmente (hay que mencionar esto como un punto fuerte del filme) magnífica.           (15 de mayo de 2013)

3 comentarios:

  1. Lo dice alguien que nunca ha escrito ni un cuento en su vida

    ResponderEliminar
  2. Un bodrio infumable y actores pésimos que no vocalizan.

    ResponderEliminar
  3. El método políticamente correcta. Lo que hay que leer...

    ResponderEliminar