6 jun 2013

“Las diabólicas” (1954), de Henri-Georges Clouzot


Mis notas a “Las diabólicas” (1954), de Henri-Georges Clouzot


“Las diabólicas”, una de las dos o tres películas esenciales en la filmografía de Clouzot, ha sido muy elogiada por su suspense, pero a mi juicio lo más sobresaliente en ella no es la tensión, sino la atmósfera. Desde el primer minuto del filme respiramos un aire enrarecido, morboso, perverso, aberrante; y esta sensación no nos dejará en ningún momento del film.

El internado en que sucede la mayor parte de la acción (aunque no el crimen central), una institución llamada “Delassalle”, es un entorno donde “algo huele a podrido” desde el comienzo: aparece Signoret con gafas de sol, los otros maestros ironizan con el escándalo escuchado a altas horas de la noche en la habitación de ella, vemos poco después que las gafas solares tienen como objeto ocultar la amoratada consecuencia de una bofetada (al menos) de su amante, entendemos que el amante es el director del internado, conocemos a la esposa del director y sus buenas relaciones con la amante de su marido… ¡Y esto es sólo el principio! Naturalmente, voces en la alta noche de un colegio, infidelidad conyugal, machismo agresivo, maltrato físico y psicológico de dos mujeres, abuso de superioridad jerárquica y “armonía de los opuestos” entre las dos víctimas son anomalías suficientes como para tener por seguro que no van a quedarse sólo en eso…

Y el paso siguiente es que las mujeres se concierten para asesinar al tirano de ambas. Y el siguiente es que lleven a cabo el asesinato. Y el siguiente es que traten de encubrir su responsabilidad en el crimen. Y el siguiente…

Antes de llegar a todo ello, encontramos “lindezas” como el espectáculo de los alumnos alimentados con comida escasa y echada a perder y, sobre todo, el de la pobre esposa-maestra forzada por su marido-director a tragar, en atenta presencia de los otros docentes y de los alumnos del internado, un plato que la repugna; se trata de un momento particularmente odioso y repulsivo, cuyo sadismo aumenta la tensión acumulada entre las cuatro paredes de la insana “Institución Delassalle”.

Y resulta que es la esposa quien ha financiado y financia la escuela, que el dinero es sólo de ella, que el tirano que la victimiza es en realidad la “mitad pobre” de la pareja; de ahí que él acuda rápidamente junto a la esposa, cuando ésta le anuncia por teléfono su intención de divorciarse; lo que, naturalmente, es sólo una añagaza para atraerle a la casa de Signoret, donde las dos mujeres han planeado realizar el asesinato; pero, una vez allí, naturalmente, ante la esposa sumisa, religiosa, presta al “martirio” y repelida por la idea del crimen, “la bestia” se desata de nuevo, tras unos minutos de comedia conyugal; más insultos, más maltrato, más menosprecio, lo que inclina por fin el ánimo de la hasta ahora apocada esposa, que se lanza sin más vacilaciones a envenenarlo.

No pretendo desvelar el argumento de la historia: trato sencillamente de mostrar el ambiente enfermizo, perverso, de todo el relato.

Naturalmente, quiero pensar que este ambiente estaba ya en la novela en que se basa el filme (novela escrita por unos tales Boileau y Narcejac); pero hay que decir que la traslación cinematográfica es perfecta.

Y unos últimos apuntes, en esta misma línea: la mañana tras el crimen, las dos mujeres se asoman a ver si el cadáver del marido-amante-director ha emergido de la piscina a la que lo han lanzado esa madrugada; esto no sería en absoluto llamativo si las dos mujeres no se asomaran en pijama a la ventana de la misma habitación (la alusión al lesbianismo de las dos mujeres, por fin liberado tras el sacrificio del macho castigador y represor, no puede ser más obvia); Clouzot es una venezolana (y el director es denominado, en una ocasión, curiosamente, “Miguel”), una mujercita religiosa, tímida, sumisa, pero Signoret es una señora de armas tomar, capaz de urdir el crimen y de empujar la cabeza del hombre narcotizado (por su cómplice Clouzot) dentro de una bañera hasta ahogarlo como si fuera un gatito, y una señora con un pasado (se alude difusamente a su expulsión de la enseñanza pública…); las dos mujeres, ansiosas (¿por qué?) de que el cadáver del director se descubra por fin impulsan la acción hacia el descubrimiento y sanción de su crimen (p.ej. hacen vaciar la piscina –¡para descubrir que el cadáver ha desaparecido!– o, absurdamente, acaban atrayendo a la institución –Clouzot– al pintoresco e inquisitivo detective jubilado), en una auténtica atracción vertiginosa por el castigo (en un momento dado, están a punto de telefonear a la policía –pero al fin Signoret lo impide…–, y finalmente Clouzot revela la verdad al detective –y hay que decir que es una revelación de lo más infantil, por cierto…–).

El crimen en torno al cual pivota toda la trama es sumamente artificioso, o así me lo parece a mí: primero las mujeres se van del internado, luego atraen al hombre a la casa de Signoret para ser asesinado allí, y más tarde se empeñan en llevar de vuelta el cadáver al colegio para hundirlo en la piscina del patio de recreo: ¡yo diría que el asesinato no puede ser más tortuoso y arriesgado, con todas esas idas y venidas por lugares cotidianos y entre gentes archi-conocidas!

 En cuanto a los momentos de suspense a lo largo de la trama, no son mucho más plausibles: pedir ayuda a los vecinos para sacar el baúl de mimbre con el cadáver del director dentro (baúl que por supuesto se entreabre en la operación…) o toparse con el soldado borracho, empeñado en hacer el viaje con las dos mujeres, que justo entonces llevan el baúl con el muerto en el maletero (maletero que por supuesto se abre durante el forcejeo…) son momentos de tensión bastante pueriles (por evitables y por forzados), diría yo…

 Más plausible, desde el punto de vista del interés de la acción, es la cadena de sorpresas que siguen a la desaparición (o, mejor, a la no-aparición) del cadáver del director en la piscina: me refiero a la llegada de su traje de la tintorería; a la visita del cochambroso hotel en que tiene reservada, misteriosamente, una habitación; al testimonio del escolar tozudo en su seguridad de haber sido amonestado por el director; al momento en que, como un verdadero fantasma, la imagen del director aparece al fondo de la foto colectiva de todos los miembros de la comunidad escolar.

El suspense final (Clouzot, convaleciente de su delicado corazón, recorriendo paso a paso, entre sombras, las escaleras, los pasillos, las habitaciones, en busca del fantasma, o del cadáver redivivo, del marido al que ha asesinado…) es más que aceptable, pero no me entusiasma ni me parece el aspecto más destacable de la película.

Por cierto, sí me entusiasma la resolución del filme en “doble final”: hay primero un final lógico o realista (muy poco convincente, yo diría incluso que insostenible a tenor de todo lo sucedido hasta ese momento, pero que sirve para devolver el “sentido común” a la historia de fantasmas y de muertos errabundos) y luego un final misterioso o fantástico, que en un segundo devuelve el relato (y el ambiente) a lo tenebroso e inexplicable.

Un historiador del cine podría asegurar si el suspense final y la resolución en “doble final” del argumento son aportaciones pioneras de este film (que, de ser el caso, sería sin duda una pieza que habría marcado época); al respecto hay que señalar que el maestro Hitchcock adoraba “Las diabólicas”, que y aprovechó y reconoció su infuencia (¿en “Psicosis”, por ejemplo?), si bien es cierto que, por entonces, el “maestro del suspense” ya lo era, diría yo; en cuanto al doble final, tengo la impresión de haber encontrado algún final así en alguna pieza literaria de Maupassant o de Poe, pero creo que no recuerdo ninguno similar en una película previa a 1954 (aunque me temo que mis escasos conocimientos de historia del cine me impiden aventurar ninguna aserción categórica).

Quizá fuera exacto, con respecto al cine de suspense, decir que esta película, vista sesenta años después de su rodaje, parece ahora más influyente que importante en sí misma.

Hay que añadir, en otro orden de cosas, una palabra de elogio a los actores secundarios de la película. Si Vera Clouzot está fabulosa (por desgracia la pobre mujer moriría poco después, precisamente de un ataque al corazón, dejando una filmografía y una vida demasiado cortas), y si Signoret cumple con su rol de divinidad hierática e implacable, caracteres secundarios como los maestros (el maestro servil y el maestro malévolo, ambos igualmente sujetos a la férula del imperioso director), o como esos niños que contemplan asombrados los anormales acontecimientos que suceden a su alrededor, o como el cortés y agobiante detective jubilado, son de verdad deliciosos.

“Es una historia de locos, un problema de vasos comunicantes, de bañeras que se llenan y piscinas que se vacían” (cita no literal).

Otra cita, esta vez la que encabeza la película, del esteticista y malditista Barbey D’Aurevilly: “Un cuadro es lo suficientemente moral cuando es trágico y describe el horror de las cosas que retrata”. La única justificación de la presencia de este aforismo en el frontispicio del film es la de prevenir la acusación de inmoral que podría hacérsele, y que sin duda se le hizo.

Es más divertido el texto que llena la pantalla como colofón, y que me permito reproducir también al terminar estas notas: “No sean diabólicos y no digan a sus amistades cómo termina la película” (precepto que, naturalmente, he cumplido a rajatabla a lo largo de este texto: para no ser “diabólico”, sí, pero también por “angelical” respeto al autor, a la obra de arte y al espectador de la misma).         (9-mayo-13)

1 comentario:

  1. Magnifico comentario de la película, Las Diabólicas, de Clouzot. Una de mis películas favoritas junto a,uan El salario del miedo. Excelentes.
    Soy Juan Mari, anciano y pintor. Sabría usted decirme, donde se rodó la película...? Instituto, casa donde de cometió el crimen, etc. ?
    Mire si me gusta la película, que un día, marché a Niort-Francia. Y buscando la casa del crimen, me dijeron,
    que no se había rodado en esta bella ciudad que es Niort. Amigo, haber si me puede ayudar. Atentamente, Juan Mari.

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