Un tercio, sin exagerar
(Mi comentario a “Alatriste” (2006),
de Agustín Díaz Yanes)
En el
instituto nos han obligado a ver esta película (como la han puesto en horas de
clase, no ha habido modo de que nos zafáramos). Luego, el profe nos ha
preguntado si nos había parecido interesante y si nos había dado ganas de leer
los libros en que se basa. Alguno ha respondido lo que todos pensábamos: que la
peli es un rollo macabeo, y que después de verla habría que estar loco para
acercarse a menos de dos metros de las novelas del tal Reverte.
Por lo
que uno observa en la peli, los libros deben de consistir en un montón de pequeñas
historias, que empiezan sin avisar, que se entremezclan sin orden y que no
terminan en nada. O sea, lo ideal para asegurarse a la vez aburrimiento y dolor
de cabeza…
Además,
es fácil deducir que el señor Pérez es un pelmazo de las descripciones. Me imagino
docenas de páginas dedicadas a explicar por escrito lo que una simple foto
mostraría a un solo golpe de vista. Digo esto suponiendo que la serie de
estampitas que forman la peli, muy como de cuadro, muy cuidadas, muy bonitas,
son reflejo de la manera de escribir del Pérez.
Luego
están las filosofías. Sin duda que las novelas incluyen muchos de esos pasajes tediosos
e incomprensibles que abundan en nuestro libro de la asignatura de filosofía.
Los personajes están siempre, sobre todo antes de morir, hablando del más allá,
del pecado, de Dios. Y algunos hasta pergeñan visajes místicos (como la frecuente
mirada en blanco del amigo catalán de Alatriste). Todo ello es muy cansino y
muy alucinado, y hace suponer a un Pérez teólogo, o sea, insoportable.
Por cierto,
creo que él es además seguidor de Descartes (si es que no me estoy liando con
los autores...). Eso, o bien sufre de una tortícolis crónica que ha degenerado
en un trauma mental. Aventuro estas suposiciones porque en la peli, y seguro
que también en la novela, casi no hay vez en que se mate en la que no se ponga
la guinda de un vistoso degüello. Hasta un tipo que se mata a sí mismo lo hace
rajándose aplicadamente el pescuezo. No creo que esto sea casual, o sea, que
esté falto de abstrusas razones, pero, en cualquier caso, es terriblemente
monótono…
Por
cierto, es igual de monótono que los amigos (y los enemigos) del protagonista
Alatriste. Son todos unos macarras, todos unos chulos navajeros que desenvainan
rápido por un quítame allá esas pajas. También de estos matones que van por ahí
pinchando a tíos como si fueran aceitunas y que hablan todo el rato como el puto
culo se cansa uno, la verdad.
Uno de
ellos debe de ser el personaje gracioso, en las novelas (pero no es muy
gracioso). Es un tipo imposible, un gordo con gafas que va de aquí para allá,
como todos los demás, sacando la espada venga o no a cuento (por fortuna para
él, al final le hacen el favor de encarcelarle, supongo que para protegerle de
su propia imprudencia…). Ni idea de por qué este sujeto comparte tertulia
política con el embrutecido Alatriste, que evidentemente no lee a diario la
prensa. En fin, a juzgar por la película, en la novela debe de contarse de modo
estrambótico esta relación de Alatriste con el tal Quebeo o Quebeco (de quien,
por cierto, pese a que hace coplillas, no hemos oído ni una palabra en clase: lo
que es normal, ya que estudiamos literatura, no arqueología o paleografía…). La
relación entre los dos ya es bastante estrambótica de por sí, si se piensa no
sólo en sus respectivos currículos, sino también en la expectativa de vida de un
hombre de la época (y no digamos de los soldados de la época, entre los que se
cuenta el combativísimo Alatriste…). Y para acumulaciones de cosas estrambóticas
ya tenemos bastantes en la televisión…
Siempre
conjeturando a partir de la película, Pérez tiene toda la pinta de ser uno de
esos escritores empeñados en ser “super-originales” y “extra-modernos” a toda
costa. Me apuesto cualquier cosa a que en sus libros las escenas de batalla
están impresas todas en tinta azul y un poco borrosa, como para dar la
impresión de niebla o de humo. Por lo menos en la peli, son siempre así… Y
–otra suposición– las intervenciones de Alatriste en los diálogos seguro que
están compuestas con una letra más pequeña y fina, y cursiva, y en tinta
desvaída, o sea, de una manera que el actor, con su peculiar forma de hablar,
forzada hasta lo inverosímil, ensaya de reproducir fielmente… ¿Pero a quién de
nuestra clase del instituto, o incluso de nuestra generación, pueden atraerle
estos ridículos vanguardismos cosméticos?
Pérez,
siempre hablando sobre sus novelas “alatristonas” basándome en su adaptación
cinematográfica, demuestra ser un excelente cronista deportivo, eso sí. Según
se las describe, las batallas tienen la transcendencia de los grandes partidos
de los miércoles, y España parece enfrentarse, entre las brumas flamencas, contra
el Anderlecht o el Ayax, con Alatriste desempeñándose como rocoso defensa
central. Comento esto porque, aparte de estar desconectados por completo de las
muchas microhistorias que suceden a los personajes, o sea, aparte de tratarse
de puros caprichos o estampas visuales, no se ve muy bien qué pintan esta
especie de partidos de clasificación en la gran historia con mayúsculas (o sea,
la que estudiamos en los libros de Historia). Está la foto (hoy en el Prado,
creo) de la obtención de la Champions League en Breda, está la prórroga épica
(con muchos hombres menos sobre el terreno de juego que el equipo rival) del
partido de Rocroi, y hay otros varios lances del noble deporte en encuentros en
la cumbre, pero no se ve qué tiene que ver nada de todo ello con la Historia
con mayúsculas, más allá de alusiones a “la decadencia”, “la corrupción” o “la
pobreza”, siempre muy oportunas y muy adecuadas entre españoles. Siendo así, francamente,
para crónicas deportivas yo prefiero hojear el “Marca” en la cafetería… Y en
cuanto a la historia de verdad, ya la estudiamos en la asignatura dedicada a
ella.
Y luego,
ves algún detalle de la película, y te das cuenta de que el libro no da la
impresión de estar muy bien escrito. Por ejemplo, en alguna de esas cartas
leídas en “off”, que se supone deben sonar en nuestros oídos como sonarían documentos
redactados verdaderamente en aquella época, se usa el verbo “decir” dos veces
casi seguidas (esto, por no hablar de su prosaísmo pedestre…). ¡Y yo estoy
seguro, aunque mi opinión sea sólo la de un estudiante, de que una reiteración
tan obvia no era elegante, ni adecuada, ni usual, en las cartas que se cruzaba
la gente letrada del Siglo de Oro!
No, no nos ha gustado en
absoluto la película (creo que, al expresar este disgusto, hablo en nombre de
toda mi clase), nos ha parecido larguísima, lenta, confusa, pretenciosa, engolada,
vacua, banal. Y me parece imposible que alguno de nuestros docentes piense que,
tras haberla visto, siquiera un solo alumno va a sentir la menor atracción por
las novelas “alatristonas” del señor Pérez. No son para ojos ni para mentes de
jóvenes estudiantes, en mi modestísima opinión, los rasgos de sus novelas que
la peli refleja (entiendo que con fidelidad, y entiendo que con el
consentimiento o la colaboración del propio señor Pérez) y que yo he tratado de
inventariar: el miniaturismo, la descriptomanía, la propensión
teológico-mística, la monotonía hampona, el estrambote relacional, las
fantasías tipográficas, la deportivización histórica, el cutrerío redactor. A
mí, por lo menos –aprovecho este comentario para dejar constancia por escrito,
solemnemente, de mi firme voluntad al respecto–, si me pillan con uno de los
libros de “Alatriste” en las manos, que por favor me conduzcan de inmediato al
servicio de Urgencias psiquiátricas más próximo. (24 de octubre de 2015)
Afortunadamente las novelas son otra cosa... Porque en verdad la película es un engendro. Gran ocasión pérdida para hacer una película histórica digna.
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