27 oct 2015

“Alatriste” (2006), de Agustín Díaz Yanes


Un tercio, sin exagerar
(Mi comentario a “Alatriste” (2006), de Agustín Díaz Yanes)

En el instituto nos han obligado a ver esta película (como la han puesto en horas de clase, no ha habido modo de que nos zafáramos). Luego, el profe nos ha preguntado si nos había parecido interesante y si nos había dado ganas de leer los libros en que se basa. Alguno ha respondido lo que todos pensábamos: que la peli es un rollo macabeo, y que después de verla habría que estar loco para acercarse a menos de dos metros de las novelas del tal Reverte.
Por lo que uno observa en la peli, los libros deben de consistir en un montón de pequeñas historias, que empiezan sin avisar, que se entremezclan sin orden y que no terminan en nada. O sea, lo ideal para asegurarse a la vez aburrimiento y dolor de cabeza…
Además, es fácil deducir que el señor Pérez es un pelmazo de las descripciones. Me imagino docenas de páginas dedicadas a explicar por escrito lo que una simple foto mostraría a un solo golpe de vista. Digo esto suponiendo que la serie de estampitas que forman la peli, muy como de cuadro, muy cuidadas, muy bonitas, son reflejo de la manera de escribir del Pérez.
Luego están las filosofías. Sin duda que las novelas incluyen muchos de esos pasajes tediosos e incomprensibles que abundan en nuestro libro de la asignatura de filosofía. Los personajes están siempre, sobre todo antes de morir, hablando del más allá, del pecado, de Dios. Y algunos hasta pergeñan visajes místicos (como la frecuente mirada en blanco del amigo catalán de Alatriste). Todo ello es muy cansino y muy alucinado, y hace suponer a un Pérez teólogo, o sea, insoportable.
Por cierto, creo que él es además seguidor de Descartes (si es que no me estoy liando con los autores...). Eso, o bien sufre de una tortícolis crónica que ha degenerado en un trauma mental. Aventuro estas suposiciones porque en la peli, y seguro que también en la novela, casi no hay vez en que se mate en la que no se ponga la guinda de un vistoso degüello. Hasta un tipo que se mata a sí mismo lo hace rajándose aplicadamente el pescuezo. No creo que esto sea casual, o sea, que esté falto de abstrusas razones, pero, en cualquier caso, es terriblemente monótono…
Por cierto, es igual de monótono que los amigos (y los enemigos) del protagonista Alatriste. Son todos unos macarras, todos unos chulos navajeros que desenvainan rápido por un quítame allá esas pajas. También de estos matones que van por ahí pinchando a tíos como si fueran aceitunas y que hablan todo el rato como el puto culo se cansa uno, la verdad.
Uno de ellos debe de ser el personaje gracioso, en las novelas (pero no es muy gracioso). Es un tipo imposible, un gordo con gafas que va de aquí para allá, como todos los demás, sacando la espada venga o no a cuento (por fortuna para él, al final le hacen el favor de encarcelarle, supongo que para protegerle de su propia imprudencia…). Ni idea de por qué este sujeto comparte tertulia política con el embrutecido Alatriste, que evidentemente no lee a diario la prensa. En fin, a juzgar por la película, en la novela debe de contarse de modo estrambótico esta relación de Alatriste con el tal Quebeo o Quebeco (de quien, por cierto, pese a que hace coplillas, no hemos oído ni una palabra en clase: lo que es normal, ya que estudiamos literatura, no arqueología o paleografía…). La relación entre los dos ya es bastante estrambótica de por sí, si se piensa no sólo en sus respectivos currículos, sino también en la expectativa de vida de un hombre de la época (y no digamos de los soldados de la época, entre los que se cuenta el combativísimo Alatriste…). Y para acumulaciones de cosas estrambóticas ya tenemos bastantes en la televisión…
Siempre conjeturando a partir de la película, Pérez tiene toda la pinta de ser uno de esos escritores empeñados en ser “super-originales” y “extra-modernos” a toda costa. Me apuesto cualquier cosa a que en sus libros las escenas de batalla están impresas todas en tinta azul y un poco borrosa, como para dar la impresión de niebla o de humo. Por lo menos en la peli, son siempre así… Y –otra suposición– las intervenciones de Alatriste en los diálogos seguro que están compuestas con una letra más pequeña y fina, y cursiva, y en tinta desvaída, o sea, de una manera que el actor, con su peculiar forma de hablar, forzada hasta lo inverosímil, ensaya de reproducir fielmente… ¿Pero a quién de nuestra clase del instituto, o incluso de nuestra generación, pueden atraerle estos ridículos vanguardismos cosméticos?
Pérez, siempre hablando sobre sus novelas “alatristonas” basándome en su adaptación cinematográfica, demuestra ser un excelente cronista deportivo, eso sí. Según se las describe, las batallas tienen la transcendencia de los grandes partidos de los miércoles, y España parece enfrentarse, entre las brumas flamencas, contra el Anderlecht o el Ayax, con Alatriste desempeñándose como rocoso defensa central. Comento esto porque, aparte de estar desconectados por completo de las muchas microhistorias que suceden a los personajes, o sea, aparte de tratarse de puros caprichos o estampas visuales, no se ve muy bien qué pintan esta especie de partidos de clasificación en la gran historia con mayúsculas (o sea, la que estudiamos en los libros de Historia). Está la foto (hoy en el Prado, creo) de la obtención de la Champions League en Breda, está la prórroga épica (con muchos hombres menos sobre el terreno de juego que el equipo rival) del partido de Rocroi, y hay otros varios lances del noble deporte en encuentros en la cumbre, pero no se ve qué tiene que ver nada de todo ello con la Historia con mayúsculas, más allá de alusiones a “la decadencia”, “la corrupción” o “la pobreza”, siempre muy oportunas y muy adecuadas entre españoles. Siendo así, francamente, para crónicas deportivas yo prefiero hojear el “Marca” en la cafetería… Y en cuanto a la historia de verdad, ya la estudiamos en la asignatura dedicada a ella.
Y luego, ves algún detalle de la película, y te das cuenta de que el libro no da la impresión de estar muy bien escrito. Por ejemplo, en alguna de esas cartas leídas en “off”, que se supone deben sonar en nuestros oídos como sonarían documentos redactados verdaderamente en aquella época, se usa el verbo “decir” dos veces casi seguidas (esto, por no hablar de su prosaísmo pedestre…). ¡Y yo estoy seguro, aunque mi opinión sea sólo la de un estudiante, de que una reiteración tan obvia no era elegante, ni adecuada, ni usual, en las cartas que se cruzaba la gente letrada del Siglo de Oro!
              No, no nos ha gustado en absoluto la película (creo que, al expresar este disgusto, hablo en nombre de toda mi clase), nos ha parecido larguísima, lenta, confusa, pretenciosa, engolada, vacua, banal. Y me parece imposible que alguno de nuestros docentes piense que, tras haberla visto, siquiera un solo alumno va a sentir la menor atracción por las novelas “alatristonas” del señor Pérez. No son para ojos ni para mentes de jóvenes estudiantes, en mi modestísima opinión, los rasgos de sus novelas que la peli refleja (entiendo que con fidelidad, y entiendo que con el consentimiento o la colaboración del propio señor Pérez) y que yo he tratado de inventariar: el miniaturismo, la descriptomanía, la propensión teológico-mística, la monotonía hampona, el estrambote relacional, las fantasías tipográficas, la deportivización histórica, el cutrerío redactor. A mí, por lo menos –aprovecho este comentario para dejar constancia por escrito, solemnemente, de mi firme voluntad al respecto–, si me pillan con uno de los libros de “Alatriste” en las manos, que por favor me conduzcan de inmediato al servicio de Urgencias psiquiátricas más próximo.                    (24 de octubre de 2015)

2 comentarios:

  1. Afortunadamente las novelas son otra cosa... Porque en verdad la película es un engendro. Gran ocasión pérdida para hacer una película histórica digna.

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