16 oct 2015

“La gran familia española” (2013), de Daniel Sánchez Arévalo


La hermandad del Gol naciente
(Mi comentario a “La gran familia española” (2013), de Daniel Sánchez Arévalo)
 
Aunque “La gran familia española” es una película con suficiente personalidad y solidez, yo no puedo evitar considerarla, por encima de todo, como una imponente exhibición de las dotes de su autor. El ya no tan joven Daniel Sánchez Arévalo causa la impresión de un talento que se despereza, de un talento cuya fuerza dormida parece al fin agitarse y disponerse a realizaciones hasta ahora impensables (y empleo este calificativo movido por mi tibia recepción, en su momento, de “Azuloscurocasinegro”).
Sánchez Arévalo, guionista y director de “La gran familia española”, brilla, en esta obra singular, en una amplia variedad de facetas (tan amplia, que prefiero enumerarlas a listarlas de corrido):
1) Se le ha ocurrido la brillante idea de situar una historia familiar (la celebración de una boda, en una familia de cinco hermanos varones y de padres separados, celebración que obra como un catalizador de las relaciones, conflictos, afectos, memorias, etc., que ligan a unos con otros) en el momento justo, y casi durante la duración justa (incluyendo las horas preliminares), de “la mayor ocasión que vieron los siglos”, es decir, la final del Mundial de Sudáfrica 2010, de imperecedero recuerdo para tantos individuos y familias españoles similares a los descritos en la película. Este recurso (la trama de la ficción en el marco de un memorable acontecimiento deportivo auténtico), que podría ser una ocurrencia trivial, se trata y explota con maestría, integrándolo armoniosamente en la trama o, por mejor decir, en las diversas tramas del filme. (Me permito aquí la acotación erudita de citar una pieza de Fassbinder, allá por los ’80, que usaba también un partido de fútbol en la cumbre, en este caso de la “Mannschaft”: se trata de “El matrimonio de Eva Braun”, si no recuerdo mal).
2) Domina diversos tonos, y es capaz de alternarlos y combinarlos con toda destreza. Por un lado, el registro dramático, con las historias serias del padre abandonado por su mujer, del fracasado hijo mayor, del triángulo amoroso carcomido por los escrúpulos fraternales; por otro, el registro más humorístico o cómico, con los avatares del accidentado matrimonio entre los dos cuasi adolescentes y con oportunos gags (el camarero, la prima). Ora se nos presenta el ánimo desolado del padre, aún enamorado de su mujer, o bien asistimos a los altibajos de su crisis de salud, crisis a raíz de la cual la boda es momentáneamente postergada (lo que propicia que, mientras el padre se recupera –o no–, los hermanos interactúen intensamente y los asistentes más desapegados sigan el electrizante encuentro deportivo), o bien se nos describe, con precisión y delicadeza, el denso conflicto de afectos entre los dos hermanos a cuenta de la novia que, siéndolo antaño de uno, lo es ahora de otro. Ora somos testigos divertidos de los descubrimientos y desconciertos de los jóvenes novios (y de la pintoresca hermana de la novia), o bien nos hacen reír el entrañable hermano retrasado o la sobrina forofa del equipo español y de su icónico guardameta. De una y de otra veta, la seria y la ligera, el escritor-director sabe extraer interés, emoción, sonrisas.
3) Todos los personajes aceleradamente mentados en el número anterior están pintados con mimo y con relieve. Los diez o doce caracteres esenciales en la acción, que son bastantes, nos parecen pocos, y además cercanos, dada la destreza del escritor-director para caracterizarlos e irlos alternando a lo largo del filme. Y no es el menor mérito que esto se logre con tanta naturalidad y (aparente) sencillez.
4) Nunca se agotan los recursos expresivos con que el rodaje nos sorprende, nos entretiene, nos complace. Hay siempre una interpolación, un nuevo juego de cámara, una nueva estrategia en la perspectiva o en la narración, cuya imaginación y cuya eficacia son admirables (pienso, por ejemplo, en la declaración “policial” de los tres personajes implicados en el robo, en el montaje paralelo, diálogos incluidos, de la confesión de los dos novios a sus respectivas familias, o en el planteamiento musical, que resulta tan sorprendente como coherente, de la ceremonia de la boda).
5) Las interpolaciones en el relato merecen capítulo aparte: ya el inicio (la carta del novio-niño) es de un vigor y un encanto avasalladores, pero recuerdo también la evocación (mediante fotografías y música) de los días pasados por los novios y la hermana de la novia en la playa, o el “momento (de comedia) musical” de la ceremonia de la boda. El cambio de ritmo y de tono que suponen, la solvencia artística (también) en estas inteligentes miniaturas, y su poderoso efecto sobre la narración, son otros tantos aspectos dignos de elogio.
6) La fotografía de “La gran familia española” es, de por sí, ya una obra de arte: la caída de la tarde, la llegada del ocaso, se capturan con una nitidez y una belleza emocionantes. La carpa en que la concurrencia sigue el partido crucial, la piscina al sol vespertino (cuando, justo tras la suspensión de la boda, charlan los novios sobre su relación), la misma piscina de noche (cuando se reconcilian el hermano y su novia, la ex del hermano mayor), el porche de la casa (donde las hermanas se sinceran y abrazan) o el vacío conjunto de sillas (ahora que la celebración nupcial ha sido interrumpida) reciben igualmente un tratamiento fotográfico esmerado.
7) Enmarcar la historia en el mítico musical “Siete novias para siete hermanos” (cuyas evocadoras imágenes inician y concluyen la película) es también un acierto: es originalísimo desde el punto de vista narrativo, y sitúa perfectamente (y, por contraste con el almíbar hollywoodense, con un punto de amargura) la historia en su temática y en sus valores (exaltación del valor de la familia y de las virtudes familiares, seguimiento de modelos míticos de familia, ambición, densidad y frustración de los grandes empeños vitales…). La apelación a una “gran familia” norteamericana para construir “la gran familia española” tiene un sentido irónico (pero es una ironía triste, sin hiel), tanto como la revelación final de la esterilidad y de la total mentira (o total abnegación) subsiguiente que fundamentaron tan magno proyecto… (Añado incidentalmente, al hilo de “Siete novias…”, que el empleo de música también norteamericana en las interpolaciones es, del mismo modo, pertinente y eficaz).
8) Sánchez Arévalo es un escritor solvente, como puede colegirse de muchos de los diálogos. Me gustan especialmente los que sostienen los dos hermanos implicados (uno en el pasado y otro en el momento actual) con la misma mujer. Las conversaciones de los adolescentes también son muy plausibles (e hilarantes), algo a lo que sin duda contribuye también el talento actoral de algunos o de todos ellos (Patrick Criado, por ejemplo).
9) Por encima de todo, es evidente que el argumento (el número de hermanos, sus idiosincrasias particulares, las interacciones entre ellos) ha sido cuidadosamente ideado, organizado y puesto por escrito. A pesar de ello, y siendo por una vez quisquilloso con la película, en la red de tramas paralelas, sobre el fondo de la historia de la boda (todo lo cual se desarrolla, como ya dije, en el contexto del “escalofrío” nacional de aquella histórica noche de julio, y dentro del marco referencial de “Siete novias para siete hermanos”, como he intentado explicar), encuentro que flaquea y queda un tanto suelta (y medio resuelta) la trama del robo (el derrotado y deprimido hermano mayor robando el oro del padre gravemente enfermo). Respecto de los diálogos, un momento notablemente débil es la unánime carcajada de todos los testigos (sin excepción alguna) ante la confesión de virginidad (y de sus motivos, sean sinceros o no) de los novios adolescentes (una reacción mayoritaria de incredulidad o de jocosidad sería comprensible; que la reacción sea unánime denota, en este punto, una escritura puramente, complacientemente ideológica). Y, en punto a los personajes, queda sin explicación el hecho de que la madre no aparezca en ningún momento en pantalla, ni siquiera en forma de recuerdo o de evocación.
10) La gran versatilidad de Sánchez Arévalo, en los tonos, en las tramas, en los recursos, que enumero como una virtud más, la última y quizá la principal, de “La gran familia española”, es precisamente lo que me hace depositar grandes esperanzas en lo que vislumbro. Vislumbro un autor que puede elegir su tono, sus relatos, su estilo, sus personajes, su público, puesto que en esta “comedia seria” acredita sobradamente su preparación para abordar y convencer con cualquiera de ellos. La película, de hecho, se me aparece ante todo, ya lo he dicho más arriba, como un muestrario o catálogo de sus dotes, condensadas en noventa variados, ágiles y solventes minutos. De ser yo consejero suyo, le recomendaría optar por el drama sin aderezos ni palancas comerciales, dejando de lado la temática y la problemática adolescentes: el drama de sentimientos, el drama de caracteres, el drama de mensaje (bien ejemplificados en esas agudas frases sobre ganar y perder, o sobre la oportunidad que depara el tiempo, oportunidad que es “como los quesitos: hay que comérsela cuando toca, guardándola se estropea”).        (13 de octubre de 2015)

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