La hermandad del Gol naciente
(Mi comentario a “La gran familia española”
(2013), de Daniel Sánchez Arévalo)
Aunque “La gran
familia española” es una película con suficiente personalidad y solidez, yo no
puedo evitar considerarla, por encima de todo, como una imponente exhibición de
las dotes de su autor. El ya no tan joven Daniel Sánchez Arévalo causa la
impresión de un talento que se despereza, de un talento cuya fuerza dormida
parece al fin agitarse y disponerse a realizaciones hasta ahora impensables (y
empleo este calificativo movido por mi tibia recepción, en su momento, de
“Azuloscurocasinegro”).
Sánchez Arévalo,
guionista y director de “La gran familia española”, brilla, en esta obra
singular, en una amplia variedad de facetas (tan amplia, que prefiero
enumerarlas a listarlas de corrido):
1) Se le ha
ocurrido la brillante idea de situar una historia familiar (la celebración de una
boda, en una familia de cinco hermanos varones y de padres separados, celebración
que obra como un catalizador de las relaciones, conflictos, afectos, memorias,
etc., que ligan a unos con otros) en el momento justo, y casi durante la
duración justa (incluyendo las horas preliminares), de “la mayor ocasión que
vieron los siglos”, es decir, la final del Mundial de Sudáfrica 2010, de
imperecedero recuerdo para tantos individuos y familias españoles similares a
los descritos en la película. Este recurso (la trama de la ficción en el marco
de un memorable acontecimiento deportivo auténtico), que podría ser una
ocurrencia trivial, se trata y explota con maestría, integrándolo
armoniosamente en la trama o, por mejor decir, en las diversas tramas del filme.
(Me permito aquí la acotación erudita de citar una pieza de Fassbinder, allá
por los ’80, que usaba también un partido de fútbol en la cumbre, en este caso
de la “Mannschaft”: se trata de “El matrimonio de Eva Braun”, si no recuerdo
mal).
2) Domina diversos
tonos, y es capaz de alternarlos y combinarlos con toda destreza. Por un lado,
el registro dramático, con las historias serias del padre abandonado por su
mujer, del fracasado hijo mayor, del triángulo amoroso carcomido por los
escrúpulos fraternales; por otro, el registro más humorístico o cómico, con los
avatares del accidentado matrimonio entre los dos cuasi adolescentes y con oportunos
gags (el camarero, la prima). Ora se nos presenta el ánimo desolado del padre,
aún enamorado de su mujer, o bien asistimos a los altibajos de su crisis de
salud, crisis a raíz de la cual la boda es momentáneamente postergada (lo que
propicia que, mientras el padre se recupera –o no–, los hermanos interactúen
intensamente y los asistentes más desapegados sigan el electrizante encuentro
deportivo), o bien se nos describe, con precisión y delicadeza, el denso conflicto
de afectos entre los dos hermanos a cuenta de la novia que, siéndolo antaño de
uno, lo es ahora de otro. Ora somos testigos divertidos de los descubrimientos
y desconciertos de los jóvenes novios (y de la pintoresca hermana de la novia),
o bien nos hacen reír el entrañable hermano retrasado o la sobrina forofa del
equipo español y de su icónico guardameta. De una y de otra veta, la seria y la
ligera, el escritor-director sabe extraer interés, emoción, sonrisas.
3) Todos los personajes
aceleradamente mentados en el número anterior están pintados con mimo y con
relieve. Los diez o doce caracteres esenciales en la acción, que son bastantes,
nos parecen pocos, y además cercanos, dada la destreza del escritor-director para
caracterizarlos e irlos alternando a lo largo del filme. Y no es el menor
mérito que esto se logre con tanta naturalidad y (aparente) sencillez.
4) Nunca se
agotan los recursos expresivos con que el rodaje nos sorprende, nos entretiene,
nos complace. Hay siempre una interpolación, un nuevo juego de cámara, una
nueva estrategia en la perspectiva o en la narración, cuya imaginación y cuya
eficacia son admirables (pienso, por ejemplo, en la declaración “policial” de
los tres personajes implicados en el robo, en el montaje paralelo, diálogos
incluidos, de la confesión de los dos novios a sus respectivas familias, o en
el planteamiento musical, que resulta tan sorprendente como coherente, de la
ceremonia de la boda).
5) Las
interpolaciones en el relato merecen capítulo aparte: ya el inicio (la carta
del novio-niño) es de un vigor y un encanto avasalladores, pero recuerdo
también la evocación (mediante fotografías y música) de los días pasados por los
novios y la hermana de la novia en la playa, o el “momento (de comedia)
musical” de la ceremonia de la boda. El cambio de ritmo y de tono que suponen,
la solvencia artística (también) en estas inteligentes miniaturas, y su poderoso
efecto sobre la narración, son otros tantos aspectos dignos de elogio.
6) La fotografía
de “La gran familia española” es, de por sí, ya una obra de arte: la caída de
la tarde, la llegada del ocaso, se capturan con una nitidez y una belleza
emocionantes. La carpa en que la concurrencia sigue el partido crucial, la
piscina al sol vespertino (cuando, justo tras la suspensión de la boda, charlan
los novios sobre su relación), la misma piscina de noche (cuando se reconcilian
el hermano y su novia, la ex del hermano mayor), el porche de la casa (donde
las hermanas se sinceran y abrazan) o el vacío conjunto de sillas (ahora que la
celebración nupcial ha sido interrumpida) reciben igualmente un tratamiento
fotográfico esmerado.
7) Enmarcar la
historia en el mítico musical “Siete novias para siete hermanos” (cuyas evocadoras
imágenes inician y concluyen la película) es también un acierto: es
originalísimo desde el punto de vista narrativo, y sitúa perfectamente (y, por
contraste con el almíbar hollywoodense, con un punto de amargura) la historia
en su temática y en sus valores (exaltación del valor de la familia y de las
virtudes familiares, seguimiento de modelos míticos de familia, ambición,
densidad y frustración de los grandes empeños vitales…). La apelación a una
“gran familia” norteamericana para construir “la gran familia española” tiene
un sentido irónico (pero es una ironía triste, sin hiel), tanto como la
revelación final de la esterilidad y de la total mentira (o total abnegación)
subsiguiente que fundamentaron tan magno proyecto… (Añado incidentalmente, al
hilo de “Siete novias…”, que el empleo de música también norteamericana en las
interpolaciones es, del mismo modo, pertinente y eficaz).
8) Sánchez
Arévalo es un escritor solvente, como puede colegirse de muchos de los
diálogos. Me gustan especialmente los que sostienen los dos hermanos implicados
(uno en el pasado y otro en el momento actual) con la misma mujer. Las
conversaciones de los adolescentes también son muy plausibles (e hilarantes), algo
a lo que sin duda contribuye también el talento actoral de algunos o de todos
ellos (Patrick Criado, por ejemplo).
9) Por encima de
todo, es evidente que el argumento (el número de hermanos, sus idiosincrasias
particulares, las interacciones entre ellos) ha sido cuidadosamente ideado, organizado
y puesto por escrito. A pesar de ello, y siendo por una vez quisquilloso con la
película, en la red de tramas paralelas, sobre el fondo de la historia de la
boda (todo lo cual se desarrolla, como ya dije, en el contexto del “escalofrío”
nacional de aquella histórica noche de julio, y dentro del marco referencial de
“Siete novias para siete hermanos”, como he intentado explicar), encuentro que
flaquea y queda un tanto suelta (y medio resuelta) la trama del robo (el
derrotado y deprimido hermano mayor robando el oro del padre gravemente enfermo).
Respecto de los diálogos, un momento notablemente débil es la unánime carcajada
de todos los testigos (sin excepción alguna) ante la confesión de virginidad (y
de sus motivos, sean sinceros o no) de los novios adolescentes (una reacción
mayoritaria de incredulidad o de jocosidad sería comprensible; que la reacción
sea unánime denota, en este punto, una escritura puramente, complacientemente
ideológica). Y, en punto a los personajes, queda sin explicación el hecho de que
la madre no aparezca en ningún momento en pantalla, ni siquiera en forma de
recuerdo o de evocación.
10) La gran
versatilidad de Sánchez Arévalo, en los tonos, en las tramas, en los recursos,
que enumero como una virtud más, la última y quizá la principal, de “La gran
familia española”, es precisamente lo que me hace depositar grandes esperanzas
en lo que vislumbro. Vislumbro un autor que puede elegir su tono, sus relatos,
su estilo, sus personajes, su público, puesto que en esta “comedia seria”
acredita sobradamente su preparación para abordar y convencer con cualquiera de
ellos. La película, de hecho, se me aparece ante todo, ya lo he dicho más
arriba, como un muestrario o catálogo de sus dotes, condensadas en noventa
variados, ágiles y solventes minutos. De ser yo consejero suyo, le recomendaría
optar por el drama sin aderezos ni palancas comerciales, dejando de lado la
temática y la problemática adolescentes: el drama de sentimientos, el drama de
caracteres, el drama de mensaje (bien ejemplificados en esas agudas frases
sobre ganar y perder, o sobre la oportunidad que depara el tiempo, oportunidad que
es “como los quesitos: hay que comérsela cuando toca, guardándola se
estropea”). (13 de octubre de 2015)
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