Hombres cultivados en rústico solar
(Mi comentario a “Amanece, que no es
poco” (1988), de José Luis Cuerda)
No hay otra razón que la índole de su humorismo para justificar la
pervivencia, e incluso la estatura casi legendaria, de “Amanece, que no es
poco” en la memoria colectiva de los españoles de mi generación. Desde el punto
de vista cinematográfico, la obra es de dirección, montaje, fotografía, etc.
muy rudimentarios, despuntando sólo de entre esta mediocridad general alguna de
las interpretaciones. Es solamente vista desde la perspectiva de su comicidad
como la película adquiere una entidad destacable, e incluso única, en algunos
aspectos. Me aplicaré, en los próximos minutos, a analizar esa comicidad,
haciendo el esfuerzo (que no será menor, por las razones que se verán) de
reducir al mínimo las referencias a las innumerables anécdotas o personajes del
filme.
“Amanece, que no es poco” es, declaradamente, una película de “sketches”,
cuyo único rasgo común es su localización en un peculiar pueblo español y a los
que no se intenta engarzar por medio de ninguna línea argumental; dos o tres
historias particulares (entendiendo por “historia” la aparición de los mismos
personajes en diversos “sketches”) se agotan en sí mismas, desconectadas del
resto y del conjunto, que queda así reducido a mera acumulación de escenas
chistosas.
La sucesión ininterrumpida de “sketches” depara bromas eficaces y otras
cuyo impacto no va más allá del desconcierto. Hay chistes que nos hacen reír y
otros que delatan (demasiado) el espíritu de su tiempo, y que por ello nos
decepcionan con su humor rancio. Unos son ingeniosos e hilarantes, otros son
simplemente ridículos, o vulgares, o fallidos. En mi opinión, la proporción de
chistes o escenas que uno podría salvar (es decir, apreciar intelectualmente y
recompensar con una sonrisa hoy en día) no excedería del diez por ciento.
La comicidad de los “sketches” se basa, en un amplísimo número de casos, en
exagerar o distorsionar un registro culto de lenguaje, un nivel de conversación
o un marco de referencias. Con esto quiero decir que se ponen en boca de los
toscos aldeanos expresiones que el “decorum” vedaría, por demasiado elevadas; o
bien se les enzarza en coloquios impensables, por exquisitos, entre personajes
como ellos; o bien se dejan correr y obrar en su entorno alusiones
improcedentemente cultas (madrigales italianos, arias operísticas, novelas de
vanguardia). Y la comicidad surge, como es evidente, del contraste entre los
rústicos personajes y su cultísimo modo de expresarse y relacionarse.
Otra de las apoyaturas humorísticas del filme la constituyen las bromas
sexuales. Por un lado, el uso de un lenguaje no trivial en este campo, en boca
de los primitivos pueblerinos, ya es de por sí chocante, lo que se aprovecha
reiteradamente; por otro, se propone (y se insiste en ello una y otra vez) una
revuelta popular, en demanda de la atribución y “gestión” colectiva de una
turgente mujer recién traída al pueblo por el alcalde, para su “uso” privativo;
además, se alude sin equívoco a un caso de feliz pedofilia, se menciona
explícita y reiteradamente un uxoricidio, y se hace a una aldeana loar, medio
risueña, la prostitución; y todo ello, claro está, en un tono y con un
propósito humorísticos.
No, evidentemente “Amanece, que no es poco” no ha envejecido nada bien,
desde el punto de vista de la “corrección política” (aunque, curiosamente, su
autor, allá por 1988, no sea una figura del “antiguo régimen” ideológico, sino
uno de los aguerridos “progres” y “bienpensantes” del cine español actual, es
decir, de treinta años después…). Muestra evidente de esto son también, y muy
llamativamente, las repetidas bromas a cuenta del personaje negro, de sus
prestaciones sexuales, de su posición en la comunidad, etc. Por el contrario,
no hace falta decir que la irreverencia religiosa era en 1988, como lo es ahora,
una “licencia poética” inmune a todo criterio de corrección o incorrección...
El humorismo se potencia con algunas ocurrencias absurdas o sinsentidos
lógicos (un niño deprimido, una “buena muerte”). A veces cobra tonos tiernos o
patéticos (la campesina y el hombre-planta), a veces se desliza hacia la ironía
política (la recepción del alcalde, los comicios femeninos), a veces linda la
broma cósmica (el amanecer por el lado equivocado). Y en general, éstos son, a
mi juicio, los momentos que más certera y perdurablemente despiertan nuestra
hilaridad; esos momentos que, por desgracia, no alcanzan, según calculaba yo antes,
sino al diez por ciento de la duración de la película.
El guión, pensando y escrito para la risa, se enriquece empero con recursos
propios del realismo mágico (hombres-plantas, hombres que levitan), con algún
guiño pirandelliano (personaje sin personaje) y con algún momento musical de
entrañable “naïveté” (la canción sobre el corazón cantada en la escuela). Estas
adiciones, fantasiosas o inocentes, contribuyen a realzar el carácter original
y único de la película, transcendiendo un humorismo a menudo lastrado por los
defectos descritos, y son quizá, treinta años después, la razón básica de la
perduración de “Amanece, que no es poco” en la memoria de tantas personas.
Muy al contrario, en el extremo opuesto de la imaginación y la gracia, nos
defraudan y abochornan las escenas en que se introducen (falsos) extranjeros en
escena (estadounidenses, belgas, rusos), con la intención de hacernos reír con el marcado
acento foráneo de su español, con su esterotípica actitud o con su sola
presencia (destacadamente, esos estudiantes "yankees", que aparecen y
reaparecen, una y otra vez, como un mal sueño, a lo largo del metraje…).
A mi juicio, el balance global de la obra resulta, una vez ponderados sus aspectos positivos y negativos, desfavorable. Como he tratado de demostrar, sólo ciertos rasgos del humorismo y ciertos destellos del guión de “Amanece, que no es poco” merecen aplauso y perdurabilidad. El empeño de crear un “Bosque animado” (la película inmediatamente anterior del autor) libérrimo, más atópico y atemporal, más cómico y moderno, más personal y fantasioso, obtiene solamente un éxito parcial y relativo. Y la película termina por ser, en lo que tiene de acumulación de personajes y de microhistorias, una “Colmena” (otra obra clásica de los años ‘80) rural y chusca, que, a (decepcionante) diferencia de la excelente “Colmena” de Mario Camus, nos dice con frecuencia más, sin querer, del tiempo en que se rodó que del no-tiempo en que transcurre, y que en buena medida contemplamos hoy, por esa misma razón, no como una obra intemporal, sino como una obra simplemente antigua. (17 de octubre de 2015)
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