1 may 2013

“El exótico Hotel Marigold” (2011), de John Madden


Mis notas a “El exótico Hotel Marigold” (2011), de John Madden


Esta película es, sobre todo, un prontuario de aforismos de auto-ayuda, esto es, positivos y vigorizantes (aforismos en este caso especialmente orientados a personas que comienzan su tercera edad). Y es también una sentida declaración de amor a la India.

Ya la melodía inicial (“Strangers in the Night”, el clásico de Sinatra) da el tono: romanticismo lánguido, encuentros en el atardecer (de la vida), belleza y emociones apacibles.

La historia es simple: siete jubilados ingleses se asientan, sobre todo por escasez de medios para costearse algo mejor, en un destartalado hotel de la ciudad india de Jaipur. Y, una vez allí, comienzan las interacciones entre ellos (amistosas, sentimentales) y con el entorno (la poblada y bulliciosa ciudad), se despliega su nueva mentalidad de pensionistas en un entorno remoto y diferente, se decantan sus memorias o reflexiones acerca de sus vidas pasadas y de sus nuevas vidas.

En general, los vaivenes anímicos de los caracteres tienen que ver con sus expectativas o experiencias sentimentales (hay ligones, hay un matrimonio en crisis, hay un homosexual en busca de su amante indio de juventud).

El punto de reflexión lo pone sobre todo el diario (o blog), leído en off, de Judi Dench, que medita sobre la vida en general y sobre las circunstancias actuales de este grupo de maduros exiliados.

En conjunto, la película se trata de un vehículo entretenido y muy amable para hacernos partícipes de una mentalidad afirmativa, abierta, esperanzada, vitalista.

Un lema (parece que indio) que se nos reitera una y otra vez condensa la “filosofía” del filme: “Al final todo saldrá bien, y, si no sale bien, es que todavía no es el final”. Esperanza, optimismo, fe en una continuidad siempre para lo mejor, espíritu positivo, moral alta: éste el tono y el mensaje de la película.

El tratamiento narrativo es de comedia tranquila, con momentos de reflexión y de melancolía, con apartes de sensibilidad y de contemplación.

En la misma modulación del filme, dos sentencias más: “El único fracaso es no intentarlo”, y “El éxito se mide por cómo afrontamos la decepción, que siempre llega”.

E igualmente otras de las meditaciones de Dench acerca del miedo a cambiar o de la necesaria aceptación de los cambios (consejos especialmente oportunos para los ancianos incipientes de la película), y, una octava más grave, sus preguntas por la razón de nuestro dolor cuando alguien muere (¿la pérdida del amigo, o acaso nuestra futura muerte, repentinamente evocada?) o por la libertad o el control de nuestra emotividad en esos momentos de intensa pena.

La “filosofía” sencilla y positiva de la película, unida al tono de comedia sosegada, aseguró, en el momento del estreno, su buena recepción por el público (¿sobre todo por el “público-objetivo” de sus productores?).

Por otro lado, “El exótico Hotel Marigold” es también, como he dicho, una declaración de amor a la India. Sus autores retratan con entusiasmo una ciudad de Jaipur superpoblada y hormigueante, cuajada de color y de agitación, repleta de jóvenes y de vehículos, compensando con holgura sus carencias con su entusiasmo, sus arcaísmos con su empuje irresistible.

Nuevamente la voz en off de Dench verbaliza lo que vemos ante nosotros: “¿Existe otro lugar donde sea mayor la agresión a nuestros sentidos?”. O: “Es como una ola: si te resistes te arrastra, pero si te zambulles…”.

También la imagen de la India es colorista (lo que corresponde al pintoresquismo de los siete ancianos, que creo que no he mencionado), amable (los ancianos son pintorescos sin acritud o amargura –pese a sus crisis o sus rarezas–; la India mostrada no es menos amable: sin delincuentes, sin pordioseros, sin fanáticos) y positiva (los jubilados miran siempre, con mejores o peores ojos, hacia el futuro, nadie abandona “la lucha” o se abandona a la desesperanza; lo mismo la sociedad india, que no se arredra nunca ante el peso de las tradiciones, o ante las deficiencias o las desigualdades).

El amor por la India, y amor no sólo “paisajístico”, se refleja también en el muy simpático retrato del joven gerente del hotel. El personaje encarnado por Dev Patel muestra un entusiasmo arrebatador, que ignora, cuando no distorsiona en su favor, los defectos de su “extraordinario” hotel o los contratiempos sucesivos que le sobrevienen (financieros, familiares, o de ambos tipos combinados). Siempre enérgico, optimista a prueba de bombas, insultantemente joven, incansable e imaginativo, inocente y servicial, inconsciente de la increíble superioridad, resistencia, proyección, que le confieren simplemente su edad y su espíritu de euforia, el personaje de Dev Patel podría muy bien representar, en la intención del guionista, a esa nueva India que despierta para el mundo de su provinciano sueño de siglos.

Una de las preocupaciones de Dev Patel es poder casarse con su novia, la bella Sunaina (así llamada en el filme), pese a la oposición de su madre (la de Patel), que prefiere un matrimonio arreglado al estilo tradicional, y pese a la oposición, también, en cierto modo, del hermano de la chica (el próspero director de un “call center” de una compañía multinacional).

Esta subtrama nos deja ver otro frente del actual combate de la juventud india por la modernidad: la libertad para amar y para elegir cónyuge.

Todavía otra cita, sobre la mentalidad india, ahora en boca de Tom Wilkinson, el juez homosexual en búsqueda de su primer, lejano amor: “Esta gente vive la vida como un privilegio, no como un derecho. Lo considero una enseñanza”.

A estas alturas no hay que decir que todo en la película es muy “políticamente correcto”: el juez gay es un personaje normal y normalizado (por sus compañeros del Hotel Marigold); la convivencia con y la integración en el entorno indio no son en absoluto problemáticos (la inicialmente xenófoba –literalmente: se trata sobre todo de miedo– Maggie Smith va abandonando sus prejuicios y temores mediante el contacto con su sirvienta india –descubriendo en ella, poco a poco, a una persona “normal”…–); el mensaje mismo del filme, tan positivo, amable y estimulante, no puede ser más “políticamente correcto” o más adecuado a la mentalidad social imperante (siempre, como los personajes de la película, promoviendo el salir, el consumir, el creer, el viajar, el visitar, el hacer, el comenzar, el intentar: todos esos verbos…).

En suma, una película agradable y entretenida: una píldora, para administrar sobre todo a sesentones (pero que los indófilos pueden asimismo ingerir con provecho), bien edulcorada, vitaminada y coloreada. El efecto terapéutico (o el efecto placebo) será más intenso si se toma con el estómago, y quizá también con la cabeza, vacíos.                       (14-abril-13)

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