1 may 2013

“Las manos sobre la ciudad” (1963), de Francesco Rosi


Mis notas a “Las manos sobre la ciudad” (1963), de Francesco Rosi


He aquí una excelente, modélica y, en cierta medida, fundacional película política. Una de esas películas que abrieron el camino al cine político italiano (de tan consolidado prestigio al cabo de estas cinco décadas).

Es una obra en blanco y negro, y una obra nigérrima, donde se nos muestran bajo una luz crudísima los entresijos y las maniobras de la política miserable y la corrupción rampante en el ayuntamiento de una gran ciudad italiana en pleno desarrollo urbanístico (Nápoles a principios de los años ’60).

La advertencia que cierra el filme es más bien un manifiesto o una proclamación ideológica del mismo: “Los personajes y los hechos retratados en esta película son imaginarios. Es auténtica en cambio la realidad social y ambiental que produce estos personajes”. Y, en efecto, el filme está obsesionado con explorar, hundiendo bien el escalpelo, esa realidad social y ambiental.

En ese empeño, Rosi nos lleva a las barriadas míseras de Nápoles, a esas barriadas que los esbirros de los “grandes hombres” recorren intercambiando favores, empleos, dádivas, por votos para las próximas elecciones (hay estampas obscenas, como un insultante reparto de billetes por un tipo que pregunta jocoso a otro de su cuadrilla: “¿has visto cómo se hace la democracia?”).

Vemos esas casas y a esas gentes, el chantaje o el soborno sobre ellas (sin recibir esos nombres, las visitas de los edecanes a esas barriadas no son otra cosa que amenazas o que limosnas, la pura presión o la pura compra clientelares sobre voluntades pobres, ignorantes, forzosamente miopes…).

Del otro lado, Rosi nos pasea también por el salón de plenos municipal donde contienden airadamente los partidos, un salón que es un auténtico gallinero en el que no hay más que, precisamente, peleas de gallos ansiosos por dominar y esquilmar, en beneficio propio, el corral.

El paisaje político rezuma de actividad y de ansiedad, como un febril hormiguero, porque las elecciones se aproximan; en este contexto, el escándalo Nottola (dos muertos en un accidente en una obra del concejal-constructor) amenaza con llevarse por delante a la mayoría de derechas del ayuntamiento. Y más cuando la derecha se ha visto obligada a aceptar una comisión de investigación acerca del accidente en la obra, comisión que, a duras penas, la mayoría de sus miembros (debidamente fieles a los todopoderosos) consiguen mantener “ignorante” o “invidente” de las irregularidades y corruptelas mil del “hombre fuerte” Nottola.

El momento preelectoral, la coincidencia del desastre (el hundimiento de la casa de barriada, que es, por cierto, un admirable momento cinematográfico de verismo, intensidad y cronométrica puesta en escena) con la crucial coyuntura de las inminentes elecciones, mueven a Rosi a guiarnos también a los “sancta-sanctorum” políticos donde se forjan las alianzas más aberrantes, las transacciones más repugnantes, las componendas más vergonzosas. Y así nos presentamos en la casa particular de un esteta, visitamos oscuros salones municipales, entramos en remotas y discretísimas pizzerías…

Porque el concejal-constructor Nottola debe quedar fuera de las listas, so pena de acarrear el desastre a su partido (la Democracia Cristiana, es evidente). El problema es que Nottola no quiere dejar su puesto de concejal. Ocurre lo inevitable: Nottola emprende la aventura en solitario, se hace fuerte con sus votos en el ayuntamiento, termina aprovechándose de la mayoría simple de la derecha para maniobrar con sus decisivos votos y conservar su sillón municipal. Y Rosi nos lleva a presenciar todos estos movimientos “subterráneos”, astutos, decididos, manifiestos, implacables.

No se disimula la perspectiva muy de izquierdas desde la que el film se escribe y se rueda: el concejal de izquierdas De Vita es siempre la voz de la razón y la justicia, en medio de tanto abuso y atropello, y es él quien promueve (y obtiene) la comisión de investigación, es él quien da voz al escándalo moral que todos sentimos en vista de las infinitas irregularidades político-adminsitrativas a mayor beneficio del ominoso Nottola, es él quien vocea al final de la película, en otro tumultuoso pleno municipal, la esperanza, la necesidad de que la gente tome conciencia, el hecho de que eso está de verdad sucediendo, la desesperación de los hombres del jaez de Nottola ante el cambiante estado de cosas (“La gente está tomando conciencia; por eso los Nottola arramblan con todo, con razón y sin ella, con la corrupción o con la fuerza”; la cita no es literal).

Hay momentos en la película, sobre todo en esa antecámara municipal de paredes desnudas, en la que entran agrupados y cavilosos los serios hombres encorbatados a maniobrar, en que uno cree asistir a un momento similarmente agitado de la antigua república romana, a un contubernio parejo, entre senadores igualmente grises y mezquinos, acaecido hace dos mil años entre esos mismos muros. En momentos así, el filme se nos aparece como una propuesta más intemporal o más “esencial” de lo que su sedicente intención coyuntural induce a creer.

No hay que decir que las tropelías descritas en la película no han perdido nada de su actualidad: venta de terrenos públicos a particulares, modificaciones torticeras de planes urbanísticos, transacciones orientadas a una futura recalificación inmobiliaria que producirá pingües beneficios, desatención de medidas de seguridad en la edificación, absoluta promiscuidad entre la actuación y los intereses políticos y los privados (negocios, lucro, codicia desatada).

Durante la investigación descubrimos el completo laberinto de deberes (incumplidos) y responsabilidades (diluidas) de los servicios municipales (un servicio hace las normas, otro las impone, ninguno vigila que se cumplan, etc.); son momentos casi kafkianos.

El principio ya es poderoso (el atroz Nottola “coge” con sus manos la ciudad y hace ademán de moverla de sitio), y el guión mantiene ese vigor y esa intensidad agresiva, militante, movilizadora, durante todo el metraje: ello es evidente en la figura del vehemente concejal izquierdista De Vita, pero también en la del honesto médico centrista (al que tienen que recordarle, por supuesto en “petit comité”, las reglas de la política, donde “la indignación moral no sirve para nada” y “el único pecado verdaderamente grave es no ser elegido”), así como en esas escenas, ya glosadas, de conversaciones o de negociaciones en la sombra (“en política eres amigo o no cuando eres útil”).

Una perspectiva tan exterior, tan “política”, deja realmente a los caracteres de lado; no es la psicología, no son los porqués lo importa: sólo el poder, el poder al servicio del dinero, eso es lo único, lo absoluto. Aun así, se ofrecen, casi tentativamente, algunos momentos de soledad con Nottola (reflexiona en su despacho, visita una iglesia…); pero sabemos que el odioso “factótum” no piensa, sino que sólo maquina, que no hay en su mente ni en su conciencia otra cosa que sed de poder y de dinero, una gula incontenible de suelo y de ladrillo que le hagan más y más rico o, sencillamente, que le mantengan aún unos momentos sobre la arriesgada ola de millones que le arrastra (“el dinero no es como un coche que se puede dejar en el garaje; es como un caballo, al que hay que dar de comer a diario”).

Nottola es un hombre que sabe lo que la gente quiere (“importan los nombres, no la bandera”, dice al anunciar su decisión de concurrir a los comicios en solitario), y que sabe comprar voluntades; en un momento dado, junto a sus secuaces, parece perplejo (“les he dado todo: puestos, dinero, ¿qué más quieren?”), pero pronto comprende que el éxito es acaso más sencillo que ese “darles todo”: “tú promételes” (lo que obrará el milagro de la re-elección…).

En la crítica a estas élites degeneradas Rosi critica también, de nuevo por boca de De Vita, al pueblo aborregado que una y otra vez vota por políticos tan depredadores y corruptos.

La película transcurre, admirablemente, cuando la acción lo requiere, a pie de calle: vemos las barriadas ínfimas, la visita de los políticos a ellas, las obras de edificación, el bullicio de una noche electoral, los socorros tras el desplome de la casa en construcción (desplome prodigiosamente rodado, como ya he dicho); pero quizá lo más memorable de este filme sobresaliente son esas conversaciones privadas entre hombres completamente al margen de esas calles tangibles y esos seres de carne y hueso (¡sus electores!), con los que no tienen otro vínculo que ocasionales discursos de podrida retórica en los que cada palabra se convierte en una mentira y cada frase en una añagaza; quizá lo más memorable de esta película es ese retrato en negro (negro como la pez) de lo que hombres sin el menor escrúpulo hacen de la noble tarea de dirigir una colectividad, promover el desarrollo de una villa o administrar los fondos de dinero y de confianza depositados en sus manos ávidas, prensiles, rapaces.          (22 de abril de 2013)

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