Mis
notas a “Asalto al tren Pelham 123”
(2009), de Tony Scott
Nueva versión de la
película realizada por Joseph Sargent en 1974 (con Walter Matthau y Robert
Shaw) sobre la novela de John Godey acerca del secuestro de un vagón del metro
de Nueva York. Cuando vi aquella película por primera vez, me pareció original,
trepidante, vigorosa, memorable. Ante la obra de Tony Scott, la única impresión
es la de estar viendo, sin el menor escalofrío, otra simple película de acción.
Tratándose de T.
Scott, es imposible que la mitad de la película (o más) no parezca un simple
videoclip. En este caso, la música es de rap. Pues vale.
Los personajes
principales (sobre todo, Travolta) y las relaciones entre ellos son bastante
disparatados y totalmente inverosímiles. Los diálogos son ridículos (más cuanto
más serios: p.ej., el intercambio sobre catolicismo e inocencia entre los dos
protagonistas); las reacciones y giros, absurdos (resulta que el psicópata Travolta
es un tipo con un plan milimétrico, resulta luego que es un exbroker de Wall
Street lleno de resentimiento contra la ciudad, resulta que el asalto al tren
le hace multimillonario –aunque el secuestro como tal fracase: ¿entonces por
qué jugarse la vida?–, resulta al final que le pide a Washington que le pegue
un tiro: como se ve, todo muy coherente…); la empatía generada por los
personajes (incluso por el “ciudadano medio” Washington), inexistente; la
progresiva adhesión de Travolta a su honesto (pero martirizado) interlocutor,
un sinsentido; y la película en general, poco más que una visita a los coches
de choque de la feria…
Como faltan
recursos para (o interés en) mantener la tensión en el entorno subterráneo, la
película gira rápidamente al cine de acción, desde luego en las anchas e
iluminadas calles de la superficie. Se vuelcan en el filme entonces toneladas
de basura verbal (tacos por doquier), se le invade de coches y de motos de
policía que empiezan pronto a colisionar realmente a lo tonto (tan a lo tonto
que alguien tiene que preguntar por fin: “¿Pero a nadie se le ocurrió emplear
un helicóptero para trasladar el dinero del rescate?”), se le trufa de
asesinatos a sangre fría de gente indefensa. O sea, a falta de suspense
(probablemente por falta de talento en el guionista y/o el director), buenas
son flotas de vehículos circulando a toda pastilla, choques espectaculares,
palabrotas a mansalva y crímenes gratuitos. Poco, muy poco que ver con la
película de 1974…
Puestos a sacar
punta, ¿a qué diablos esperan los francotiradores desplegados en el túnel del
metro, una vez que tienen a tiro a Travolta? Parece que los autores de la
película tienen que convocar a los francotiradores, por exigencias del sentido
común, pero que se niegan a utilizarlos como es debido, para que la película no
concluya demasiado pronto ni demasiado limpiamente…
Continua presencia
en pantalla de los dos caracteres principales, y desperdicio miserable del
“material humano” del vagón (que igual podrían ser ovejas, para el
aprovechamiento dramático que se les da…). El grupo de rehenes hubiera debido
proveer de emoción y de empatía al filme, si el guión no trabajara tan
indesmayablemente en favor únicamente de las dos superestrellas Travolta y
Washington.
Washington es
realmente un superhéroe: es el mejor director de trenes, el mejor psicólogo, el
mejor negociador, el mejor policía, el mejor marido, el mejor todo. Esto es tan
inverosímil como risible.
Hablando de cosas
risibles, las dos casualidades (¡dos!) que llevan a Washington, ya en la superficie,
a darse de frente con Travolta (la primera vez, al salir de la alcantarilla; la
segunda, al recorrer a pie el puente de Manhattan). Que suceda una vez, pase;
pero que suceda dos, ya es demasiado… Pero claro, estaba olvidando que
Washington es un super-héroe. Y los super-héroes, por definición, tienen un
sexto sentido y toda la suerte del mundo…
No sólo es un
super-héroe: es “el puto héroe” de Travolta. ¡A tocarse los pies!
En una película
así, por supuesto, el final (o parte de él) tenía que ser una persecución de
coches… Claramente, Tony Scott no soporta la “claustrofobia” del metro, y está
impaciente por llevar su montaña rusa y sus “bumper cars” al aire libre.
Hay gotitas
patrióticas (el hombre del metro que protege a la chica, por eso de haber sido
tanto el protector como el marido de la mujer soldados aerotransportados) y,
por supuesto (esto es América) más-que-gotitas familiares (Washington, su mujer
y el grotesco encargo del bidón de leche –“¿por qué no una botella?”, pregunta
él; ¡pues porque piensa hacer una tarta para celebrar que vas a matar a
Travolta, hombre, que no te enteras!–).
Algo que me gusta
en la película es el tratamiento del alcalde. Sería improcedente esperar la
menor reflexión o crítica política en una película como ésta, de modo que el
aire de comedia, los sarcasmos del alcalde, su aire de cínico despistado, son
lo que deben ser, y cumplen a la perfección. James Gandolfini está excelente en
el papel de este politicastro mujeriego que está ya de vuelta de todo, en la
política y en la vida. Los improperios de Travolta a la clase política nos
parecen, viendo a este alcalde ácido y ya semi-retirado zarandeado por los
acontecimientos de este día de perros, dirigidos a la persona equivocada…
En suma, “Asalto al
tren Pelham 123”
es una revisitación distorsionada y fallida de la recordada película homónima
de los años ‘70. Un simple producto de acción, que desdeña por completo el
suspense, que fracasa con los personajes, que no transmite nada. No es cine de
catástrofes, ni de caracteres, ni policíaco, ni sociológico: es simplemente
cine de palomitas. (5 de abril de 2013)
Cierto, la película de los 70 es bastante mejor. El cine de acción de esa década es muy digno de revisitarse. Películas con mucho argumento y poca filigrana. En ese terreno el séptimo arte ha degenerado claramente.
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