La dentadura del post-becariado
(Mi comentario a “3 bodas de más”
(2013), de Javier Ruiz Caldera)Al señor Director del Departamento de Biología Marina de la Facultad de X.
Estimado colega,
Como, a raíz del
aparente interés mostrado por cierta publicación extranjera en una modesta
investigación de la señorita Ruth Belloso, pudiera suceder que dicha señorita
emprendiese gestiones con vistas a una transferencia de su proyecto hacia tu
Departamento, me tomo la libertad de poner en tu conocimiento algunos hechos relevantes
acerca de dicha señorita, con la certeza de que en su momento, de darse la circunstancia
expresada, tales hechos podrían servirte como valiosa indicación para tomar una
decisión acertada tocante a las pretensiones de dicha señorita.
La señorita
Belloso es una alcohólica, incapaz de consumir solamente una cerveza, muy
aficionada a la ingestión en serie de recargados cócteles y perfectamente
habituada a beberse de un trago una botella entera de tequila.
Su dipsomanía no
se detiene ante el hecho, del que ella es sobradamente consciente, de que suele
desembocar con harta frecuencia en una pérdida completa del autocontrol y del
sentido de sí misma.
En esas
lamentables condiciones físicas y anímicas, la señorita Belloso se entrega al
desenfreno sexual, literalmente con cualquier hombre, dado su estado, durante
las fases etílicas, de completa e insuperable alienación mental.
No hay excepción
a este comportamiento, puesto que cualquier otro remate, de por sí excepcional,
de sus noches (amistoso, verbal, romántico) no es ni puede ser otra cosa que el
prólogo a nuevos episodios de redomada dipso-ninfomanía la noche siguiente.
Porque hay que
reconocer que la señorita Belloso, para quien el sexo no es, por principio y
por experiencia, más que una gimnasia de borrachos, mantiene, cuando se halla
en estado de sobriedad, inmaduras fantasías románticas (un príncipe azul o, dicho
en términos actuales –y casi idénticos–, un novio “cool”).
Estas fantasías
afectan con frecuencia a su trabajo: cuando se encuentra en estado de
ensoñación, de comunicación por mensajería telefónica, de emocionantes
expectativas o efusivos trasnoches, su rendimiento en el laboratorio se ve
grandemente mermado.
En ningún caso
puede considerársela como una cientítica profesional comprometida. Su materia
de investigación no es para ella más que una solución alimenticia transitoria,
algo que hace sin ningún entusiasmo mientras le ocurren, y hace por que le
ocurran, sucesos más interesantes, tales como amoríos, borracheras y
experiencias sexuales de todo jaez.
Esta falta de
compromiso con su trabajo vira, con frecuencia, hacia vivos amagos o ramalazos de
rebeldía o de deslealtad.
Por ejemplo, es
en connivencia con un becario con el que se ennovió durante quince días como su
investigación llegó a la mentada revista extranjera, por medio de un envío
postal realizado a espaldas del laboratorio que dirijo (laboratorio que, de
haber sido formalmente consultado, hubiera mostrado su aquiescencia a la
difusión del trabajo, y hasta la hubiera promovido usando sus modestos medios).
La repercusión
obtenida por la monografía de la señorita Belloso, por modesta que haya sido,
ha puesto en evidencia, más allá de toda duda razonable, el nulo grado de
profesionalidad de alguien que es capaz de obrar de manera tan innoble. Puesto
que, no satisfecha con lo ya obrado, la señorita Belloso, nada más conocerse el
interés foráneo en esa monografía, se ha dirigido a mí en términos rotundamente
inadmisibles.
Ante todo, ha
exigido del laboratorio, sin el menor escrúpulo ni cortapisa en sus términos
imperiosos, más presupuesto para su proyecto, mayor remuneración para ella, un
equipo de investigadores a su servicio y, casi casi, comida de “catering”
servida en su despacho directamente desde las cocinas del “Ritz”.
Y no le ha
bastado con estas demandas desorbitadas. Ha seguidamente amenazado –sí, he
escrito “amenazado”– con que, si sus exigencias no eran atendidas en el acto,
se llevaría su proyecto de investigación a otra universidad.
Y es por esto
por lo que me pongo en contacto contigo, responsable como eres de un centro muy
reputado en nuestra disciplina y en el que por ello la señorita Belloso, estoy
seguro, fijará con preferencia sus miras, si es que finalmente se decide a
llevar a cumplimiento –y creo de veras que lo hará– sus terminantes amenazas.
No querría que
te vieras obligado a decidir sobre su admisión o no en tu Departamento sin conocer
antes en profundidad, y de buena tinta, qué clase de persona podrías
inadvertidamente introducir en tu entorno de trabajo.
No debes
ignorar, por ejemplo, que ella ha estado envuelta en operaciones de tráfico de
drogas. Ni una vez ni dos, sino numerosas veces, se ha recreado entre amigos en
el relato jocoso de cómo introdujo en nuestro país bolas de estupefacientes
desde Marruecos, por el simple y furtivo procedimiento de ocultarlas dentro de
su útero.
Ni tampoco creo
que se pueda pasar por alto cómo, en un arrebato, atropelló con su coche a una
persona durante la celebración de un boda y seguidamente, ni corta ni perezosa,
se dio a la fuga, sin preocuparse tras el accidente de nada más que de ir al
encuentro de otro de sus hombres.
Cierto es que
ella se da siempre a la fuga, después de destrozar, con sus maniobras torpes y
aceleradas, el faro del coche que tiene la desgracia de hallarse junto a un
espacio que a ella le parece suficiente y expedito para aparcar su vehículo. Y
la señorita Belloso ha destrozado el faro de la mitad de los coches de Madrid,
por lo menos.
Si todo esto no
fuera bastante, y puesto que afirman, creo que con razón, que a las personas se
las conoce por sus amigos, podría describir a algunos de esos “amigos” de la
señorita Belloso, que terminarían de completar su muy lastimoso retrato.
Amiga de ella
es, en primer lugar, su madre: una estrambótica entrenadora de gimnasia que
recurre de continuo, y alardea de ello, a la contratación de prostitutos
masculinos, o efebos, o como se llamen en ese submundo, incitando al mismo tiempo
a la hija a entregarse sin restricciones al sexo (consigna materna que, a su
alcoholizada manera, la hija sin duda obedece a pies juntillas).
Muy amigo, medio
novio, guinda romántica para las fantasías de la señorita Belloso, es un
lamentable cirujano plástico al que conoció casualmente en una boda. El doctor,
barbudo y trajeado, la enamoró y la sedujo, con toda intención, y anduvieron
tonteando y besándose por ahí (¡y por todas las otras partes del cuerpo!) durante
una temporada. Una temporada tan intensa y plena que al espabilado doctorcito
le faltó tiempo para informar a la señorita Belloso de que estaba saliendo con
una novia formal, en la persona de una minusválida que casualmente le debía,
precisamente a él, su minusvalía.
La señorita
Belloso mostró bien sus terribles carencias psíquicas cuando se mostró
dispuesta a ignorar y a perdonar el lamentable “olvido informativo” de él, y a
seguir adelante con la bonita historia de los dos. Y no menos cuando creyó
seriamente que, debido a un rollo de una noche (o de dos) –pues ella no era aún
nada más que eso, un “rollo” del doctor–, un hombre como el cirujano, no
especialmente abyecto, iba a abandonar, pisoteando amor, compasión, sentido del
deber o cualquier otra cualidad humana, a la mujer de cuya invalidez, por una
gran desgracia, él mismo era responsable.
Pero es que la
señorita Belloso es así: impulsiva, espontánea, natural, “ellamisma”, todos
esos epítetos tan resultones de los anuncios de compresas.
La decepción
causada por el doctor mentiroso (pero no traidor) la señorita Belloso se la
curó en el laboratorio. Pero no a base de concentrarse en lo suyo, y de ponerse
a trabajar a fondo sin más distracciones, sino, lejos de ello, enrollándose con
un becario bastante patético que deambulaba por allí.
El chico no
hacía otra cosa que eso, la verdad: deambular. Alguna fotocopia, gorronear
porciones de las fiambreras ajenas, perder generosamente el tiempo frente a
vídeos idiotas de Youtube. Tratándose de un becario sin sueldo, podría haberse
dedicado al menos a protestar o a quejarse, pero qué va, nada de eso. Se
trataba de un auténtico idiota, dedicado a nada y aspirando a nada,
compartiendo un piso en alquiler forzosamente financiado por papá y mamá, y
encantado de ser llevado e invitado allí donde alguien le ofreciera, por eso de
ser joven, guapo y “cool”, un plato o un polvo.
Y con esta
“joya” de becario, con esta boquita o dentadura famélica e insaciable, se
enrolló la señorita Belloso –ella misma siendo poco más que una post-becaria,
reconozcámoslo–, después de que el barbudo cirujano le dejara bien claro, a
base de darle largas y largas, que ni loco iba a dejar tirada en la cuneta a su
pobre novia-víctima.
Estos son los
comportamientos de la señorita Belloso, estos son sus amigos, esta es ella. Es
muy triste que tengamos que vérnoslas con investigadoras así, pero ya se sabe
que a la universidad llegan (y, lo que es peor, de la universidad salen), durante
estos últimos años, estudiantes imposibles (que, a su debido tiempo, devienen
becarios o investigadores imposibles). La señorita Belloso es un ejemplo
paradigmático de que el sueño de la educación universitaria para todos produce
licenciados monstruosos.
A veces, cuando observó
a la señorita Belloso en su escritorio, fingiendo que mira por el microscopio o
que anota alguna medición, me fijo en su cara, agitada por sus marejadas y
nubarrones interiores, y tengo que reconocer que posee un rostro verdaderamente
expresivo, flexible, versátil, cuyas innúmeras modulaciones traducen a la
perfección sus incesantes vaivenes íntimos. ¿Por qué no se habrá dedicado a la interpretación
en cine o teatro –suelo preguntarme en esas ocasiones– en vez de al ingrato, y
para ella rotundamente inapropiado, dominio de la Biología Marina? Con un
rostro como el suyo, con un aprendizaje paulatino de la profesión dramática y con
un nombre artístico adecuado (que combinara autenticidad y progresión, algo así
como… Inmaculada Cuesta), esta deplorable investigadora de laboratorio hubiera
podido, y quizá pudiera aún, ser algo, o algo más que algo, en el mundo del
espectáculo.
Firmado: la señora Directora del Departamento de
Biología Marina de la Facultad de Y.
(26 de octubre de 2015)