1 nov 2011

"Agente 007 contra el doctor No" (1962), de Terence Young

¿Acaso no es también la Úrsula, como la Medusa o la Quimera, un ser mitológico?
(Mi comentario a "Agente 007 contra el doctor No" (1962), de Terence Young)

Especialmente memorable en esta película es la creación –o al menos la perfecta descripción– de un ser mitológico que la escultural Ursula Andress encarna con una fuerza y un brillo icónicos, deslumbrantes, inmarcesibles. Ese ser mitológico no es otro que la Rubia Tonta, ese ente imposible y fascinante, ese híbrido entre Quimera y Medusa, esa anti-Esfinge incorporada aquí en una desubicada Venus que brota de entre las caribeñas espumas.

Se trata, como he dicho, de un ser mitológico, de la creación caprichosa de una mente (o muchas mentes) delirante de irrealidad. El personaje –que atiende al nombre, aún más imposible, de Jinete de Miel o, diríamos, de Meliflúa Cabalgadora– es un compendio de inverosimilitudes, pero de tantas que su poder es, sencillamente, hipnótico.

Hija de papá zoólogo marino, ella es, o se define, como bióloga. Y ello, pese a no haber seguido nunca una educación reglada. Pero ella no la necesita: es una científica de campo, una recolectora de conchas, una pescadora de perlas, una perla preciosa ella misma. Una científica analfabeta, un quitahipos oxímoron no de bata y microscopio, sino de bikini y cuchillo: ¡claro que un ser así es y tiene que ser irreal!

No del todo analfabeta. Ella lee tranquilamente, sin prisa pero sin pausa, una enciclopedia. He ahí la fuente confesada de su sabiduría. Obviamente, nadie de verdad cree que uno adquiere formación (o vocabulario) leyendo una enciclopedia (o un diccionario) desde la página uno. Y la prueba es que la misma Jinetera Melosa, pese a llegar a la T en su Enciclopedia, pasa por delante del retrato del Duque de Wellington, de Goya (con G), sin mostrar ni el menor asomo de interés: el cuadro, sencillamente, no le dice nada.

Y sin embargo ese cuadro, en 1962, era el tema de todas las conversaciones, al menos en el mundo anglosajón. Pero es obvio que la bióloga-filósofa no lee periódicos; tanto como que en su vida social las obras de arte no ocupan un lugar precisamente preeminente (a diferencia, con toda probabilidad, de las conchas y otros fenómenos naturales…). Otra confirmación de que estamos tratando con un ser irreal de los pies a la cabeza.

El Duque de Wellington le resbala, como agua de lluvia, a la Dulzona Montadora, porque lo de la enciclopedia no es más que una pose (algo para dejar caer, con impostada naturalidad, en la primera cita), porque ella pasa de la actualidad, porque ella no habla de cuadros. Frente a un ser así, tan rotundamente imposible, tan francamente inconcebible de encontrar en la vida real, tenemos al muy plausible James Bond –sin duda retoño mimado de Eton y Oxford– que, por supuesto, sí se detiene un segundo ante la pieza de Goya. Él, 007, sí que sabe…

La presencia del cuadro en la guarida del Doctor No, en ese bastión paradisíaco de Cayo Cangrejo, diluye en el acto –digámoslo de paso– cualquier antipatía o inquina que el sigiloso y avieso germanochino hubiera podido inspirarnos hasta ese momento. Basta leer el asombroso relato del robo (en 1961) y la recuperación (en 1965) del espléndido retrato goyesco para comprender que el probo y obstinado ladrón sólo pudo cedérselo al Doctor No a cambio de su contribución pecuniaria a la noble causa de la televisión gratuita para los jubilados británicos, lo que de inmediato eleva al Doctor No a las alturas de la filantropía en pro de la clase provecta –respecto a las alturas de su villanía astronáutica, pelillos a la mar–.

Pero hablábamos de la señorita Cabalga Dulce, de sus dimensiones míticas (sus dimensiones como personaje, quiero decir, ejem, ejem) y de las muchas pruebas de su absoluta imposibilidad en la vida real. Una más viene de su larga experiencia como recolectora de muestras en el trópico, compatible, a lo que se ve, con su hábito de vadear tropicales corrientes de agua y deambular por rozagantes manglares con las piernas bien descubiertas. Cierto que, tratándose de un ser mítico, los mosquitos, sanguijuelas y demás molestos pobladores de esos hábitats podrían de consuno juramentarse para respetar extremidades tan gloriosas como las suyas, pero más verosímil parece pensar que ella misma insiste en mostrarnos, con detalles como éste, su naturaleza de total entelequia.

Los detalles son, en verdad, inagotables. Es una científica práctica, una investigadora de campo, una bióloga por herencia y por vocación. Y sin embargo no tiene rebozo en repetir las monsergas supersticiosas del rústico edecán acerca del “dragón” que escupe fuego, bla bla bla. O sea, mucho pragmatismo y mucha ciencia, pero a la mínima ocasión, rollo esotérico y mistérico y estratosférico. ¡Y ello viniendo de una practicante de la ciencia observacional, de alguien que declara haber visto cosas maravillosas (las consabidas salvajadas de las mantis o los escorpiones) y que, por tanto, debería tener la vista bien aguzada para las puras y burdas supercherías! Una vez más, y será la última (aunque prometo que podría continuar con la enumeración), se confirma mi “leitmotiv”: que ese ser mitológico llamado la Rubia Tonta –al menos en su versión “Cabalgamiel la bióloga”– es imposible de encontrar, y casi de imaginar, en la vida real de todos los días.     (30-oct-11)

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