20 nov 2011

“Buried” (2010), de Rodrigo Cortés


Para sentirse terriblemente solo, pulse “1”
(Mi comentario a “Buried” (2010), de Rodrigo Cortés)

A menudo soy condescendiente con los pequeños fallos argumentales; después de todo, me digo, el argumento es sólo una parte del guión (y acaso no la principal), que es a su vez sólo una parte (aunque ésta sí la principal) de la película. ¿Pero qué se puede hacer cuando las incoherencias, las imposibilidades, las meteduras de pata y los disparates se acumulan a toda velocidad en hora y media escasa? Uno pierde la compasión y la paciencia, y hasta los nervios.

“Buried”, pese a desarrollarse en el entorno hermético de un seudo-ataúd, tiene más agujeros que un queso de Gruyère. Comentaristas más perspicaces y pacientes que yo los han enumerado minuciosamente. Y la realización misma –no sólo el argumento– es tramposa, inconsistente con sus propias premisas, artificiosa a veces hasta el ridículo.

(Es el problema de intentar lo imposible: que, además de no poder ser, es imposible. Imaginemos, con toda seriedad, una película describiendo los esfuerzos de un fontanero por emerger de una taza de inodoro en la que ha quedado atrapado, o los de un tierno infante escondido en un ropero cuya cerradura acaba de quedar bloqueada, o –un caso mucho más frecuente– la desesperada lucha de un bebé por escapar del buzón de correos en que la providente cigüeña lo ha depositado. Todos esos personajes en esos entornos estrechos, oscuros, infilmables, no son menos grotescos e incompatibles con el lenguaje cinematográfico que el camionero de “Buried” y su aventura subterránea.)

La película es más comprensible y plausible si se la aborda desde otro punto de vista que el convencional (relato de aventuras, de supervivencia, alarde técnico, bla bla bla). Intentando un enfoque inusual, se me ocurre que “Buried” es ante todo una exploración del icono por excelencia de nuestro tiempo, de esa especie de tótem que encarna nuestra pulsión de comunicación y es a la vez el símbolo de todas nuestras frustraciones en ese mismo terreno. Me refiero, claro está, al teléfono móvil.

El mensaje de “Buried” es claro: los móviles no sirven para nada. Y el guionista se recrea en mostrarnos todas las maneras en que el pequeño artefacto suele darnos con la puerta en las narices. Exonerándonos de los modos triviales (falta de cobertura, déficit de saldo, agotamiento de batería), el metraje recorre toda la irritante panoplia de reveses posibles ante el teléfono portátil, ese mínimo corazón de nuestra época: la congelada amabilidad de los contestadores automáticos; el desvío (a veces automatizado) de nuestra llamada; el frecuente malentendido o malencuentro (frecuente por el simple hecho de que no hay, no puede haber, ni una persona no “movilizada”); el uso y abuso burocrático de las líneas que, con fines más personales, nos arriesgamos a ensayar; la perversión comercial o corporativa de ofrecernos como interlocutores a profesionales (con toda su dicción exquisita o su voz amigable) del puro engaño (y a euro por minuto); el contacto forzado, y por tanto inoportuno, y por tanto decepcionante, en el minuto y en el lugar más imposible o más inconveniente (debido al imperativo de estar ubicua e incensantemente conectado); el empleo torticero o cobarde del teléfono como reemplazo del encuentro cara a cara, con tiempo por delante, exclusivo, con la verdad del otro tan abierta y visible como sus ojos; en fin, las mil y una artimañas –dilatorias, sinuosas, mendaces– de los teleoperadores, esos sumos sacerdotes del diós telefonillo.

Naturalmente, al final el protagonista muere, solo y enterrado, desesperadamente separado de aquéllos con quienes tanto ha intentado entrar en relación. Su pecado, que paga con la vida, ha sido haber confiado, en una situación límite como la que vive, más en la "cajita mágica" que en sus propios recursos: su cuchillo o sus uñas, la potencia de su voz, las fuerzas de sus músculos. Ha sido otra víctima sacrificada a la superstición del teléfono móvil y a sus falaces dogmas ("siempre conectado, siempre disponible, siempre cercano"). Descanse en paz, ahora que, más allá de las antenas más remotas, está para siempre fuera de cobertura.       (19-nov-11)

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