3 feb 2013

“Knight and Day” (2010), de James Mangold


Mis notas a "Knight and Day" (2010), de James Mangold


Esta película no es más que la enésima versión de “Misión imposible”, cambiándole el nombre para darle algo de aliciente.

Es una vistosa basurilla de acción, donde todo consiste en ir cambiando de ambiente, para darle variedad al espectador, repitiendo en cada nuevo lugar el consabido repertorio de peleas (en que los enemigos no son más humanos que figuras de videojuego para el infantil Cruise), el obligado tiroteo, las manidas explosiones.

Es especialmente irritante en esta película la insultantemente desmesurada invulnerabilidad del personaje de Cruise (y, por contagio, de la rubia que se alinea a su lado); es de un increíble y de un estúpido que realmente impresiona (pero todo el filme es un videojuego para tarados, evidentemente).

Hay un momento en que los dos super-agentes se disponen a tomar un helicóptero, ante el ataque de un mortífero avión de caza; hay una elipsis, y al instante los dos aparecen sanos y salvos en Salzburgo; como si fuera de cajón que tenían que escapar indemnes de la isla caribeña en el frágil helicóptero.

No voy a insistir en lo de la invulnerabilidad: es sencillamente una gilipollez, y no hay más que añadir al respecto.

Hablando de gilipolleces, el guión es todo un montón de tales, incluyendo el tratamiento del genio idiota Dano.

El único personaje digno de todo el reparto parece Viola Davis, como jefa de la CIA.

Por cierto, hablando de playa, el momento en que aparecen en la isla de Cruise, con éste saliendo del agua “con la pesca hecha” y la chica despertándose en el “bungalow”, es otra cima de la gilipollez omnipresente en el filme.

Cameron Diaz como mecánica de automóviles es todavía más increíble que Jordi Mollá como “pez gordo” español del tráfico internacional de armas; menudos oficios para menudos actores…

Las carreras de coches, evidentemente bien rodadas, pecan de demasiado espectaculares: los botes de Cruise de capó en capó son acrobacias que sobrepasan toda verosimilitud y que, por lo mismo, dan risa: él mismo se convierte, como sus inagotables enemigos, en un muñeco de dibujos animados (compárense con las persecuciones de la serie Bourne, o con bastantes de las de James Bond, muchísimo más “razonables”…).

La pelea inicial en el avión, en que Cruise liquida a una docena de malotes en lo que Cameron Diaz se retoca el maquillaje (y el sostén) en el baño, da el tono disparatado de toda la película.

Por supuesto, no hay límites para la violencia ni para la degradación del oponente a títere fácil (y gozoso) de abatir.

Bien, he escrito la palabra “disparatado”, y llega el momento de glosar el disparate máximo de esta antología del mismo: se trata de los veinte gloriosos minutos por los que la película más (me) llama la atención.

Me refiero a la parte final, rodada en Sevilla: uno de los momentos de cine más estrambóticos que he visto en mucho tiempo, un cuarto de hora delirante y bochornoso.

No hay límite al impudor, la ignorancia y la deformación: estamos en Sevilla, se dice que “es el día de San Fermín”, hay encierros por las calles, los mozos llevan el pañuelo rojo pamplonica, y, en medio de la fiesta popular, caen ese par de yankis acelerados, Cruise y su chica, atravesando la ciudad en moto en su huida del malvado Mollá (que, por cierto, parece que vive en la Casa Pilatos o en algún palacio sevillano semejante).

Con la moto se meten en el medio de la carrera de los mozos, llegan al coso sevillano (me pregunto si será la Maestranza de verdad), dan una vuelta de honor entre el alboroto de la plaza (anda por ahí, en pleno final de encierro, un torero vestido de tal…), vuelven a las callejuelas serpeantes de la ciudad, afrontan a un extraviado y severo astado, lo torean con la moto (¡de qué no será capaz el super-agente Cruise!) y, de paso, con ayuda de la manada de toros en estampida, se cargan al malvado Mollá en un accidente múltiple; en una palabra, el delirio absoluto…

Estos quince minutos, repito, son antológicos: cómo confundir y mezclar clichés sin límite ni recato; cómo convertir una manifestación popular en la archi-sabida “montaña rusa” hollywoodense, llena de confusión, velocidad y violencia; cómo rebajar el mundo entero, y todas las tradiciones o idiosincrasias del mismo, a un mero telón de fondo de las payasadas que se le ocurren a la industria del cine para recaudar de (e idiotizar a) masas de devoradores de palomitas.

En suma, un entretenimiento perfectamente hueco y de efímera huella, salvo, para un español, su última parte, de verdad vergonzosamente memorable.    (28 de enero de 2013)

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