Mis notas a "Knight and Day" (2010),
de James Mangold
Esta película no es
más que la enésima versión de “Misión imposible”, cambiándole el nombre para
darle algo de aliciente.
Es una vistosa
basurilla de acción, donde todo consiste en ir cambiando de ambiente, para darle
variedad al espectador, repitiendo en cada nuevo lugar el consabido repertorio
de peleas (en que los enemigos no son más humanos que figuras de videojuego
para el infantil Cruise), el obligado tiroteo, las manidas explosiones.
Es especialmente
irritante en esta película la insultantemente desmesurada invulnerabilidad del
personaje de Cruise (y, por contagio, de la rubia que se alinea a su lado); es
de un increíble y de un estúpido que realmente impresiona (pero todo el filme es
un videojuego para tarados, evidentemente).
Hay un momento en
que los dos super-agentes se disponen a tomar un helicóptero, ante el ataque de
un mortífero avión de caza; hay una elipsis, y al instante los dos aparecen
sanos y salvos en Salzburgo; como si fuera de cajón que tenían que escapar
indemnes de la isla caribeña en el frágil helicóptero.
No voy a insistir
en lo de la invulnerabilidad: es sencillamente una gilipollez, y no hay más que
añadir al respecto.
Hablando de
gilipolleces, el guión es todo un montón de tales, incluyendo el tratamiento
del genio idiota Dano.
El único personaje
digno de todo el reparto parece Viola Davis, como jefa de la CIA.
Por cierto,
hablando de playa, el momento en que aparecen en la isla de Cruise, con éste
saliendo del agua “con la pesca hecha” y la chica despertándose en el
“bungalow”, es otra cima de la gilipollez omnipresente en el filme.
Cameron Diaz como
mecánica de automóviles es todavía más increíble que Jordi Mollá como “pez
gordo” español del tráfico internacional de armas; menudos oficios para menudos
actores…
Las carreras de
coches, evidentemente bien rodadas, pecan de demasiado espectaculares: los
botes de Cruise de capó en capó son acrobacias que sobrepasan toda
verosimilitud y que, por lo mismo, dan risa: él mismo se convierte, como sus
inagotables enemigos, en un muñeco de dibujos animados (compárense con las
persecuciones de la serie Bourne, o con bastantes de las de James Bond,
muchísimo más “razonables”…).
La pelea inicial en
el avión, en que Cruise liquida a una docena de malotes en lo que Cameron Diaz
se retoca el maquillaje (y el sostén) en el baño, da el tono disparatado de
toda la película.
Por supuesto, no
hay límites para la violencia ni para la degradación del oponente a títere
fácil (y gozoso) de abatir.
Bien, he escrito la
palabra “disparatado”, y llega el momento de glosar el disparate máximo de esta
antología del mismo: se trata de los veinte gloriosos minutos por los que la
película más (me) llama la atención.
Me refiero a la
parte final, rodada en Sevilla: uno de los momentos de cine más estrambóticos
que he visto en mucho tiempo, un cuarto de hora delirante y bochornoso.
No hay límite al
impudor, la ignorancia y la deformación: estamos en Sevilla, se dice que “es el
día de San Fermín”, hay encierros por las calles, los mozos llevan el pañuelo
rojo pamplonica, y, en medio de la fiesta popular, caen ese par de yankis
acelerados, Cruise y su chica, atravesando la ciudad en moto en su huida del
malvado Mollá (que, por cierto, parece que vive en la Casa Pilatos o en algún
palacio sevillano semejante).
Con la moto se
meten en el medio de la carrera de los mozos, llegan al coso sevillano (me
pregunto si será la Maestranza de verdad), dan una vuelta de honor entre el
alboroto de la plaza (anda por ahí, en pleno final de encierro, un torero
vestido de tal…), vuelven a las callejuelas serpeantes de la ciudad, afrontan a
un extraviado y severo astado, lo torean con la moto (¡de qué no será capaz el
super-agente Cruise!) y, de paso, con ayuda de la manada de toros en estampida,
se cargan al malvado Mollá en un accidente múltiple; en una palabra, el delirio
absoluto…
Estos quince
minutos, repito, son antológicos: cómo confundir y mezclar clichés sin límite
ni recato; cómo convertir una manifestación popular en la archi-sabida “montaña
rusa” hollywoodense, llena de confusión, velocidad y violencia; cómo rebajar el
mundo entero, y todas las tradiciones o idiosincrasias del mismo, a un mero
telón de fondo de las payasadas que se le ocurren a la industria del cine para
recaudar de (e idiotizar a) masas de devoradores de palomitas.
En suma, un
entretenimiento perfectamente hueco y de efímera huella, salvo, para un
español, su última parte, de verdad vergonzosamente memorable. (28 de enero de 2013)
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