Mis notas a "The Master" (2012), de
Paul Thomas Anderson
Esperaba muchísimo
más de esta película: podría haber sido una investigación sobre los métodos de
las sectas, o un duelo psicológico entre “maestro” y “discípulo”, o una
reconstrucción de un microcosmos (o macrocosmos: los EE.UU. de los años 50)
particular. Pero desgraciadamente no es nada de todo eso (o lo es todo, pero
sin vigor, sin entusiasmo, sin exhaustividad).
La película avanza
con fluidez y convicción desde la presentación del personaje hasta su inserción
en el círculo del Maestro: vemos al tipo desastroso saltando de empleo en
empleo, acabando siempre en un alboroto y una fuga, hasta que cae en el barco
del Maestro y sus seguidores (que no es realmente del Maestro, por cierto); y
vemos cómo el Maestro y él se van seduciendo mutuamente, hasta la escena de
salón en Nueva York, donde Hoffman debe afrontar a un escéptico y Phoenix está
encantado de asumir el rol de matón en defensa de su ya más “amo” que
“maestro”.
A partir de ahí,
con la mudanza a Filadelfia, la historia empieza a empantanarse y a dar vueltas
sobre sí misma: los personajes interactúan, pero sin progreso ni resultado
ninguno, se insiste en la jerga y las técnicas del sectario y sus seguidores,
hay algún vago y vano intento psicológico, pero todo empieza a volverse
repetitivo y, sencillamente, aburrido.
Dos momentos son
especialmente crispantes en esta fase: uno, la “lección” del paseo entre
ventana y muro (y de decir verdades, y de “cambiar el color de los ojos”, las
tres cosas alternadas) (¿lección por qué y para qué?, ¿y con qué resultados, si
el discípulo sigue siendo un borracho y un violento sin remedio? –por cierto,
tanta pelea del sujeto acaba por cansar, hasta que cuando, casi al final, ataca
al editor de la segunda parte de “La Causa”, o sea, de la “Biblia” del Maestro,
estamos deseando que alguien enseñe de una vez una lección a este matón
desesperante–); otro momento crispante es cuando aparecen (es una
característica de esta película: los personajes “aparecen” donde menos se les
espera: en otra escena “aparecen” en un paraje agreste, desenterrando la
segunda parte de la “gran obra” del Maestro, al parecer escrita mucho tiempo
atrás…) en el desierto, preparados para pilotar una moto a toda velocidad hacia
el horizonte, vaya usted a saber por qué.
El final es
debidamente ambiguo e insípido: yo entiendo que el Maestro, una vez bien
“institucionalizados” él y su culto, le pega una “amable patada” a su rudo discípulo
en el culo (en el caso de que la escena entera no sea un sueño del “colgado”
del discípulo en el cine vacío...), añadiendo una entrañable canción para
elevar lo incomprensible al infinito; de resultas de esto, o quizá simplemente
porque el tipo fue desde el principio “un caso perdido”, el discípulo sigue
siendo el desastre habitual, sólo que ahora ha añadido a su repertorio de
burlas los tópicos de las sesiones de “terapia” con el Maestro.
Como actor, Phoenix
es crispante: el suyo es un rostro desagradable de ver, y sus muecas, que
finalmente resultan soporíferas y enfadosas, francamente no me parecen dignas
de ningún gran premio de interpretación (sencillamente, al personaje le faltan,
a pesar de la historieta de amor frustrado con la chiquilla de raíces noruegas,
registros y matices).
En cambio, Hoffman
sí tiene un gran encanto y magnetismo; su papel está mucho mejor escrito, y
permite al actor lucir su simpatía, su don de gentes, su cólera, su verborrea,
su perspicacia, etc.
Yo creo que el
punto central de la película es la relación entre los dos sujetos: es una
relación que no avanza, pero que es siempre intensa; es un diálogo de sordos
entre dos fabuladores y dos impostores, especialistas en destilar porquería
(seudo-alcohol uno, palabrería el otro) para consumo propio y ajeno; la peli es
un ir y venir entre los dos (con una escena especialmente poderosa: la de la
cárcel, donde queda claro quién de los dos es el Maestro y que los resortes que
los ligan son la fragilidad emocional y la quiebra personal del uno, y la
habilidad psicológica, la intuición manipuladora, del otro); en todo caso, la
película es sobre todo la historia de esta atracción y esta amistad imposible: de
un lado, el desafío que el Maestro se impone a sí mismo de dominar a este
indómito extraviado, sin dinero ni autocontrol, y, del otro lado, el desamparo
violento, que se torna en fidelidad perruna (de “bulldog”), del lastimoso discípulo.
He alabado la,
digamos, primera mitad de la película; pero ojo, no estoy nada de acuerdo con
los desmedidos ditirambos sobre ella de algunos críticos: ni es tan brillante,
ni tan vistosa, ni tan potente (en ritmo, en imágenes, en hallazgos cinematográficos),
como algunos entusiastas sostienen.
La película se basa
en el fundador (y sus técnicas de persuasión, y sus clichés doctrinales, y sus
métodos de propaganda) de la Cienciología (y, por lo poco que sé o que
recuerdo, lo hace más fielmente de lo que, por miedo a las consecuencias
legales, el mismo director del filme puede reconocer).
La reconstrucción
de los años 50 tampoco es fastuosa: es muy convincente, pero no me parece
deslumbrante; y ello porque, de algún modo, a la peli le faltan escenarios
(aunque, desde el punto de vista de la historia “íntima”, es mi opinión que le
sobran -pase un barco, ¿pero hacía falta también una moto? ¿y por qué no un
tanque, o un globo aerostático?-), le faltan exteriores, le faltan masas
urbanas, etc.
No puedo decir que
la peli peque de pretenciosa (por ejemplo, no me parece que haya demasiados diálogos;
y diálogos verdaderamente densos, francamente, no recuerdo ahora ninguno); sí
peca de inexpresiva, de ambigua, de desenfocada (desde luego, de larga: ¡dos
horas y media!), de ambiciosa a su (bastante ininteligible) modo.
Un personaje
bastante poderoso es el de la mujer del Maestro: siempre previniendo a éste contra
el discípulo, del que quiere desembarazarse, sirve para recalcar que lo que hay
entre Maestro y discípulo es estrictamente un vínculo personal (no estratégico,
no ideológico, no interesado); la “blandita” Amy Adams está muy bien en el
papel.
La película deja
abierta la posibilidad de que Hoffman sea sincero después de todo (una especie
de místico, aunque “autor de un libro de mierda”, como dice su editor), el
dueño de una Revelación particular, un filántropo a su manera; sin embargo, sus
cóleras e intolerancias a las críticas (diálogo de salón en Nueva York: uno de
los mejores momentos de la película) permiten dudarlo; sin olvidar que, en un
momento dado, es arrestado por apropiación indebida de un legado.
La dificultad de
análisis de la película proviene de lo indefinido de su tema, de la imprecisión
respecto al foco de la narración (repito: no son las sectas, no es la
psicología, no es la sociología; creo adivinar que es la relación entre los dos
caracteres, como he explicado); esta imprecisión condena, me temo, a la
decepción a las expectativas de muchos espectadores (por ejemplo, las mías)
acerca de la película.
Aun así, me atrevo
a decir que, incluso si uno identifica correctamente el núcleo de la película
(como creo haber hecho), el resultado es, pese a todo, decepcionante: pues no
convence en absoluto el relato de la amistad de los dos caracteres: el
planteamiento de la misma es muy plausible, pero el desarrollo y el desenlace
se enroscan sobre sí mismos, se alargan y se reiteran, sin que a la postre
tanto manierismo se resuelva en un final rotundo, explícito, a la altura de la
densidad de los personajes y de los opuestos y sólidos destinos impresos en
ellos por sus vidas. (22 de enero de 2013)
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