3 feb 2013

“The Master” (2012), de Paul Thomas Anderson


Mis notas a "The Master" (2012), de Paul Thomas Anderson


Esperaba muchísimo más de esta película: podría haber sido una investigación sobre los métodos de las sectas, o un duelo psicológico entre “maestro” y “discípulo”, o una reconstrucción de un microcosmos (o macrocosmos: los EE.UU. de los años 50) particular. Pero desgraciadamente no es nada de todo eso (o lo es todo, pero sin vigor, sin entusiasmo, sin exhaustividad).

La película avanza con fluidez y convicción desde la presentación del personaje hasta su inserción en el círculo del Maestro: vemos al tipo desastroso saltando de empleo en empleo, acabando siempre en un alboroto y una fuga, hasta que cae en el barco del Maestro y sus seguidores (que no es realmente del Maestro, por cierto); y vemos cómo el Maestro y él se van seduciendo mutuamente, hasta la escena de salón en Nueva York, donde Hoffman debe afrontar a un escéptico y Phoenix está encantado de asumir el rol de matón en defensa de su ya más “amo” que “maestro”.

A partir de ahí, con la mudanza a Filadelfia, la historia empieza a empantanarse y a dar vueltas sobre sí misma: los personajes interactúan, pero sin progreso ni resultado ninguno, se insiste en la jerga y las técnicas del sectario y sus seguidores, hay algún vago y vano intento psicológico, pero todo empieza a volverse repetitivo y, sencillamente, aburrido.

Dos momentos son especialmente crispantes en esta fase: uno, la “lección” del paseo entre ventana y muro (y de decir verdades, y de “cambiar el color de los ojos”, las tres cosas alternadas) (¿lección por qué y para qué?, ¿y con qué resultados, si el discípulo sigue siendo un borracho y un violento sin remedio? –por cierto, tanta pelea del sujeto acaba por cansar, hasta que cuando, casi al final, ataca al editor de la segunda parte de “La Causa”, o sea, de la “Biblia” del Maestro, estamos deseando que alguien enseñe de una vez una lección a este matón desesperante–); otro momento crispante es cuando aparecen (es una característica de esta película: los personajes “aparecen” donde menos se les espera: en otra escena “aparecen” en un paraje agreste, desenterrando la segunda parte de la “gran obra” del Maestro, al parecer escrita mucho tiempo atrás…) en el desierto, preparados para pilotar una moto a toda velocidad hacia el horizonte, vaya usted a saber por qué.

El final es debidamente ambiguo e insípido: yo entiendo que el Maestro, una vez bien “institucionalizados” él y su culto, le pega una “amable patada” a su rudo discípulo en el culo (en el caso de que la escena entera no sea un sueño del “colgado” del discípulo en el cine vacío...), añadiendo una entrañable canción para elevar lo incomprensible al infinito; de resultas de esto, o quizá simplemente porque el tipo fue desde el principio “un caso perdido”, el discípulo sigue siendo el desastre habitual, sólo que ahora ha añadido a su repertorio de burlas los tópicos de las sesiones de “terapia” con el Maestro.

Como actor, Phoenix es crispante: el suyo es un rostro desagradable de ver, y sus muecas, que finalmente resultan soporíferas y enfadosas, francamente no me parecen dignas de ningún gran premio de interpretación (sencillamente, al personaje le faltan, a pesar de la historieta de amor frustrado con la chiquilla de raíces noruegas, registros y matices).

En cambio, Hoffman sí tiene un gran encanto y magnetismo; su papel está mucho mejor escrito, y permite al actor lucir su simpatía, su don de gentes, su cólera, su verborrea, su perspicacia, etc.

Yo creo que el punto central de la película es la relación entre los dos sujetos: es una relación que no avanza, pero que es siempre intensa; es un diálogo de sordos entre dos fabuladores y dos impostores, especialistas en destilar porquería (seudo-alcohol uno, palabrería el otro) para consumo propio y ajeno; la peli es un ir y venir entre los dos (con una escena especialmente poderosa: la de la cárcel, donde queda claro quién de los dos es el Maestro y que los resortes que los ligan son la fragilidad emocional y la quiebra personal del uno, y la habilidad psicológica, la intuición manipuladora, del otro); en todo caso, la película es sobre todo la historia de esta atracción y esta amistad imposible: de un lado, el desafío que el Maestro se impone a sí mismo de dominar a este indómito extraviado, sin dinero ni autocontrol, y, del otro lado, el desamparo violento, que se torna en fidelidad perruna (de “bulldog”), del lastimoso discípulo.

He alabado la, digamos, primera mitad de la película; pero ojo, no estoy nada de acuerdo con los desmedidos ditirambos sobre ella de algunos críticos: ni es tan brillante, ni tan vistosa, ni tan potente (en ritmo, en imágenes, en hallazgos cinematográficos), como algunos entusiastas sostienen.

La película se basa en el fundador (y sus técnicas de persuasión, y sus clichés doctrinales, y sus métodos de propaganda) de la Cienciología (y, por lo poco que sé o que recuerdo, lo hace más fielmente de lo que, por miedo a las consecuencias legales, el mismo director del filme puede reconocer).

La reconstrucción de los años 50 tampoco es fastuosa: es muy convincente, pero no me parece deslumbrante; y ello porque, de algún modo, a la peli le faltan escenarios (aunque, desde el punto de vista de la historia “íntima”, es mi opinión que le sobran -pase un barco, ¿pero hacía falta también una moto? ¿y por qué no un tanque, o un globo aerostático?-), le faltan exteriores, le faltan masas urbanas, etc.

No puedo decir que la peli peque de pretenciosa (por ejemplo, no me parece que haya demasiados diálogos; y diálogos verdaderamente densos, francamente, no recuerdo ahora ninguno); sí peca de inexpresiva, de ambigua, de desenfocada (desde luego, de larga: ¡dos horas y media!), de ambiciosa a su (bastante ininteligible) modo.

Un personaje bastante poderoso es el de la mujer del Maestro: siempre previniendo a éste contra el discípulo, del que quiere desembarazarse, sirve para recalcar que lo que hay entre Maestro y discípulo es estrictamente un vínculo personal (no estratégico, no ideológico, no interesado); la “blandita” Amy Adams está muy bien en el papel.

La película deja abierta la posibilidad de que Hoffman sea sincero después de todo (una especie de místico, aunque “autor de un libro de mierda”, como dice su editor), el dueño de una Revelación particular, un filántropo a su manera; sin embargo, sus cóleras e intolerancias a las críticas (diálogo de salón en Nueva York: uno de los mejores momentos de la película) permiten dudarlo; sin olvidar que, en un momento dado, es arrestado por apropiación indebida de un legado.

La dificultad de análisis de la película proviene de lo indefinido de su tema, de la imprecisión respecto al foco de la narración (repito: no son las sectas, no es la psicología, no es la sociología; creo adivinar que es la relación entre los dos caracteres, como he explicado); esta imprecisión condena, me temo, a la decepción a las expectativas de muchos espectadores (por ejemplo, las mías) acerca de la película.

Aun así, me atrevo a decir que, incluso si uno identifica correctamente el núcleo de la película (como creo haber hecho), el resultado es, pese a todo, decepcionante: pues no convence en absoluto el relato de la amistad de los dos caracteres: el planteamiento de la misma es muy plausible, pero el desarrollo y el desenlace se enroscan sobre sí mismos, se alargan y se reiteran, sin que a la postre tanto manierismo se resuelva en un final rotundo, explícito, a la altura de la densidad de los personajes y de los opuestos y sólidos destinos impresos en ellos por sus vidas.               (22 de enero de 2013)

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