3 feb 2013

“Sherlock Holmes 2: Juego de sombras” (2011), de Guy Ritchie



Mis notas a "Sherlock Holmes 2: Juego de sombras" (2011), de Guy Ritchie


Esta segunda parte del “Sherlock Holmes” cinematográfico del siglo XXI me gusta menos que la primera, quizá porque se ha perdido el efecto sorpresa y uno sabe ya el tono de lo que se va a encontrar; pero también, probablemente, por la ausencia de escenarios tan soberbios como en la primera (el Parlamento británico, el puente de la Torre de Londres, e incluso un astillero londinense con un barco en construcción, son sin duda fondos más espectaculares para las hazañas del famoso detective que una fábrica de armas, los campos entre Francia o Alemania, un poblado gitano, una sala de subastas o hasta una catarata en Suiza).

Hay que mostrarse debidamente escandalizado ante la transformación a que se ha sometido al entrañable Sherlock, y yo lo hago, pero una vez exteriorizada esa reacción purista tengo que añadir que la peli (también esta segunda parte) es muy gratificante de ver y de oir.

Son un gusto para la vista esas reconstrucciones de ambientes decimonónicos: los salones, los trajes, las calles (imagino que mucho de ello es digital, pero qué importa), en la excelente fotografía de P. Rousselot; visualmente, la película es muy atractiva y satisfactoria, como la primera, esto no se puede negar.

Acompaña a la experiencia visual la música, siempre inteligente y apropiada, de Hans Zimmer, con su ritmo y su grandiosidad, lo que contribuye también al disfrute.

 Fotografía y música realzan, como digo, las excelentes re-creaciones de paisajes y ambientes de fines del diecinueve.

Otra cosa es el “escuchar”: no es tan disfrutable ver en qué se han convertido los personajes clásicos de Sherlock y Watson.

Por cierto, Downey puede llegar a ser convincente, físicamente, como Holmes (aunque me temo que Peter Cushing, alto, escuálido, genéticamente intelectual, es insuperable), pero a Jude Law como doctor Watson no se le cree nadie, por más partes que decidan rodar de la saga Sherlock.

El guión mantiene personajes y anécdotas o incidentes de las novelas (por ejemplo Irene Adler, a la que se explota hasta extremos inverosímiles -que yo recuerde, la mujer sólo aparece en “Un escándalo en Bohemia”, nada que ver con este “rollete” que Holmes y ella se traen de película en película-, o Mycroft, el hermano de Holmes, o, evidentemente, el genio criminal doctor Moriarty, o la “muerte” de Holmes en las cataratas suizas de Reichenbach), pero el tratamiento de los personajes y el tono general de las historias son enteramente distintos.

Las películas, hay que decirlo ya, son puramente de acción: y con un énfasis desmedido en la violencia física, en las peleas a puñetazo limpio.

Se añade una previsible, y vistosa, compulsión viajera, que nos pasea en un par de horas por diversos países y atmósferas.

El ritmo de las películas es, pues, un ritmo de carrera, no de reflexión: todo pasa en un periquete, todo lo descubre Sherlock en un santiamén, ninguna necesidad de fumarse “tres pipas” o de hacer preparativos sutiles y semi-clandestinos (para Watson) para tender su trampa.

Sherlock es en gran medida un histrión y un mago, un payaso y un adivino, hasta extremos rotundamente inverosímiles (como cuando tira del tren a la esposa de Watson).

Las películas pretenden tener unos diálogos chispeantes, pero a mí no me lo parecen; y cuando se empeñan en ser inteligentísimas, como en el momento del diálogo, en parte ajedrecístico, final, no funcionan y lindan lo incomprensible.

Claramente, el punto fuerte es el “sensitivo” (ver, oír, correr, entregarse a la acción, dejarse fascinar por las atmósferas); a mi entender, intelectualmente a las pelis “les falta un hervor”, pese a los intentos de los guionistas.

No hay mucho que decir de Sherlock: se ha convertido en un muñeco, un bufón, un gallo de pelea, un latoso; y el doctor Watson es un acompañante y amigo muy poco convincente -y nada convencido, lo que ciertamente es una novedad respecto a los libros-.

El caso en sí, en esta ocasión, se convierte en un “totum revolutum”, donde pasa de todo en todos los sitios, donde se mezcla todo con todo (atentados anarquistas, ambiciones capitalistas, la Paz Armada, la rivalidad franco-alemana, una conferencia de paz, nuevas tecnologías de armamento, ¡incluso experimentos quirúrgicos!) y donde lo de menos es el argumento y lo de más el ir saltando de escenario en escenario, de país en país y de pelea en pelea.

Hay que reconocer que algunas, o muchas, escenas de acción están muy bien rodadas, con un uso original y muy eficaz de la cámara lenta (pienso en los cañonazos a través del bosque sobre Sherlock y su partida, en el momento de la huida de la fábrica de armas).

En suma, un agradable entretenimiento, más agradable cuanto menos atención preste uno a los diálogos y menos pase por la cabeza de uno el Sherlock que se recuerda de los libros de Conan Doyle.       (13-enero-2013)

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