Mis
notas a "Sherlock Holmes 2: Juego de sombras" (2011), de Guy Ritchie
Esta segunda parte
del “Sherlock Holmes” cinematográfico del siglo XXI me gusta menos que la
primera, quizá porque se ha perdido el efecto sorpresa y uno sabe ya el tono de
lo que se va a encontrar; pero también, probablemente, por la ausencia de
escenarios tan soberbios como en la primera (el Parlamento británico, el puente
de la Torre de Londres, e incluso un astillero londinense con un barco en
construcción, son sin duda fondos más espectaculares para las hazañas del
famoso detective que una fábrica de armas, los campos entre Francia o Alemania,
un poblado gitano, una sala de subastas o hasta una catarata en Suiza).
Hay que mostrarse
debidamente escandalizado ante la transformación a que se ha sometido al
entrañable Sherlock, y yo lo hago, pero una vez exteriorizada esa reacción
purista tengo que añadir que la peli (también esta segunda parte) es muy
gratificante de ver y de oir.
Son un gusto para
la vista esas reconstrucciones de ambientes decimonónicos: los salones, los
trajes, las calles (imagino que mucho de ello es digital, pero qué importa), en
la excelente fotografía de P. Rousselot; visualmente, la película es muy
atractiva y satisfactoria, como la primera, esto no se puede negar.
Acompaña a la
experiencia visual la música, siempre inteligente y apropiada, de Hans Zimmer,
con su ritmo y su grandiosidad, lo que contribuye también al disfrute.
Fotografía y música realzan, como digo, las excelentes
re-creaciones de paisajes y ambientes de fines del diecinueve.
Otra cosa es el
“escuchar”: no es tan disfrutable ver en qué se han convertido los personajes clásicos
de Sherlock y Watson.
Por cierto, Downey
puede llegar a ser convincente, físicamente, como Holmes (aunque me temo que
Peter Cushing, alto, escuálido, genéticamente intelectual, es insuperable),
pero a Jude Law como doctor Watson no se le cree nadie, por más partes que decidan
rodar de la saga Sherlock.
El guión mantiene
personajes y anécdotas o incidentes de las novelas (por ejemplo Irene Adler, a
la que se explota hasta extremos inverosímiles -que yo recuerde, la mujer sólo
aparece en “Un escándalo en Bohemia”, nada que ver con este “rollete” que
Holmes y ella se traen de película en película-, o Mycroft, el hermano de
Holmes, o, evidentemente, el genio criminal doctor Moriarty, o la “muerte” de
Holmes en las cataratas suizas de Reichenbach), pero el tratamiento de los
personajes y el tono general de las historias son enteramente distintos.
Las películas, hay
que decirlo ya, son puramente de acción: y con un énfasis desmedido en la
violencia física, en las peleas a puñetazo limpio.
Se añade una
previsible, y vistosa, compulsión viajera, que nos pasea en un par de horas por
diversos países y atmósferas.
El ritmo de las
películas es, pues, un ritmo de carrera, no de reflexión: todo pasa en un
periquete, todo lo descubre Sherlock en un santiamén, ninguna necesidad de
fumarse “tres pipas” o de hacer preparativos sutiles y semi-clandestinos (para
Watson) para tender su trampa.
Sherlock es en gran
medida un histrión y un mago, un payaso y un adivino, hasta extremos
rotundamente inverosímiles (como cuando tira del tren a la esposa de Watson).
Las películas
pretenden tener unos diálogos chispeantes, pero a mí no me lo parecen; y cuando
se empeñan en ser inteligentísimas, como en el momento del diálogo, en parte ajedrecístico,
final, no funcionan y lindan lo incomprensible.
Claramente, el
punto fuerte es el “sensitivo” (ver, oír, correr, entregarse a la acción,
dejarse fascinar por las atmósferas); a mi entender, intelectualmente a las
pelis “les falta un hervor”, pese a los intentos de los guionistas.
No hay mucho que
decir de Sherlock: se ha convertido en un muñeco, un bufón, un gallo de pelea,
un latoso; y el doctor Watson es un acompañante y amigo muy poco convincente -y
nada convencido, lo que ciertamente es una novedad respecto a los libros-.
El caso en sí, en
esta ocasión, se convierte en un “totum revolutum”, donde pasa de todo en todos
los sitios, donde se mezcla todo con todo (atentados anarquistas, ambiciones
capitalistas, la Paz Armada, la rivalidad franco-alemana, una conferencia de
paz, nuevas tecnologías de armamento, ¡incluso experimentos quirúrgicos!) y
donde lo de menos es el argumento y lo de más el ir saltando de escenario en
escenario, de país en país y de pelea en pelea.
Hay que reconocer
que algunas, o muchas, escenas de acción están muy bien rodadas, con un uso
original y muy eficaz de la cámara lenta (pienso en los cañonazos a través del
bosque sobre Sherlock y su partida, en el momento de la huida de la fábrica de
armas).
En suma, un
agradable entretenimiento, más agradable cuanto menos atención preste uno a los
diálogos y menos pase por la cabeza de uno el Sherlock que se recuerda de los
libros de Conan Doyle. (13-enero-2013)
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