Mis notas a "Lo imposible" (2012), de Juan Antonio Bayona
Aunque parezca
imposible en una película de catástrofes, ésta es por momentos aburrida.
Es un producto de
consumo para paladares poco exigentes y bolsillos agradecidos; dicho de otro
modo, un producto dirigido a halagar al público americano y a conquistar su
mercado (parece que lo ha conseguido).
Por supuesto, los
protagonistas son todos anglosajones (no así la familia en la que se basa el
caso real, que parece más bien de estadounidenses hispanos), incluidos niños
muy, muy rubitos (hasta el niño ajeno salvado es un anglosajoncito –¿hubieran
salvado a un extranjero, no digamos a un indígena?–).
La familia
protagonista abandona el lugar de los hechos en un avión particular
medicalizado ¡y tan frescos!: ¡al resto del mundo que le zurzan!
La población local,
mayormente, no existe, salvo la nota de color de los rescatadores de la mujer,
esos “buenos salvajes” (pero tan tontos…) que se la llevan a rastras por el
fango.
Está claro quién
paga la película: Coca-Cola (aparece una inequívoca latita en el punto límite
de la desesperación inicial, para refrescar a la heroína y a los dos niños) y
Zurich Insurance (compañía explícitamente mencionada justo antes de que la
familia disponga del avión puesto a su servicio por ella).
La historia es tan
simple que se reduce a un cuento de hadas, con una catástrofe en vez de un
ogro, una trama más bien escasa y un final debidamente feliz.
En esencia, tras el
prólogo y el momento cumbre de la gran ola, hay dos líneas argumentales (madre+hijo
adolescente y padre+hijos pequeños, brevemente separados uno de otros por un
momento) que confluyen al final, cuando se encuentran todos en el patio del
hospital.
Este encuentro es
tan inverosímil y casual que da risa: es francamente ridículo ver que todo se
cierra con semejante “deus (o azar) ex machina”.
Por supuesto, toda
la acción pasa en dos días: en dos días los cinco miembros de la familia se
pierden, se buscan y se encuentran; ¡esto en medio del mayor maremoto de la
historia, con cientos de miles de muertos! ¡Y todo lo que les pasa, aparte de
unos cuantos arañazos aquí y allá, es que la señora se ha roto una pierna! Sencillamente
increíble. Y no digamos cuando al final la señora ni siquiera pierde la pierna:
¿cabe imaginar un final más pasmosamente feliz?
Las dos líneas
argumentales cuentan esencialmente lo mismo: salir a flote, buscarse sobre el
terreno y encontrarse en el hospital.
Que sean dos líneas
y que cuenten lo mismo empobrece y hace monótona la película: un desastre tan
complejo y tan trágico como el “tsunami” de 2004 hubiera debido contarse, si se
pretendía usar varias historias, con más variedad: por ejemplo, el punto de
vista de alguien del hospital, la logística de la ayuda, la colaboración
internacional, la población local, etc.
¿Esto no hubiera
alargado la película hasta el infinito? En absoluto: la película es larga, y se
hace larga, precisamente tal como es, por su monotonía y machaconería.
No se hubiera
alargado porque las dos horas actuales están cargadas y recargadas de escenas
sentimentales repetidas hasta la saciedad (los gritos de la madre, los diálogos
de ternezas familiares, una y otra vez, una y otra vez); escenas que, por cierto,
en general no funcionan.
Curiosamente, la
película gana fuerza cuando rompe el círculo de la dichosa familia americanita,
como en ese momento en que el adolescente va pregonando por el hospital el
nombre de gente que busca a otra.
Hubiera sido una
película perfecta de historias entrelazadas, y González Iñárritu (Amores
perros, Babel, 21 gramos)
o Soderbergh (Traffic, Contagio) la hubieran bordado; pero por desgracia las
dos historias contadas en la peli, como he dicho, son en esencia la misma, se
alargan sin aportar más que (intentos de) lagrimita fácil, y simplifican la
historia –objetivamente compleja, intrincada, trágica, llena sin duda de
momentos de horror, de emoción, de abnegación, de grandeza, de humanidad– hasta
el nivel de las típicas mentes americanas de las que se desea que “revienten la
taquilla”.
El mejor actor es el adolescente Tom Holland,
al que yo diría que espera un espléndido futuro; Naomi Watts propiamente no
interpreta, más allá de mostrarse (“comme il faut” para los Oscar) apropidamente
magullada y aulladora; y Ewan McGregor mayormente no hace nada.
Hay dos momentos
particularmente ridículos: el larguísimo primer plano de la Watts cuando es
arrastrada hacia la salvación por los nativos, y su salida de las aguas, en su
sueño de anestesia, como si fuera una sílfide o una nadadora de natación sincronizada:
momentos ridículos y pretenciosos.
Sí es espectacular
y sí funciona el momento del maremoto, aunque de inmediato se cae en la
inverosimilitud: ¿cómo puede ser que madre e hijo se encuentren, separen y
reencuentren con tan suma facilidad, y eso en más de una ocasión, en medio de ese
arrebatador torbellino de agua?: no se puede creer.
En punto a
espectacularidad, intentan impresionarnos con el hospital, sin duda grande y
abarrotado; pero el improvisado hospital de Atlanta (en la estación) de “Lo que
el viento se llevó”, rodado hace más de setenta años, era mucho más
impresionante: digamos que el de “Lo imposible” es un hospital grandecito…
Hay algunos
momentos que chirrían: la Watts se encuentra con una habitación para ella
solita en un momento dado de la peli (que, por supuesto, no muestra nada de la
competición por los recursos sanitarios escasos que sin duda tuvo que
producirse en la zona del maremoto durante aquellas terribles navidades de 2004
en Indonesia); el hiperactivo adolescente, cuando parece que su madre ha muerto
(pues ha sido retirada de su lecho), se queda tan tranquilo en la tienda de
campaña con los otros niños, sin exigir a grito pelado verla él mismo para
cerciorarse de su fallecimiento efectivo.
El inicio de la
película, mezclando “presentimientos” (a base de efectos de cámara o sonido) de
la tragedia que se avecina con una descripción ultraconvencional de la familia
protagonista (gilipolleces usuales en la Navidad de unos yankis millonarios,
rutina de unos occidentales autistas en un “resort” de lujo al otro lado del
mundo, problemas de trabajo del papá que pueden servir para unir más a la
familia, etc., etc.), no augura nada bueno para las dos horas siguientes: y, en
efecto, como ya he explicado, la peli sigue por la misma vía
familiar-convencional-sentimental, a la postre pobre y decepcionante en
términos cinematográficos.
Me gusta mucho el
diálogo de Geraldine Chaplin con el niño, acerca de las estrellas que siguen
brillando aún estando muertas. (9-enero-2013)
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