3 feb 2013

“Lo imposible” (2012), de Juan Antonio Bayona


Mis notas a "Lo imposible" (2012), de Juan Antonio Bayona 


Aunque parezca imposible en una película de catástrofes, ésta es por momentos aburrida.

Es un producto de consumo para paladares poco exigentes y bolsillos agradecidos; dicho de otro modo, un producto dirigido a halagar al público americano y a conquistar su mercado (parece que lo ha conseguido).

Por supuesto, los protagonistas son todos anglosajones (no así la familia en la que se basa el caso real, que parece más bien de estadounidenses hispanos), incluidos niños muy, muy rubitos (hasta el niño ajeno salvado es un anglosajoncito –¿hubieran salvado a un extranjero, no digamos a un indígena?–).

La familia protagonista abandona el lugar de los hechos en un avión particular medicalizado ¡y tan frescos!: ¡al resto del mundo que le zurzan!

La población local, mayormente, no existe, salvo la nota de color de los rescatadores de la mujer, esos “buenos salvajes” (pero tan tontos…) que se la llevan a rastras por el fango.

Está claro quién paga la película: Coca-Cola (aparece una inequívoca latita en el punto límite de la desesperación inicial, para refrescar a la heroína y a los dos niños) y Zurich Insurance (compañía explícitamente mencionada justo antes de que la familia disponga del avión puesto a su servicio por ella).

La historia es tan simple que se reduce a un cuento de hadas, con una catástrofe en vez de un ogro, una trama más bien escasa y un final debidamente feliz.

En esencia, tras el prólogo y el momento cumbre de la gran ola, hay dos líneas argumentales (madre+hijo adolescente y padre+hijos pequeños, brevemente separados uno de otros por un momento) que confluyen al final, cuando se encuentran todos en el patio del hospital.

Este encuentro es tan inverosímil y casual que da risa: es francamente ridículo ver que todo se cierra con semejante “deus (o azar) ex machina”.

Por supuesto, toda la acción pasa en dos días: en dos días los cinco miembros de la familia se pierden, se buscan y se encuentran; ¡esto en medio del mayor maremoto de la historia, con cientos de miles de muertos! ¡Y todo lo que les pasa, aparte de unos cuantos arañazos aquí y allá, es que la señora se ha roto una pierna! Sencillamente increíble. Y no digamos cuando al final la señora ni siquiera pierde la pierna: ¿cabe imaginar un final más pasmosamente feliz?

Las dos líneas argumentales cuentan esencialmente lo mismo: salir a flote, buscarse sobre el terreno y encontrarse en el hospital.

Que sean dos líneas y que cuenten lo mismo empobrece y hace monótona la película: un desastre tan complejo y tan trágico como el “tsunami” de 2004 hubiera debido contarse, si se pretendía usar varias historias, con más variedad: por ejemplo, el punto de vista de alguien del hospital, la logística de la ayuda, la colaboración internacional, la población local, etc.

¿Esto no hubiera alargado la película hasta el infinito? En absoluto: la película es larga, y se hace larga, precisamente tal como es, por su monotonía y machaconería.

No se hubiera alargado porque las dos horas actuales están cargadas y recargadas de escenas sentimentales repetidas hasta la saciedad (los gritos de la madre, los diálogos de ternezas familiares, una y otra vez, una y otra vez); escenas que, por cierto, en general no funcionan.

Curiosamente, la película gana fuerza cuando rompe el círculo de la dichosa familia americanita, como en ese momento en que el adolescente va pregonando por el hospital el nombre de gente que busca a otra.

Hubiera sido una película perfecta de historias entrelazadas, y González Iñárritu (Amores perros, Babel, 21 gramos) o Soderbergh (Traffic, Contagio) la hubieran bordado; pero por desgracia las dos historias contadas en la peli, como he dicho, son en esencia la misma, se alargan sin aportar más que (intentos de) lagrimita fácil, y simplifican la historia –objetivamente compleja, intrincada, trágica, llena sin duda de momentos de horror, de emoción, de abnegación, de grandeza, de humanidad– hasta el nivel de las típicas mentes americanas de las que se desea que “revienten la taquilla”.

 El mejor actor es el adolescente Tom Holland, al que yo diría que espera un espléndido futuro; Naomi Watts propiamente no interpreta, más allá de mostrarse (“comme il faut” para los Oscar) apropidamente magullada y aulladora; y Ewan McGregor mayormente no hace nada.

Hay dos momentos particularmente ridículos: el larguísimo primer plano de la Watts cuando es arrastrada hacia la salvación por los nativos, y su salida de las aguas, en su sueño de anestesia, como si fuera una sílfide o una nadadora de natación sincronizada: momentos ridículos y pretenciosos.

Sí es espectacular y sí funciona el momento del maremoto, aunque de inmediato se cae en la inverosimilitud: ¿cómo puede ser que madre e hijo se encuentren, separen y reencuentren con tan suma facilidad, y eso en más de una ocasión, en medio de ese arrebatador torbellino de agua?: no se puede creer.

En punto a espectacularidad, intentan impresionarnos con el hospital, sin duda grande y abarrotado; pero el improvisado hospital de Atlanta (en la estación) de “Lo que el viento se llevó”, rodado hace más de setenta años, era mucho más impresionante: digamos que el de “Lo imposible” es un hospital grandecito…

Hay algunos momentos que chirrían: la Watts se encuentra con una habitación para ella solita en un momento dado de la peli (que, por supuesto, no muestra nada de la competición por los recursos sanitarios escasos que sin duda tuvo que producirse en la zona del maremoto durante aquellas terribles navidades de 2004 en Indonesia); el hiperactivo adolescente, cuando parece que su madre ha muerto (pues ha sido retirada de su lecho), se queda tan tranquilo en la tienda de campaña con los otros niños, sin exigir a grito pelado verla él mismo para cerciorarse de su fallecimiento efectivo.

El inicio de la película, mezclando “presentimientos” (a base de efectos de cámara o sonido) de la tragedia que se avecina con una descripción ultraconvencional de la familia protagonista (gilipolleces usuales en la Navidad de unos yankis millonarios, rutina de unos occidentales autistas en un “resort” de lujo al otro lado del mundo, problemas de trabajo del papá que pueden servir para unir más a la familia, etc., etc.), no augura nada bueno para las dos horas siguientes: y, en efecto, como ya he explicado, la peli sigue por la misma vía familiar-convencional-sentimental, a la postre pobre y decepcionante en términos cinematográficos.

Me gusta mucho el diálogo de Geraldine Chaplin con el niño, acerca de las estrellas que siguen brillando aún estando muertas. (9-enero-2013)

No hay comentarios:

Publicar un comentario