Mis
notas a "John Rabe" (2009), de Florian Gallenberger
He aquí una
historia que, por verídica y por ejemplar, tenía que ser contada. Pues es
deplorable que la atroz Masacre de Nankín no haya recibido, al menos en
Occidente, la atención cinematográfica que, no menos merecidamente, ha originado,
por ejemplo, tantas películas sobre (o situadas en) los campos de exterminio en
Europa Oriental.
Que yo sepa, sólo
la china “Ciudad de vida y muerte”, de entre las películas que han llegado a
las salas de cine europeas, se ha ocupado de la Masacre.
La Masacre de
Nankín tuvo lugar en un período muy concreto y concentrado de la Historia:
diciembre de 1937 (creo que la Zona de Seguridad duró hasta febrero de 1938,
pero aún no he podido leer nada extensamente sobre aquellos acontecimientos);
el contexto es muy conocido (la invasión japonesa de China), y las cifras,
espeluznantes (300.000 muertos, una de las mayores carnicerías de la historia;
según la película, la Zona de Seguridad dirigida por John Rabe dio amparo hasta
a unas 200.000 personas).
La concentración de
los hechos se refleja en la película, punteada de extractos del diario de Rabe,
siempre en diciembre de 1937, desde su relevo al frente de la empresa (el día
4) hasta los días posteriores a Navidad, cuando es inminente la llegada a
Nankín, finalmente, de alguna prensa y alguna diplomacia extranjera.
La película refleja
bien (aunque no memorablemente, me temo) esas breves semanas que trastornan, de
repente y para siempre, unas cuantas vidas, por obra de decisiones fuertes,
decisivas, tomadas rápidamente y casi por instinto (el instinto del bien, el de
protección, el de orgullo…).
La película es
ambiciosa, en el sentido de que trata de mostrar diversos ángulos de la coyuntura
histórica: está naturalmente el industrial protagonista (el director de la
sucursal de Siemens en Nankín, John Rabe, por entonces un tibio miembro del
partido nazi), hay una benevolente maestra francesa (pero cuyo fuerte carácter
y sentido del deber acaban imponiéndose), un doctor tan cascarrabias como
abnegado y valiente, un diplomático de segunda fila atrapado en la tormenta…:
con todos ellos, el director trata de mostrarnos diferentes perspectivas y
atmósferas, y consigue darnos una visión caleidoscópica, global, de los
“factores en presencia” durante aquellas sangrientas semanas chinas de 1937.
Un elemento
llamativamente ausente son los líderes locales: por supuesto contemplamos miles
de rostros chinos (los prisioneros en espera de su brutal decapitación, para
servir sólo a la macabra vanidad de sus verdugos; las chicas a cargo de la
maestra, obligadas en un momento dado a desnudarse ante un escrupuloso oficial
nipón; los sirvientes de Rabe, como el mayordomo o el desgraciado chófer, y los
trabajadores de su fábrica; etc., etc.), pero son como rostros de niños,
incapaces de alzar la mano o la voz en su propia defensa.
Es hora de decirlo
ya: el obvio paternalismo de Rabe, sobre todo al inicio de la película, se
trasluce en toda ella, donde los chinos son poco más que ovejas a la puerta del
matadero, necesitadas de la protección incansable de la pequeña comunidad
occidental de la Zona; en este sentido, la película es manifiestamente
paternalista, eurocéntrica, casi neocolonial. Pero parece evidente que debió de
haber, en aquel período atroz, algún movimiento de resistencia, algunos
militares o milicianos chinos, tratando al menos de plantar cara a la
aplastante maquinaria genocida japonesa. Pues bien: nada vemos ni traslucimos
de ello.
El filme, ambicioso
como he dicho en sus perspectivas, sí nos muestra a la oficialidad nipona
decidiendo y ejecutando, con total inhumanidad, las terribles matanzas; se nos
presenta incluso a un oficial, levemente disidente, indudablemente atormentado,
tratando infructuosamente de llevar la conquista de la ciudad por cauces más
humanos (aunque el momento de la revelación por él de los planes nipones al
diplomático alemán no es verosímil en absoluto).
Es una sensación
estimulante, desde un punto de vista humano, ver a tantas personas esforzándose
por objetivos tan enormes y tan contradictorios (los japoneses por conquistar a
sangre y fuego el Imperio milenario de China, los occidentales por forjar un
refugio para cientos de miles de personas); se percibe en “el mar de la historia”
el momento de absoluta, y devastadora, pleamar que fue aquel mes de 1937; y es
justo de esta materia, de estas pleamares y tempestades en un momento del
sosegado fluir temporal, de lo que está hecha la gran épica.
Pero esta película,
hay que decirlo, no es gran épica, porque le falta mucha pasión y mucha
grandeza (quiero decir, grandeza cinematográfica) para ello.
Junto a
“paternalismo” hay que decir otra palabra: “academicismo”: la película es muy
académica, muy controlada, todo es preciso y está previsto, el guión es
cuidadoso, la realización sumamente correcta, la fotografía y la música,
adecuadas, etc.: pero falta el aliento, falta el empuje, de saber que se está
contando algo grande y de contarlo con grandeza.
Al decir esto,
queda dicho explícitamente que la película es muy digna, no ya en el asunto
tratado o en el acercamiento al personaje de Rabe (tratamiento que, por cierto,
no es nada hagiográfico, sino muchas veces, como indudablemente tenía que ser,
incluso burocrático), sino en cuanto a su realización y calidad
cinematográficas; hay poco que objetar a esta superproducción alemana desde el
punto de vista de su preparación, de su realización y de su acabado.
Me parece
excelente, por mencionar sólo una cosa, el uso de imágenes históricas, intercaladas
en el relato cinematográfico; cumpliendo la función de suplir a los exteriores
(siempre tan costosos…), sirven además para dar verosimilitud y contextualizar
la historia que el guión nos está contando; que muchas escenas del filme comiencen
en los lugares (re-creados para la película) donde las fotos fueron tomadas, es
también un recurso sumamente plausible.
El momento cumbre
de la película, más que el primer ataque de los “zeros” japoneses sobre la
ciudad (cuando Rabe protege a la multitud bajo la enorme bandera nazi), más que
el desafío final de los “protectores” europeos de la multitud congregada para
defender las puertas de la Zona del asalto japonés (saliendo a afrontar al
sádico oficial japonés decidido a arrasar el frágil santuario de civiles), es
la despedida del barco en que parte de Nankín la esposa de Rabe: aquí, en esta
escena de masas, el drama íntimo de los dos se nos revela (parece que los dos
van a escapar de la ciudad, como tantos otros, pero en el último momento ella
adivina que él va a quedarse, y él la despide, entristecido pero determinado, desde
la escalerilla que se retira), un drama que se exarceba cuando, un momento
después, asistimos al encarnizamiento sobre el barco, aún visible desde el
puerto, de la jauría de aeroplanos nipones; y ahí queda Rabe, desgarrado,
viendo hundirse el barco en que ha despedido a su esposa creyendo ponerla a
salvo al hacerla partir… Pues bien, creo que no hay prueba mejor del
academicismo de la película que contemplar al desolado y gimiente Rabe mirando
al barco sin casi perder su posición erguida, sin gesticular en absoluto y,
sobre todo, sin soltar de la mano la jaula con el pájaro (¿es verosímil que
alguien en sus circunstancias, alguien no “atado” por un guión tan académico,
no hubiera dejado caer, o no hubiera abandonado, la dichosa jaula del pájaro?).
Sería curioso
averiguar qué hizo Rabe entre 1938 y la fecha de su muerte (en 1950,
“empobrecido y olvidado”, nos informa la película al final); parece que llevó
una vida confinada, visto con igual recelo por los nazis que, tras la Guerra,
por los aliados.
Magnífico reparto: el frío Ulrich Tükur está bien, igual que el gruñón
doctor Steve Buscemi, pero personalmente me encantaron Anne Consigny, la
maestra, y Daniel Brühl, el joven diplomático. (1 de
febrero de 2013)
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