3 mar 2013

“Rocknrolla” (2008), de Guy Ritchie


Mis notas a “Rocknrolla” (2008), de Guy Ritchie



Una película arquetípica para discutir si este tipo de cine, exhibiendo con complacencia tipos y comportamientos sucios, criminales, degenerados, debería o no realizarse; cuál es su función y utilidad social; si el “entretenimiento” debe tener o no límites, si debe ser un valor absoluto, si algún ámbito de la realidad le debería o no estar vedado; etc. Este no es el lugar para un debate así. Aquí me limitaré a glosar la película “a ras de suelo”, o casi.

El tema y el planteamiento inicial son muy atractivos: se trata de la especulación inmobiliaria en la “burbuja” londinense de principios del milenio (“burbuja” que, hasta dónde yo sé, aún no ha remitido) y, naturalmente, de los tipos que están forrándose con ella, usando métodos más o menos (o nada) ortodoxos. El inicio promete una exploración social e incluso política (el complaciente, sobornable concejal) realmente incisiva. Por desgracia, no es éste el camino que la película sigue después, como veremos.

Me gusta el recurso al narrador “en off”, aunque no era necesario que fuera uno de los personajes (Mark Strong); su voz irónica es siempre mordaz y, en algunos casos, casi brillante.

Aplaudo también la incursión en los barrios bajos londinenses, esas casas y zonas desangeladas.

La película es muy entretenida y ágil; al final, demasiado ágil, diría incluso que  atropellada.

El relato avanza, no hacia la política o la historia puramente mafiosa (lucha entre el “viejo amo” Wilkinson y el “nuevo amo” ruso –¿una caricatura, o retrato en escorzo, del magnate Abramovich, empezando por “su” estadio de fútbol?–), sino hacia el submundo del hampa cutre, de la pequeña delincuencia, de los “yonkis” más tirados o más alucinados de la calle.

Llegamos a ese submundo en busca del cuadro “de la suerte” (que nunca vemos) que el ruso le ha dejado prestado a Wilkinson, y que el hijo de éste, o sea, el cantante drogadicto y profético, le ha robado; los avatares se aceleran y se enredan cuando a este último le roban también la pintura.

Brillantes algunos diálogos (como ese en que abofetean a quien hace las preguntas idiotas).

Y algunas, o bastantes, frases: “La próxima guerra mundial llevará su nombre”. O las explicaciones del sádico Wilkinson acerca de la voracidad de los cangrejos americanos (con los que se dispone a torturar a un par de infelices).

Tono general muy tarantinesco (humor en la violencia, guión tan esmerado como brutal), aunque los diálogos y la dirección de Tarantino son más brillantes, en general.

Un diálogo y un tratamiento muy actuales del tema del delincuente homosexual: del escándalo y el insulto a la aceptación y el “buen rollo”.

Ironía: el exquisito Tormenta, un capo de tres al cuarto del East End, está viendo “Lo que queda del día” en el coche, y conoce perfectamente al pintor Whistler.

Sorprendente el retrato del trasfondo político de las licencias urbanísticas londinenses: ante ese politicastro o esa justicia tan venal, uno cree encontrarse en Sudamérica, o en cualquier ayuntamiento costero de España.

La búsqueda del cuadro nos sumerge, como he dicho, en el mundo de los “yonkis”, los cantantes de quinta fila, las discotecas cutres, etc.

Así, vemos a un par de auténticos “colgados” trapicheando con abrigos de piel robados, una brutal (y completamente innecesaria) paliza del drogadicto “estrella” a un portero de discoteca, al mismo drogadicto en el momento de uno de sus “chutes”, etc., etc.; no puedo decir que esta parte tan barriobajera me satisfaga ni me agrade, especialmente cuando justo en ella se echan en falta diálogos o textos más vigorosos.

Por ejemplo, los parlamentos del drogadicto “estrella” son más bien absurdos, y alguno, como sus reflexiones acerca de la bifronte caja de tabaco, son sencillamente ridículos; dígase casi lo mismo de su definición, que se nos da a modo de prólogo del filme, de lo que es un “rocknrolla”.

Y es una pena que la lengua siempre viperina de Wilkinson se quede “seca” tras su caída ante el “nuevo amo” ruso (de métodos no menos implacables que los suyos) y ante su lugarteniente y el grupo de delincuentes protagonistas (Gerald Butler, Idris Elba, etc.) a cuyas condenas carcelarias –descubrimos– Wilkinson ha contribuido activa y disimuladamente.

Por supuesto, el momento estrella de la película es el segundo robo a los rusos, con la larguísima escena de acción intercalada con el relato, que Butler hace a la chica, de la aventura: este montaje paralelo, y la larga y dificultosa huida de los ladronzuelos perseguidos por los indestructibles rusos, es de lo más memorable de la película.

Otro montaje paralelo, ahora con una suave música de piano, tiene lugar entre la paliza a Wilkinson en el campo de golf y el “chute” del cantante drogadicto (hijo detestado y desechado por Wilkinson).

Los cinco (o más) minutos del segundo robo son espectaculares, comenzando por ese camión que embiste el coche donde los rusos “fardan” de cicatrices; segundo robo cuyo relato, por cierto, se acompaña de una pertinente música de rock.

Hay que decir que la banda sonora es idónea para lo que se relata: un rock duro imagino que un tanto marginal o minoritario, pero que cuadra bien con el tono de la película.

Pero sin duda lo más memorable del filme, al menos para mí, es la fotografía: me parece una proeza el modo como están fotografiados todos los ambientes: esos tonos oscuros, grises, marrones, el uso de los contraluces, o de las luces cenitales o matizadas, la escasa y sombría paleta de colores utilizada. En mi opinión, éste es un gran logro de la película, y algo que desde luego persiste en la memoria.

Como he anticipado, el final me parece muy acelerado, casi epiléptico; uno diría que se trata de impedir al espectador que siga el frenesí de acontecimientos finales, por miedo a que encuentre alguna laguna o inconsistencia (y tengo la fuerte impresión de que las hay…).

En suma, una película interesante, con no pocos logros, con altibajos y puntos fuertes, y también con deficiencias en el irregular guión; como dije al principio, de la ética, de la política, o incluso de la lógica, de una obra así, no es éste el lugar para discutir.        (9 de febrero de 2013)

1 comentario:

  1. Recuerdo haber visto la peli en San Sebastián, en unas vacaciones que se iniciaron dedicadas a la pasión y terminaron como el rosario de la aurora. Buen contexto vital para una obra tan desequilibrada como genial. A mí me entusiamó.

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