Mis
notas a “Rocknrolla” (2008), de Guy Ritchie
Una película
arquetípica para discutir si este tipo de cine, exhibiendo con complacencia
tipos y comportamientos sucios, criminales, degenerados, debería o no realizarse;
cuál es su función y utilidad social; si el “entretenimiento” debe tener o no
límites, si debe ser un valor absoluto, si algún ámbito de la realidad le
debería o no estar vedado; etc. Este no es el lugar para un debate así. Aquí me
limitaré a glosar la película “a ras de suelo”, o casi.
El tema y el
planteamiento inicial son muy atractivos: se trata de la especulación
inmobiliaria en la “burbuja” londinense de principios del milenio (“burbuja”
que, hasta dónde yo sé, aún no ha remitido) y, naturalmente, de los tipos que
están forrándose con ella, usando métodos más o menos (o nada) ortodoxos. El
inicio promete una exploración social e incluso política (el complaciente,
sobornable concejal) realmente incisiva. Por desgracia, no es éste el camino
que la película sigue después, como veremos.
Me gusta el recurso
al narrador “en off”, aunque no era necesario que fuera uno de los personajes
(Mark Strong); su voz irónica es siempre mordaz y, en algunos casos, casi
brillante.
Aplaudo también la
incursión en los barrios bajos londinenses, esas casas y zonas desangeladas.
La película es muy
entretenida y ágil; al final, demasiado ágil, diría incluso que atropellada.
El relato avanza,
no hacia la política o la historia puramente mafiosa (lucha entre el “viejo amo”
Wilkinson y el “nuevo amo” ruso –¿una caricatura, o retrato en escorzo, del
magnate Abramovich, empezando por “su” estadio de fútbol?–), sino hacia el
submundo del hampa cutre, de la pequeña delincuencia, de los “yonkis” más
tirados o más alucinados de la calle.
Llegamos a ese
submundo en busca del cuadro “de la suerte” (que nunca vemos) que el ruso le ha
dejado prestado a Wilkinson, y que el hijo de éste, o sea, el cantante
drogadicto y profético, le ha robado; los avatares se aceleran y se enredan cuando
a este último le roban también la pintura.
Brillantes algunos
diálogos (como ese en que abofetean a quien hace las preguntas idiotas).
Y algunas, o
bastantes, frases: “La próxima guerra mundial llevará su nombre”. O las
explicaciones del sádico Wilkinson acerca de la voracidad de los cangrejos
americanos (con los que se dispone a torturar a un par de infelices).
Tono general muy
tarantinesco (humor en la violencia, guión tan esmerado como brutal), aunque
los diálogos y la dirección de Tarantino son más brillantes, en general.
Un diálogo y un
tratamiento muy actuales del tema del delincuente homosexual: del escándalo y
el insulto a la aceptación y el “buen rollo”.
Ironía: el
exquisito Tormenta, un capo de tres al cuarto del East End, está viendo “Lo que
queda del día” en el coche, y conoce perfectamente al pintor Whistler.
Sorprendente el
retrato del trasfondo político de las licencias urbanísticas londinenses: ante
ese politicastro o esa justicia tan venal, uno cree encontrarse en Sudamérica,
o en cualquier ayuntamiento costero de España.
La búsqueda del
cuadro nos sumerge, como he dicho, en el mundo de los “yonkis”, los cantantes
de quinta fila, las discotecas cutres, etc.
Así, vemos a un par
de auténticos “colgados” trapicheando con abrigos de piel robados, una brutal
(y completamente innecesaria) paliza del drogadicto “estrella” a un portero de
discoteca, al mismo drogadicto en el momento de uno de sus “chutes”, etc., etc.;
no puedo decir que esta parte tan barriobajera me satisfaga ni me agrade,
especialmente cuando justo en ella se echan en falta diálogos o textos más
vigorosos.
Por ejemplo, los
parlamentos del drogadicto “estrella” son más bien absurdos, y alguno, como sus
reflexiones acerca de la bifronte caja de tabaco, son sencillamente ridículos;
dígase casi lo mismo de su definición, que se nos da a modo de prólogo del
filme, de lo que es un “rocknrolla”.
Y es una pena que
la lengua siempre viperina de Wilkinson se quede “seca” tras su caída ante el
“nuevo amo” ruso (de métodos no menos implacables que los suyos) y ante su
lugarteniente y el grupo de delincuentes protagonistas (Gerald Butler, Idris
Elba, etc.) a cuyas condenas carcelarias –descubrimos– Wilkinson ha contribuido
activa y disimuladamente.
Por supuesto, el
momento estrella de la película es el segundo robo a los rusos, con la
larguísima escena de acción intercalada con el relato, que Butler hace a la
chica, de la aventura: este montaje paralelo, y la larga y dificultosa huida de
los ladronzuelos perseguidos por los indestructibles rusos, es de lo más
memorable de la película.
Otro montaje
paralelo, ahora con una suave música de piano, tiene lugar entre la paliza a
Wilkinson en el campo de golf y el “chute” del cantante drogadicto (hijo
detestado y desechado por Wilkinson).
Los cinco (o más)
minutos del segundo robo son espectaculares, comenzando por ese camión que
embiste el coche donde los rusos “fardan” de cicatrices; segundo robo cuyo
relato, por cierto, se acompaña de una pertinente música de rock.
Hay que decir que
la banda sonora es idónea para lo que se relata: un rock duro imagino que un
tanto marginal o minoritario, pero que cuadra bien con el tono de la película.
Pero sin duda lo
más memorable del filme, al menos para mí, es la fotografía: me parece una
proeza el modo como están fotografiados todos los ambientes: esos tonos
oscuros, grises, marrones, el uso de los contraluces, o de las luces cenitales
o matizadas, la escasa y sombría paleta de colores utilizada. En mi opinión,
éste es un gran logro de la película, y algo que desde luego persiste en la
memoria.
Como he anticipado,
el final me parece muy acelerado, casi epiléptico; uno diría que se trata de
impedir al espectador que siga el frenesí de acontecimientos finales, por miedo
a que encuentre alguna laguna o inconsistencia (y tengo la fuerte impresión de
que las hay…).
En suma, una
película interesante, con no pocos logros, con altibajos y puntos fuertes, y
también con deficiencias en el irregular guión; como dije al principio, de la
ética, de la política, o incluso de la lógica, de una obra así, no es éste el
lugar para discutir. (9 de febrero de 2013)
Recuerdo haber visto la peli en San Sebastián, en unas vacaciones que se iniciaron dedicadas a la pasión y terminaron como el rosario de la aurora. Buen contexto vital para una obra tan desequilibrada como genial. A mí me entusiamó.
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