25 oct 2011

"El caso Bourne" (2001), de Doug Liman


El águila imperial se picotea la cola en París
(Mi comentario a "El caso Bourne" (2001), de Doug Liman)

Un elemento clásico, casi definitorio, del género de espionaje es, aparte del obvio marco internacional, la conspiración (el gran proyecto total, la traición, los agentes dobles o triples, la caza del cazador, etc.). Las pelis de Bourne llevan al extremo este rasgo: se trata de la CIA en lucha intestina, de americanos persiguiendo a americanos (con el mundo entero como parque de sus atracciones, o como circuito de sus frenéticos acosos y derribos), de un fantasmagórico megaplan que se revela como una caja de mil truenos.

Este ejercicio de vigilancia y cacería autista, esta serpiente planetaria que en la primera entrega de la serie se muerde la cola sobre todo en Francia, aparece descrita –curiosa, encantadoramente– con trazos bastante realistas. ¿Quién aparte de la Agencia norteamericana podría recurrir a tantos medios técnicos, a tantos y tan curtidos sicarios, a tal despliegue de recursos y personal? Nadie, y en este sentido la película es completamente realista. ¿Y quién sino un agente norteamericano podría exhibir semejantes dotes de intuición, semejantes aptitudes adaptativa y de supervivencia, semejante frialdad polar, semejante capacidad de reacción casi sobrehumana, semejante dominio de tal abanico de lenguas extranjeras? Obviamente nadie, lo que de nuevo refuerza el planteamiento realista de la película.

En una palabra: ¿alguien podría creerse una historia donde el poderoso o el héroe fueran otra cosa que norteamericanos (como esos ridículos villanos apátridas de James Bond)? Por supuesto que no. Por eso la serie de Bourne es tan encantadoramente verosímil.

(Añado entre paréntesis que los poderosos son aquí “los malos” un poco por error. Está la amnesia de Bourne, ha habido algún pequeño malentendido, en fin, todo el mundo es un poco impulsivo… Y luego están los “top secrets”, los testigos, la reputación, la maldita prisa que tienen todos y, claro, la patria. Porque, del lado de la Agencia, todo es por la patria, si hacía falta decirlo.)

(Y por cierto, también entre paréntesis, el ineliminable Bourne es igualmente “el bueno” también un poco por accidente. Es el pobre amnésico, el perseguido, el guapo; en fin, uno tiene que apoyar a alguien en esta vida… Pero hay que reconocer que el sujeto es un simple robot programado para liquidar y no ser liquidado. El tipo se lía con la Potente, pero qué menos; aparte de eso, tiene la expresividad, la personalidad, el idealismo o la vulnerabilidad de un “putching-ball” –que es lo que es–. Y hay que darse por contento, porque en la segunda peli –salvo una ridícula confesión que más parece un recado pendiente– la hechura metálica y hueca del héroe se exacerba aún más. Así que la identificación con él es, en parte, sólo “por exigencias del guión”. Seguimos sus peripecias y hazañas con el asombro que se siente ante un prestidigitador, no con la emoción y la solidaridad con que uno se identifica con esos protagonistas que saben hacerse querer y compadecer.)     (29-ago-11)

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