Una apuesta visceral por la educación en valores
(Mi comentario a "Saw" (2004), de James Wan)
Es incomprensible que esta película no sea de difusión obligatoria y frecuente en las escuelas públicas. Me consta el interés en ella de muchos docentes y centros católicos, pero se echa en falta su efecto benéfico en la educación laica.
Se trata, resumiendo mucho, de un bello canto a la familia y a los valores familiares: a la fidelidad, a la intimidad con los seres queridos, al calor de la vida hogareña. Qué hermoso ese momento en que el doctor, al fin purificado y desengañado, regresa contrito pero feliz con su risueña familia. ¡Sólo harían falta algunos acordes de violín para que a uno se le saltasen las lágrimas!
Un emocionante himno a la familia, sí, pero también una sabia y omnicomprensiva lección vital de Puzzle (Jigsaw), ese impar maestro de moral, ese gurú ético cuyo ejemplo debería guiarnos sin desmayo por el proceloso camino de la vida. De buena gana quisiera yo reproducir aquí sus enseñanzas, pero son tantos los consejos contenidos en los cien minutos de película que apenas me atrevo con una pobre enumeración.
Nos enseña el Filántropo a amar la vida y a estar agradecidos a cuantos nos la preservan (doctores, fotógrafos, fuerzas del orden, psicópatas juguetones…). Nos propone también modos de vivirla intensamente y, con la emoción y la seriedad de las grandes parábolas, nos enseña sin eufemismos el dolor y el valor del sacrificio.
En su apasionada defensa de una formación moral lúdica, el Filósofo nos persuade de la importancia relativa, instrumental, del cuerpo (“y si tu cuerpo te hace pecar…”). Asimismo, en el mismo espíritu del juego, muestra a nuestra imaginación el camino para llegar más y mejor, siempre jugando, a los sentimientos de los demás. Y no son baladíes su seriedad respecto de las reglas prefijadas –en estos tiempos de disciplina laxa– y su apostolado de una leal colaboración entre todos los participantes en el juego.
En estos tiempos de lamentable devaluación de la cultura del esfuerzo, merece a mi juicio especial loa la constancia invencible con que el Maestro imparte sus enseñanzas teóricas y prácticas (pedagógicamente maridadas en el recurso del juego, ese primogénito, pero desheredado, vástago de la LOGSE). No menos encomiable, ni menos provechosa para nuestros adolescentes engolfados en juegos hueros, me parece la cosecha fructífera de su imaginación, capaz siempre de desbordar sus propios límites en pos de la edificación humana de sus beneficiarios.
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