25 oct 2011

"El cuarto Reich" (1990), de Manie von Rensburg


Miré la Cruz del Sur, y era una esvástica besada por el sol
(Mi comentario a "El cuarto Reich" (1990), de Manie von Rensburg)

Me decidí por esta película esperando encontrar, a juzgar por el título, una fantasía política o una visión, distópica o delirante, de un nuevo/viejo modelo nacional. En realidad “El cuarto Reich” describe los avances y los propósitos de los grupos filonazis en la Sudáfrica de los tumultuosos años de la II Guerra Mundial, así como el heroico empeño de las fuerzas lealistas, encarnadas en el héroe de la historia, por contrarrestar el empuje de esos grupos.

Así resumida, la película puede parecer histórica, fiel a y explicativa de los hechos realmente acaecidos. No es el caso, puesto que, pese al siempre atractivo reclamo “Basada en una historia real”, la realidad histórica o política o social que sirve de fondo al relato es menos que esbozada: simplemente ignorada, o reducida a la mínima expresión.

Una buena razón para ello podría ser que los autores de la peli dan por supuesto que sabemos muchas cosas (lo que no es mi caso). Una mala razón, pero más plausible a mi juicio, es que el guión deja mucho, mucho que desear.

Porque la trama no se decanta por la crónica, cierto, pero tampoco por la reflexión socio-política (las escasas arengas son paupérrimas), ni tampoco, acentuando lo psicológico, por el duelo de caracteres entre el seudo-nazi Roby Leibbrandt y su cazador Jan Taillard.

No se sigue ningún camino porque el guión es muy pobre. Los diálogos carecen por completo de garra. No hay persuasión, ni emoción, ni una pizca de originalidad o de gracia. Las escenas se suceden mostrando momentos de drama o de heroísmo, pero el autor es incapaz de insuflar un poco de vida o de emoción o de épica a lo que cuenta.

Dejando a un lado el nulo énfasis, la árida llaneza de los diálogos, la misma construcción de la historia ofrece algunos momentos sencillamente risibles (como el descubrimiento de la quintacolumnista, el pueril espionaje de Taillard en casa de ella o el inaudito no-interrogatorio del confidente apresado).

La interpretación, hasta donde puedo juzgarla, me parece igualmente mediocre. En el personaje que se parece a Sterling Hayden se echan de menos los ojos con que el mismo Hayden hubiera humanizado al personaje (ideal para él, por cierto). Su adversario filonazi es también únicamente una cara pétrea e inexpresiva. Y los demás personajes (esencialmente las dos mujeres) están demasiado desdibujados como para tener rostro.

Sólo se me ocurren dos o tres cosas positivas: una, que la ambientación es aceptable (aunque sin ningún alarde: es una ambientación de telefilme, o poco más); otra, que, pese a los defectos señalados del guión, hay que reconocer que la historia no está mal contada (el reclutamiento, el acercamiento, el enfrentamiento) –aun con esos hitos risibles a que me refería-.

Y una tercera, creo que la más importante. La trama de la cinta, y las “fuerzas en presencia”, me inspiran el deseo de saber algo más sobre Sudáfrica, ese extraño país donde se han cruzado tantas gentes heterogéneas (nativos, holandeses, británicos) y donde, en el período descrito en la película, incluso los nazis influyeron sobre las fuerzas nacionalistas que tan poderosas llegarían a ser, desde 1948 hasta los años de Pieter Botha y los trenos inquietantes del supremacista Terreblanche.    (21-sep-11)

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