25 oct 2011

"La sra. McGinty ha muerto" (1964), de George Pollock


La Gran Abuela te vigila, mequetrefe que a Talía cultivas
(Mi comentario a "La sra. McGinty ha muerto" (1964), de George Pollock)

Esta adaptación de Agatha Christie es un subproducto industrial de los años 60. No vale nada, y nadie en su sano juicio debería perder el tiempo viéndola.

Ya el inicio parece una burla o un error (puesto que ese prólogo de opereta, con el “bobby” trasegando una birrita, anuncia lo que sabemos que la peli NO va a ser: una parodia del género). Y luego llega la música: una melodía de “pin-ball” o de tómbola que le sienta a A. Christie como un tiro. (El énfasis musical en los bostezos, algo más tarde, va en la misma dirección torpemente grotesca.) Pronto nos damos cuenta de que este chusco abigarramiento anuncia una obra sin pulso.

Luego el relato cobra un tono más previsible y convencional. De hecho, demasiado, puesto que la falta de interés de las situaciones, la falta de vigor o chispa en los diálogos, y la falta de relieve de los personajes (en la compañía teatral hay un aparente excéntrico, una sonámbula visionaria, una hija-de-papá… pero todos son tan monótamente iguales…) encarnan lo peor del cine de género (no digo de la escritura de género porque, francamente, me cuesta creer que la novela adaptada sea tan mala).

Con la mente abierta a lo grotesco (gracias al exordio y a la partitura, como he dicho), uno podría encontrar hilarantes algunos pasajes, como la visita de la detective, junto a su aliado masculino, a la hermana de la asesinada, o como la prueba actoral de la anciana investigadora. Por desgracia, la visita es un pasilleo de comedieta, rodado sin la menor gracia –y arruinando de paso la importancia de esta primera pesquisa– y, en cuanto a la prueba, el doblaje español ridiculiza del todo la presunta gracia que el poema recitado por miss Marple pudiera tener.

Mención aparte merece esa “troupe” de actorzuelos (que ponen en escena, entre otras, obras de A. Christie: esta autorreferencialidad –que sin duda no se encuentra en la novela– es simplemente bochornosa). Son tan desvaídos y tan iguales, tan sosos en sus afirmadas idiosincrasias, que, ni (ya) “young angry men” ni (todavía) melenudos, le traen a uno a las mientes el famoso poema (referido a 1963, la película es de 1964) “Annus Mirabilis” de Philip Larkin (“…in nineteen sixty-three… between the end of the “Chatterley” ban / and the Beatles’ first LP”), puesto que, yes, “everyone felt the same, / and every life became / a brilliant breaking of the bank / a quite unlosable game”.

De la trama me niego a decir nada. No usaré el “spoiler” porque no hay nada que uno pueda “spoil” (valga el juego de palabras): es, simplemente, demasiado penoso, entretenimiento de la peor clase, la demostración de que el cine-basura, la escritura cinematográfica ínfima, no apela (o no lo hacía en los años 60) sólo al gusto juvenil.

Los anglófilos pueden consolarse culpando a la yanki Metro de haber echado a perder una pulcra historia británica de estricto ambiente británico. Quienes no lo somos habremos de vivir con el pesar de haber despilfarrado hora y media de nuestras vidas.    (4-sep-11)

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