25 oct 2011

"Quemar después de leer" (2008), de Joel y Ethan Coen


Las apariencias sólo engañan a las apariencias
(Mi comentario a "Quemar después de leer" (2008), de Joel y Ethan Coen)

Otra de esas “obras menores” de los hermanos Coen, otra muestra del talento de los Coen para la pequeña relojería. Una trama doméstica, pulcra y de piezas bien encajadas, que me recuerda especialmente a “Fargo”.

Escenarios cotidianos, como un gimnasio; tipos corrientes, como sus monitores, un funcionario del montón o una dentista; cruces de intereses prosaicos y de poco vuelo, de vanidades ínfimas (unas memorias, una cirugía estética) y de aspiraciones intranscendentes (un novio por internet, un polvete de chuleta); finalmente, malentendidos, violencia, los caracteres, desbordados e incapaces de comprender, atrapados en un desenlace absurdamente sangriento.

Todo ello en un guión preciso, en tono de comedia, bien escrito, bien graduado, bien estructurado, que sabe interesarnos desde el primer momento.

La dirección, propiamente, no existe, o es inteligentemente invisible, sumisa por completo al argumento. Existe la interpretación, que es brillante en todos los caracteres: el cabreado Malkovich, la neurótica McDormand, el tontorrón Pitt, el gilipollas Clooney, la arpía Swinton. En esos caracteres de trazos bien marcados, como en un cómic, que tan bien saben crear y desarrollar los Coen.

El telón de fondo es de espionaje, de secretos, de paranoia. La trama funciona sobre la asunción de que hay Secretos recónditos, de que Grandes Potencias o Grandes Sumas pueden comprarlos, de que Nos Vigilan; en suma, toda la faramalla conspiranoica adquirida en décadas de guerra fría (y de “cine frío”). Por desgracia, la realidad es más pedestre: uno puede encontrarse la factura de la lavandería, el papel puede no interesarle a nadie, y quizá es nuestra cornuda mujer la que nos acecha para ponernos los cuernos con más impunidad…

Los Coen se ufanan en revelarnos ese íntimo malentendido, en desenmascarar nuestros viciados hábitos mentales, en mostrarnos hasta qué extremos puede llevarnos nuestra insignificancia. Al final, queda el desconcierto, la paradoja, cadáveres sin otro por qué que el miedo o la presión, el vicio o la vanidad, en suma, la irracionalidad, el azar, un mal momento en un mal lugar. “¿Qué hemos aprendido?”, se preguntan al final. Y es apenas una pregunta de comedia, en ese momento de abrumador desconcierto, cuando todo se ha ido de las manos y de la cabeza.

Ha habido dos escenas de violencia, con cuatro caracteres implicados. Y en ellas es donde, a mi juicio, radica el punto débil de la película. Son perfectamente paralelas, e implican a dos caracteres bastante tangenciales de la historia. No revelo ningún secreto si confieso que el personaje de Clooney, pese a su brillantez y gracia, queda al margen de la historia central, y ello aun estando en conexión con las dos mujeres de la trama. En una reacción desafortunada (y poco plausible, a mi juicio), es él quien precipita el desenlace.

Quiero decir con esto que, vista de cerca, la trama puede presentar momentos innecesarios, caracteres marginales, rarezas psicológicas. Pero, tratándose de un guión de los Coen, es preciso ver la película muy de cerca para encontrar algo que no sea una modesta perfección de relojero.      (18-sep-11)

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